Edgardo Form*
Banderas flameantes, caras de alegría, familias enteras recorriendo la avenida más ancha del mundo, grandes y chicos luciendo sus escarapelas, multitudes aclamando a los artistas populares, el Himno Nacional Argentino interpretado por millones de voces... Sí, el Bicentenario de la Revolución de Mayo fue una fiesta inolvidable.
Un encuentro de generaciones que se congregaron en el corazón de Buenos Aires y en tantos otros puntos de encuentro, a lo largo y ancho del país, para celebrar el cumpleaños de la patria, afirmar su identidad, disfrutar con alguno de los variados recitales o poder decir el día de mañana que estuvieron allí, donde pasaron muchas cosas. Todas esas motivaciones y seguramente muchas más se conjugaron durante la celebración de este aniversario redondo.
Para quienes tuvimos la dicha de vivir aquellos días febriles de 1973, con la presencia inolvidable de Salvador Allende durante la asunción de Héctor J. Cámpora, es muy difícil de explicar la sensación maravillosa de presenciar, treinta y siete años después, la marcha se siete presidentes de países hermanos, acompañando a la primera mandataria argentina, a lo largo de la Plaza de Mayo y rodeados del afecto de millares de compatriotas. Y más aún: ver el retrato del Che Guevara en la galería de próceres latinoamericanos, inaugurada por estos días en la Casa Rosada, nos dice que algo nuevo está ocurriendo en esta región del mundo, castigada durante las décadas pasadas por la sobredosis neoliberal y antes por el terrorismo de estado.
Decíamos recientemente en una declaración conmemorativa, que “el sueño eterno de la revolución, encarnado en los hombres y las mujeres de mayo, revive en estos días de festejos y homenajes. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, de un nuevo contrato social, de la democracia participativa, de una nueva y gloriosa nación reverdecen en esta época de globalización y crisis. La vocación transformadora de Moreno, Belgrano y Castelli, entre otros recordados próceres de la gesta patria, marcó una impronta que a lo largo de estos doscientos años mantuvo la vigencia de las causas justas e imperecederas”.
Algo de todo esto debe haber estado en la memoria profunda y en los corazones de los ciudadanos que se concentraron frente a los palcos instalados en la 9 de Julio, o de los hermanos y hermanas que integran los pueblos originarios y llegaron marchando desde muy lejos a la Capital Federal de la República.
La felicidad acumulada durante estas jornadas no nos debe hacer olvidar las penurias vividas hace menos de una década. Tampoco la historia del siglo pasado, en cuyo transcurso nacimos la mayoría de los compatriotas que caminamos hasta el cansancio por el Paseo del Bicentenario. Debemos recordar que la inestabilidad política que caracterizó el período comprendido entre 1930 y 1982, con la sucesión de golpes y contragolpes de Estado, ha sido consecuencia de la puja iniciada el 25 de Mayo de 1810 y también – debemos subrayarlo – de una gran carencia que padecieron los revolucionarios de entonces y constituye un enorme desafío en la actualidad: la falta de un sujeto social organizado y consciente, comprometido con un proyecto estratégico y dispuesto a sostenerlo.
El Bicentenario de la Revolución de Mayo nos da la oportunidad de centrar la mirada en estos y otros grandes temas, para saldar las cuentas pendientes de la historia y, sobre todo, para instalar los pilares del país que anhelamos hacia los siglos venideros.
* Dirigente del Partido Solidario