Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Si bien aún no se inició formalmente, la campaña electoral ya está en marcha luego del cierre de alianzas y candidaturas. El tema central del programa político, económico, social y cultural, ya es insoslayable y perentorio. Se trata de explicitar ante el pueblo las ideas rectoras, el rumbo estratégico y el modelo económico para la gestión de gobierno.
La temática fundamental del programa fue planteada en diversas oportunidades por la Vicepresidenta quien afirmó que el modelo tiene que abordar los desafíos presentes y futuros sobre la permanente disyuntiva histórica de nuestro país, ¿quién conduce el proceso económico y la distribución de la riqueza: el mercado, es decir, las corporaciones locales o extranjeras; o el estado nacional como representación democrática del pueblo de la nación?
Superada la pandemia, el gobierno del FdT logró el crecimiento del producto bruto. El aumento del tamaño de la torta potenció la disputa entre los distintos sectores por apropiarse de su mayor porción. Ante este grave problema de la distribución del ingreso, la Vicepresidenta convocó a ponerle “carita fea a esos que tienen mucho”. Se refería a los grandes empresarios, quienes firman acuerdos de precios que luego violan e incumplen. Todo indica que el estado, en representación de la ciudadanía, debe actuar con mayor energía ante esas conductas abusivas. Esta temática crucial debe ser claramente planteada en el programa. La experiencia indica que para llevar a la práctica estas ideas es imprescindible asumir la conflictividad que inevitablemente se generará con los grupos económicos. Así se llega a la clave del asunto: la decisión política de privilegiar la vida de las mayorías del pueblo, quien seguramente responderá con su pleno apoyo si es interpelado por el gobierno democrático.
Otra cuestión central es la deuda con el FMI contraída por el gobierno de JxC. El contubernio entre el ex mandatario M. Macri y el ex presidente D. Trump, fue el causante de este despropósito, pero hay más: por la suba de las tasas de interés y los sobrecargos se incrementa la deuda en 3.000 millones de dólares. Nos penalizan porque ellos tomaron la decisión política de otorgar un préstamo impagable. Es indudable que el programa debe incluir la revisión integral del acuerdo, ya que no solo es imposible de afrontar, sino que generaría condicionamientos gravísimos para la vida de nuestro pueblo y comprometería la propia soberanía como estado nacional.
El programa deberá incluir una clara y explícita política en defensa de nuestros recursos naturales, impidiendo que las grandes corporaciones mineras internacionales desalojen de sus tierras a los habitantes ancestrales. Industrializar el litio es un objetivo estratégico para el futuro pero se debe poner en revisión toda la normativa elaborada e instrumentada durante el menemismo, incluyendo los porcentajes coloniales de las regalías que pagan las empresas. Los frutos de las entrañas de nuestra generosa geografía deben ser uno de los instrumentos esenciales para obtener ingresos e ir mejorando los niveles de vida de los núcleos humildes y clases medias. Para ello los nuevos capitalistas mineros siguen actuando inspirados en el apotegma de Hernán Cortés: “nosotros los españoles tenemos una enfermedad en el corazón, para lo cual el único remedio es el oro”. Claro que ese afán es presentado como “nosotros venimos a traer inversiones”. El programa debe plantearse también la recuperación del sector asalariado en todos sus niveles comenzando por los más bajos llegando hasta sectores medios, quienes perdieron durante el macrismo un 19 por ciento de sus ingresos. Durante la gestión del actual gobierno hubo una importante recuperación del empleo, sin embargo hay franjas de trabajadores cuyos ingresos corren por detrás de los precios. El tema del salario está directamente ligado al apoyo a las Pymes, principales generadoras de empleo, de riquezas y amalgama del tejido social y cultural.
En la otra vereda proponen el modelo contrario. Ya no lo ocultan como hizo Macri en el 2015, quien no trepidó en mentir inspirado en el ejemplo de Carlos Menem. Ahora dicen que “dinamitarán el régimen kirchnerista”, se debe “terminar con el peronismo” y “poner orden contra el pantano populista”. Intentan abrirse paso con consignas extremas que descalifican a identidades históricas de grandes mayorías sociales y políticas. El primitivismo ideológico de esos discursos larretistas y bullrichistas, se compadece con antiquísimos planteos de la ultraderecha. Intentan arrastrar a diversos sectores de la sociedad a esas narrativas polarizantes, claramente antidemocráticas. Esta línea de acción es pariente cercana del griterío de Milei, quien contacta con una variedad de disconformidades sobre la política y los políticos y la falta de soluciones a problemas crónicos de índole económica y laboral. Estas insatisfacciones materiales e ideológicas se complementan con la dilución de una épica colectiva de carácter nacional, popular y patriótica. Así resulta que Milei es la expresión de la rebeldía, y los cambiemitas son los revolucionarios.
En nuestra ciudad, los amarillos transitan por los mismos carriles ideológicos y simbólicos. Lousteau competirá con el píccolo primo del hijo del viejo Macri. Sus expresiones para definir el carácter de su interna, fueron lastimosas: “va a ser lindo, activo y divertido”. La “ola progresista” representada por el radical Lousteau, también se presentó con ideas y eslóganes propios de venta de jabones de tocador: “…hay continuidad y cambio…sigamos mejorando Buenos Aires”. Corona su discurso desteñido con “la ciudad se ha transformado, gracias a todos los que trabajan para que sea posible”. La nada misma. En la parte de propuestas también se lució por su medianía para afrontar los verdaderos problemas ecológicos, los núcleos de pobreza, las carencias de las clases medias, la falta de políticas de vivienda, la crisis terminal del código urbanístico concluyendo con una idea pretendidamente novedosa: “hacen falta viviendas en el barrio sur de la ciudad”. Todos juntos en un gran vacío ideológico y de un conservadurismo disfrazado de moderno para afrontar los problemas de vecinos/as y ciudadanos/as porteñas.