Perfil | Opinión
Por Carlos Heller
La Argentina de hoy no tiene nada que ver con la Argentina de la semana pasada. El intento de asesinato a la vicepresidenta de la Nación trazó un límite absoluto a partir del cual hay un antes y un después. Los discursos del odio y de la estigmatización, que generan un clima propicio para que se produzcan actos violentos, ya no pueden ser naturalizados. Estamos ante una gran oportunidad: la de volver a la cultura de la discusión y del intercambio de ideas. Con el adversario se debate y se polemiza, pero nunca se puede tener como objetivo su eliminación. Se trata de generar un nuevo consenso alrededor de una cultura política basada en el intercambio democrático y no en el odio y en la violencia.
Cuando decimos discurso del odio, no solo nos estamos refiriendo a sus contenidos agresivos: también aludimos a los aparatos de producción, de repetición y de diseminación de esos discursos. Es en el nuevo ecosistema comunicacional donde confluyen los grandes medios tradicionales con las redes sociales globales; allí esos discursos alcanzan una escala sin precedentes. Repetidos muchas veces, son un caldo de cultivo para la generación de actos violentos.
Por supuesto, entre las principales fuerzas políticas de nuestro país hay visiones de sociedad y de Estado, entre otros ejes, francamente enfrentadas. Pero el problema no son esas diferencias, sino los estilos con los que se intentan debatirlas. No es lo mismo tratar al otro como un adversario con el que tengo desacuerdos profundos, que como un enemigo al que estigmatizo, descalifico y sobre el que voy creando la imagen de que hay que eliminarlo de alguna manera. En la radicalización de los lenguajes se expresa el poder que tienen los grandes aparatos de comunicación tradicionales y las nuevas plataformas digitales.
En los últimos días hubo fenómenos positivos: la movilización posterior al atentado, por ejemplo, tuvo un enorme crecimiento comparada con las que se produjeron inmediatamente después del alegato del fiscal Luciani. Esta mayor concurrencia se debió a que se sumaron participantes con matices o con diferencias entre sí, pero que coincidían en que era necesario trazar un límite fuerte. Mucha gente se sumó para señalar “acá hay una raya que no se puede pasar”. Por eso, creo que estamos en un país diferente.
En este escenario, los diputados del Frente de Todos hicimos un gran esfuerzo en la última sesión especial de la Cámara para lograr una declaración conjunta de los bloques parlamentarios. El pronunciamiento resultante, aprobado por amplia mayoría, repudió el grave atentado contra la vicepresidenta y exigió el “pronto y completo” esclarecimiento del hecho y la condena a los responsables.
Los discursos de nuestro espacio político y de otras fuerzas tuvieron un tono similar: un llamado a poner un límite, a reflexionar sobre el odio y la violencia. En cambio, los discursos de la principal oposición hicieron foco en la existencia de un presunto delito individual y en el fracaso de la seguridad de la vicepresidenta. Incluso, para que la oposición firmara la declaración, fue necesario suprimir el párrafo que se refería al discurso de odio. Finalmente, Juntos por el Cambio apoyó la resolución, pero tratando de eludir el tema de fondo, es decir, la denuncia del clima de estigmatización y de odio que puede promover este tipo de atentados, como el sufrido por Cristina Fernández de Kirchner. Además, para lograr que acompañaran, fue necesario votar primero y dejar los discursos para una segunda instancia.
Posteriormente, el Senado convocó a una sesión similar, pero la principal oposición directamente decidió no concurrir. Adujeron, entre otras cosas, que el Senado ya se había manifestado con la foto conjunta de los interbloques el día del atentado y que ir al recinto nuevamente era más un show que otra cosa. La reacción inicial espontánea de repudio fue virando con los días: quizás hicieron cálculos y llegaron a la conclusión de que políticamente no les convenía. Es peligrosa y es preocupante esa posición de Juntos por el Cambio.
Las crisis contienen oportunidades. En este caso, tratar de refundar una cultura política basada en el debate de ideas y la argumentación dejando atrás la estigmatización, el odio y la propuesta de eliminación del otro.