Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
El lunes pasado, los mercados financieros y bursátiles evidenciaron fuertes tensiones. Y si bien en la semana los índices se recuperaron, quedó en claro una vez más la fuente de inestabilidad y volatilidad que genera el entorno global desregulado. Hay dos motivos que explican lo sucedido.
Por un lado, el miércoles 31 de julio el Banco Central japonés incrementó su tasa de política monetaria del 0,1 por ciento al 0,25 por ciento y anunció que irá reduciendo la compra de bonos del propio gobierno, lo cual redundará en una menor emisión de yenes.
El mayor costo del dinero en agosto y la tendencia asociada a la revalorización del yen generaron una rápida salida de inversiones especulativas en acciones globales, para desarmar posiciones apalancadas en la moneda del país asiático (la reversión del denominado “carry trade”). Un carry trade conocido en nuestro país, como así también sus efectos, especialmente en la época de las Lebac colocadas a inversores privados (incluidos extranjeros) que obtuvieron grandes ganancias en dólares (entre 2016 y 2017) y que luego fugaron al exterior en el 2018.
El otro suceso giró en torno a los datos del mercado laboral de Estados Unidos que avivaron temores sobre el ingreso a una fase de contracción de la economía. La tasa de desempleo de julio marcó 4,3 por ciento (+0,2 p.p. mayor a lo esperado), la más alta desde octubre de 2021. También se difundió la estadística de creación de puestos de trabajo no agrícolas, cuyo resultado fue peor al proyectado. Adicionalmente, la Reserva Federal (FED) mantuvo las tasas de interés, aunque también dio señales de que en septiembre comenzaría la reducción de las mismas. No son pocos los analistas que señalan que la FED cometió un error al no recortar las tasas previamente. Hasta ahora había confianza en que la economía estadounidense se mantenía sólida, crecía moderadamente y la inflación se desaceleraba, un “aterrizaje suave”. Pero esta evolución podría verse amenazada si la FED no recorta lo suficiente las tasas de referencia en su próxima reunión del 18 de septiembre.
Los que más sufren la volatilidad global son los mercados emergentes, por la vía del denominado “vuelo a la calidad”, que lleva a los inversores a refugiarse en los activos más seguros, en especial en los bonos del Tesoro de Estados Unidos.
En Argentina, la jornada del lunes empezó con caídas muy fuertes de bonos y una suba del riesgo país, que en el mismo día y en los siguientes se fueron revirtiendo. Si el impacto no fue significativo fue por la “desconexión” del país respecto de los mercados internacionales. Con las limitantes que existen en el frente de las divisas, no es difícil imaginar qué hubiera sucedido con el tipo de cambio en un contexto de libre entrada y salida de capitales especulativos, uno de los objetivos que tiene este gobierno, que persigue la idea de levantar el denominado “cepo”.
Además, el entorno financiero global influye en las condiciones que debe enfrentar el país para refinanciar los vencimientos de sus deudas, ya que suele haber menor oferta de fondos externos, y a mayor volatilidad global mayores garantías se les deben dar a los mercados. A eso se le suman los intereses que el país debe afrontar, en un contexto de dificultades para acumular divisas.
El presidente Javier Milei les ha dicho a los mercados: “Como sea, pago”, pero quienes en realidad terminan pagando con estas políticas son las argentinas y los argentinos.
En este contexto, los “brotes verdes” no se ven. El último Índice de Producción Industrial (IPI) manufacturero del Indec registró en junio una caída del 1,6 por ciento respecto de mayo, un descenso del 20,1 por ciento interanual, y en el acumulado del primer semestre la baja alcanzó al 16,1por ciento. Una estadística clara para analizar la evolución de la industria manufacturera es compilar cuántos sectores están creciendo y cuántos decreciendo. El IPI se divide en 68 sectores: de marzo a junio de este año, en promedio, sólo 8 sectores exhiben crecimiento interanual, cuando en los primeros 7 meses de 2023 el promedio fue de 32 sectores, casi la mitad del total. Este cálculo da una contundente muestra de la amplitud de la crisis en la industria.
En este marco, la desocupación no deja de crecer: un dato reciente del Indec muestra que en el sector de la construcción, los puestos de trabajo de asalariados registrados evidenciaron una caída del 18 por ciento respecto a igual mes del año anterior, 88.700 puestos menos. Son algunos indicios claros de un camino que estamos transitando y que no evidencia que cambie su tendencia a la recesión y la pérdida de poder adquisitivo de salarios y jubilaciones.