Tiempo Argentino | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Paradójicamente, el año trágico de la pandemia en que murieron en nuestro país más de 41 mil compatriotas y cerca de un millón y medio sufrieron la enfermedad, finaliza con el Parlamento Nacional funcionando en plenitud, tratando leyes de gran trascendencia para la Nación y la ciudadanía.
La aprobación parlamentaria de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y la del “Plan de los 1000 días” tienen una significación de trascendencia histórica. No sólo favorecen a las personas gestantes que deben tomar la decisión de interrumpir su embarazo, sino que se transforma en una cuestión de salud pública y en un derecho fundamental que mejora a toda la sociedad. Con la ley de IVE se remueve una rémora propia de ideologías inficionadas por prejuicios patriarcales y clasistas, de subestimación y desprecio a la mujer y a la libertad de cada una de ellas a decidir sobre su cuerpo y su vida. Como dirían los reformistas del 18 “desde hoy contamos para el país con una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan, son las libertades que faltan”.
Resulta notable también que, simultáneamente, la Cámara de Diputados le dio tratamiento y aprobación a una nueva fórmula jubilatoria, dejando atrás otra piedra en el zapato de los jubilados, ya que con la fórmula del macrismo perdieron un 19% en dos años.
La unidad continúa marcando el camino
Si apreciamos el convulsionado año 2020 a partir de sus inicios, desde una imprescindible visión política, surge un elemento determinante: el pronunciamiento electoral de octubre definió un triunfo contundente del Frente de Todos como expresión de la unión del peronismo junto a otras fuerzas e identidades políticas que se integraron. En ese punto decisivo ya nadie pone en duda la visión política estratégica de Cristina Fernández de Kirchner para la formación de un gran Frente. El panorama de ese momento crucial se completa registrando la derrota de la derecha a pesar del notorio apoyo del establishment local, de los medios de comunicación monopólicos y sus editorialistas todo terreno, y del gobierno de la gran potencia de nuestra época, con un Donald Trump como remedo de aquel Spruille Braden de los años cuarenta que actuó como cruzado contra Perón y el populismo de entonces. Claro que como aquel del 18 Brumario, “la historia se repite, pero ahora como una miserable farsa”.
El triunfo y advenimiento de un gobierno democrático y popular, y el fracaso electoral de Juntos por el Cambio sigue siendo el punto dominante en la relación de fuerzas políticas de la actual fase.
El inesperado revés electoral del macrismo no hizo más que potenciar y sacar a la luz pública la ausencia total de propuestas conducentes a la sociedad, un estado de incapacidad para generar iniciativas parlamentarias y la imposibilidad de protagonizar un debate ideológico argumentado y respetable. Asistimos a un verdadero descalabro ante la sociedad, lo cual acentuó su conducta agresiva y obstruccionista, no sólo frente al gobierno legítimo, sino también ante la misma democracia como sistema. Una vez más los núcleos del poder corporativo, mediático y cultural, reniegan de la democracia, de la división de poderes y del respeto a la voluntad popular cuando sienten que la omnipotencia de su poder se ve amenazada por un gobierno que se propone cumplir con su compromiso frente al pueblo que lo votó. Es dable registrar que ese desplazamiento hacia una conducta agresiva, provocativa y sin destino, deja al garete a una parte de su base electoral, de tradición liberal, laica, sinceramente democrática, que los votaron desde un lugar independiente y que suelen fluctuar como votantes, especialmente cuando la situación se polariza. Nada indica que esa faceta antidemocrática y de un clasismo excluyente, se vaya a alterar en los próximos tiempos.
El rumbo político del gobierno de Alberto y Cristina, fue marcado a fuego en los discursos iniciales del nuevo Presidente: convocar a la unidad en un contrato social fraterno y solidario en la emergencia social producto del macrismo, definiendo que vivimos un tiempo en que se debe “comenzar por los últimos para llegar a todos”, fomentar “un Estado presente constructor de justicia social", levantando la gran idea de todos los tiempos: la lucha por la igualdad social. “Sin pan, la vida solo se padece, sin pan no hay Democracia ni Libertad”. En suma, la solidaridad es la viga maestra de la reconstrucción nacional”.
Enfrentamos un nuevo año, un nuevo tiempo que miramos con esperanza, afirmados en que hemos transitado el 2020 con un gobierno que ha hecho un valiosísimo esfuerzo por cumplir con sus promesas electorales. El esfuerzo económico fue esencial para favorecer a las minorías más humildes, a los trabajadores y a los sectores medios más vulnerables, con un sentido auténticamente humanista. Desde el IFE a nueve millones de mujeres y hombres olvidados, el ATP beneficiando a dos millones y medio de asalariados, remedios gratuitos a jubiladas y jubilados, congelamientos de tarifas que aliviaron a usuarios domiciliarios y al sistema productivo, créditos subsidiados a trabajadores, autónomos, profesionales y PyMes, más recursos a la ciencia y tecnología, además de un nuevo plan de repatriación de científicos y científicas.
Estos ejemplos marcan el cumplimiento de ese rumbo. En lo macroeconómico, la fuerte baja de la inflación heredada del proyecto neoliberal, también señala el camino a seguir transitando, aunque es imprescindible una acción decidida ante los grupos oligopólicos que forman los precios a piacere, para perpetuar sus grandes ganancias a costa de los consumidores, o sea de la ciudadanía. Las decisiones más valiosas del gobierno a favor de las mayorías implicaron asumir el conflicto con los poderes fácticos. En este sentido resulta ejemplificador el decreto presidencial que estableció el carácter público de las tecnologías de información. En el mismo sentido, fue de gran relevancia política la aprobación parlamentaria de la ley del Aporte solidario y Extraordinario, iniciativa de los diputados Máximo Kirchner y Carlos Heller, que recaudará una suma cuantiosa aportada por una minoría de multimillonarios. La denominada ley del fuego, que frenará el oprobio de los especuladores incendiarios, también debió vencer el lobby de esos sectores con la aquiescencia de “reputados” editorialistas.
Se trata entonces de seguir avanzando en pos de un reparto más equitativo de los ingresos, comenzando por el salario de todo el sector de ingresos fijos, tanto los trabajadores registrados como los marginados del sistema formal. Está en juego la vida de millones de hombres y mujeres postergados por el proyecto político conservador. En nuestro país, tan rico por sus riquezas naturales y humanas, la economía está más concentrada que nunca en manos de minorías que medraron a costa de los trabajadores y las capas medias, malversando al viejo Lavoisier: "nada se pierde, todo se transfiere..." a los ganadores de siempre. Sin embargo, todo indica que esta vez el tiro será para el lado de la justicia.