Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
Mauricio Macri lo acaba de decir sin rodeos: no piensa reabrir las paritarias porque, según su particular punto de vista, la inflación está bajando aceleradamente.
Si la movilización social, que alcanzó su punto más alto con la Marcha Federal y la llegada al centro de la ciudad de Buenos Aires de numerosas columnas de trabajadores de todo el país, no altera sus planes, este gobierno habrá cumplido su primer objetivo: la reducción del salario real de los trabajadores.
Lo venimos diciendo: las devaluaciones tienen por objetivo producir un cambio en los precios relativos de la economía, en el cual el precio del trabajo quede atrasado con relación a todos los precios restantes. En los últimos meses ha habido una inflación anual acumulada del 47% y salarios que han aumentado entre el 20% (con cláusulas de reajuste que el gobierno no quiere abrir) y un 35% en el mejor de los casos. La diferencia es lo que ha perdido el salario real de los trabajadores.
Entonces, cuando los asalariados quieren abrir las paritarias para recuperar la pérdida de salario real el gobierno dice: “no, esto ya está, ahora hay que discutir para adelante”, en base a indicadores más bajos de inflación que proyectan con gran optimismo hacia el futuro. Así consolidan la reducción del salario real.
Pero no es el único modo de deteriorar el poder adquisitivo de los sectores populares. La decisión del gobierno de aumentar de modo sideral las tarifas de los servicios públicos, con el gas y la electricidad a la cabeza, tiene por objeto incrementar las rentas de los productores de energía y reducir los subsidios a costa de los usuarios.
Mediante la devaluación o mediante los aumentos de tarifas los sectores populares pierden poder de compra y ello redunda en baja de la demanda interna, en caída de las ventas minoristas, de los índices de construcción, del turismo, y de la mayoría de los indicadores de la actividad económica.
Según un estudio del Instituto Estadístico de los Trabajadores dependiente del Centro de Innovación de los Trabajadores (Citra) y de la Universidad Metropolitana del Trabajo (UMET) la participación de los asalariados en el PIB retrocederá este año del 51,2% al 48,5%.
Pero el macrismo no está solo en el escenario político ni la historia ha comenzado cuando ellos llegaron al gobierno.
Por un lado, la Marcha Federal que congregó a 200 mil personas provenientes de todo el país, y en la que participaron los gremios de ambas CTA y muchos sindicatos alineados con la CGT unificada, creó un primer piso de reagrupamiento social y político contra las iniciativas de ajuste neoliberal conducidas por Macri. En este escenario, la propia CGT unificada inició una serie de reuniones con distintos actores sociales con el objetivo de aumentar su volumen político y su capacidad de negociación.
Por otro, una extendida red de organizaciones de consumidores, cooperativistas, centros culturales, clubes de barrios, entidades de pequeñas y medianas empresas y del comercio han desplegado movilizaciones en las calles y estrategias jurídicas para frenar el aumento sideral de las tarifas.
Finalmente, una potente memoria social anclada en los últimos doce años de políticas expansivas y de redistribución del ingreso parece emerger como un recurso efectivo para acelerar los tiempos de la movilización social y el reagrupamiento contra las políticas neoliberales.
Como ya lo hemos dicho varias veces, el único límite para las políticas de ajuste es la resistencia de los ajustados.
Y los ajustados, hoy, por contraste con su propia memoria del ciclo distributivo, parecen movilizarse más rápidamente y constituirse del modo más veloz.
Todos estos sectores tienden a confluir, a tender puentes, a unificarse detrás de estrategias comunes –no sin las dificultades y los avances y retrocesos propios de campos de fuerzas muy heterogéneos– bajo la intensidad de la memoria de un proyecto incluyente de los sectores populares y frente el horror de un plan que repone los peores contornos del país excluyente de los años noventa.
El Partido Solidario integra desde adentro ese proceso de confluencia de fuerzas: muchos de sus militantes y dirigentes enfrentan todos los días al proyecto neoliberal desde su participación en organizaciones de pequeñas y medianas empresas, entidades de consumidores, clubes de barrios, centros culturales, sindicatos, agrupamientos juveniles y de género, entre otros frentes de lucha.
Hoy, cuando el proyecto neoliberal comienza a mostrar sus efectos perversos, con miles de nuevos desocupados y nuevos pobres, con destrucción de las industrias y el avance sostenido de la exclusión y la desolación de los argentinos, el compromiso con la unidad y con el reagrupamiento de fuerzas detrás de un proyecto que recupere lo mejor de los doce años de transformaciones populares e incorpore lo que faltó o lo que no se hizo bien, no es sólo una necesidad sino también una obligación.
Se trata de unirse. Pero no de cualquier modo: unirse detrás de un proyecto de transformación.
En eso estamos, a eso los convocamos, a eso debemos dedicar todas nuestras energías en los próximos meses.