Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
El gobierno de Juntos por el Cambio genera datos imprecisos o manipulados: sus proyecciones de inflación, de crecimiento, de pobreza o de desocupación, para tomar sólo algunas variables, han sido casi siempre desacertadas. Esa imprecisión o manipulación también se ha hecho presente en la presentación de los resultados electorales. Por eso, ahora crecen las expectativas de que el escrutinio definitivo de las elecciones del domingo pasado pueda mostrar una mayor distancia en favor del candidato del Frente de Todos, debido al modo en que el oficialismo presentó las primeras cifras.
Juntos por el Cambio —y algunos medios nacionales— han generado un mundo de sensaciones: si no pueden imponerse en las elecciones, por lo menos intentan instalar la percepción de que su oponente no ha ganado de modo convincente. Es decir, en el escenario en el que han sido derrotados tratan de arrebatarle al oponente la contundencia de su triunfo. Es su plan B: si no pueden ganar relativizan la victoria del vencedor. Por supuesto, ello tiene consecuencias políticas: minimizando el 48 por ciento y sobrevalorando el 40 por ciento intentan reducir la legitimidad de origen del gobierno recién electo. Esa operación ha tenido algún efecto porque ha actuado sobre las altas expectativas generadas por la mayoría de las encuestas: éstas adelantaron una distancia muy amplia a favor del candidato opositor que, contrastadas con los primeros números del recuento provisorio, desencadenaron una primera reacción de desconcierto y luego de cierta insatisfacción.
En este escenario, hay que poder separar lo esencial de lo accesorio.
Lo primero es que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se impusieron por una cifra que es, hasta ahora, de ocho puntos y seguramente será mayor. Si hace noventa días hubiéramos dicho que se ganaba por esa diferencia en primera vuelta nos hubieran cuestionado por exceso de optimismo.
Lo segundo es que el triunfo del domingo interrumpió el ciclo del neoliberalismo en la Argentina impidiendo un segundo periodo de Mauricio Macri, que hubiera sido terrible para la mayoría de los argentinos y argentinas.
Lo tercero es que el Frente de Todos ganó ampliamente la elección en un escenario de fuerte polarización, en el que las terceras fuerzas perdieron de modo anticipado sus votos en favor de las dos propuestas con mayor proyección electoral. Es decir: la primera vuelta se transformó, en los hechos, en la segunda y por eso Roberto Lavagna, José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión y Nicolás Del Caño perdieron una parte importante de sus electores. Juntos por el Cambio más que un voto para sí activó un voto en contra de su principal oponente. Por eso, volvió a agitar el miedo del regreso del kirchnerismo.
En paralelo, tomó una serie de medidas coyunturales como los créditos de la ANSeS, el programa de Precios Cuidados, el plan de cuotas para compras con tarjetas Ahora 12 y el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos. Por supuesto: se trató de medidas desarticuladas y con escasos efectos concretos. Pero fueron presentadas en un relato gubernamental que aseguraba que a partir del próximo año todo iba a mejorar vertiginosamente. Decía: “Lo que viene es distinto, ahora viene el crecimiento, ahora viene el trabajo, ahora viene la mejora del salario, y viene el alivio en el bolsillo”. En el marco de un enorme despliegue propagandístico Macri repitió una y otra vez que ya sufrimos lo que teníamos que sufrir: “El esfuerzo de todos no fue en vano. Valió la pena porque hoy estamos mucho mejor parados que hace 4 años para comenzar a crecer”. Paralelamente, insistía con que había tomado nota de los errores y estos ya no se iban a repetir. Estas medidas de alivio, por supuesto, duraron mientras duró la campaña electoral.
Lo sabemos: el neoliberalismo posee una infernal máquina de instalar en la cultura de la ciudadanía determinados valores que horadan el pensamiento y que se van convirtiendo en el sentido común. Por eso, el proyecto derrotado en las urnas cuenta en la Argentina con una importante base de sustentación electoral. No hay allí mucha novedad: es el 40 por ciento histórico que no vota proyectos liderados por el peronismo, por el kirchnerismo, en sus distintas vertientes y facetas y, mucho menos, por todos esos sectores unificados.
Lo que sí cambió drásticamente en estas elecciones, con relación a las de 2015, son los resultados alcanzados en la provincia de Buenos Aires. Daniel Scioli ganó allí en 2015 en primera vuelta por el 37,28 por ciento de los votos frente al 32,80 de Mauricio Macri. En esta última elección, en cambio, la fórmula Fernandez – Fernández sacó (por ahora) 52,1 por ciento contra 36 de Juntos por el Cambio. La diferencia de un poco más de 4,48 puntos en 2015, en 2019 se amplió a más de 16.
El Frente de Todos ganó porque reconstruyó una mayoría en los sectores más afectados por las políticas implementadas por el oficialismo, sobre todo en el conurbano. En cambio, mucho queda por hacer para sumar a los sectores medios urbanos. La tarea es la de siempre: hay que profundizar el diálogo con esos sectores medios. Son los que tienen reservas o prejuicios y continúan votando en contra de sus propios intereses. Son, también, el producto del desequilibrio de medios: el poder comunicacional propio no es aún el suficiente para equilibrar el poder inmenso que ellos han acumulado en ese campo, y con el que establecen el sentido común de una parte importante de la población. Tampoco aquí hay demasiada novedad: es lo que hace años denominamos batalla cultural.
Mientras, comenzó la transición entre el gobierno que perdió las elecciones —pero continuará gobernando hasta el 10 de diciembre— y el que resultó vencedor —pero recién comenzará a gobernar a partir de esa fecha—. Por supuesto, no hay cogobierno. La transición es un proceso de toma de conocimiento y de preparación de los equipos y de las políticas para que el gobierno entrante comience a suplantar un proyecto para minorías por otro en favor de las mayorías a partir del mismo 10 de diciembre.