Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
El gobierno continúa desplegando todo un conjunto de herramientas para tranquilizar la economía y sentar las bases de lo que vendrá cuando se termine de superar los efectos de las dos pandemias. Uno de los planos donde los esfuerzos se profundizan es el financiero. Mientras se avanza en las negociaciones con el FMI, se sigue fortaleciendo el mercado de capitales doméstico y de instrumentos en pesos, y se mejoran las regulaciones del mercado cambiario.
En esta tarea, es necesario empezar a desarmar el falso argumento que suele circular de que “la gente piensa en términos del dólar porque el peso es débil”. Desde mi perspectiva, la relación es la inversa: el peso es más débil cuanto más se fomenta la cultura de la dolarización. En este sentido fueron particularmente responsables las políticas neoliberales de desregulación y de endeudamiento en moneda extranjera, a las que no hay que retornar.
En cuanto a las especulaciones de estas semanas alrededor del dólar ilegal, queda claro que se intenta que esa cotización marginal tenga impacto sobre los precios, y ya se dice que determinados sectores están pagando los insumos al valor del dólar “blue” (el ilegal), lo cual es un total despropósito, pues todo insumo importado se compra al valor del dólar oficial, que está aumentando menos que la inflación.
En una nota de un diario especializado se habla de “lo que piensa gran parte del mercado” y se reflota la experiencia de lo que pasó el año pasado, cuando “tocó los 195 pesos y luego bajó”. El problema, continúa la nota, “lo tienen aquellos que arriesgan lo poco que tienen sin tener, al menos, más herramientas para evaluar”. Más allá del costado especulativo, me parece importante resaltar la frase, porque indica que los menos informados van a perder si compran ahora. Leyendo entre líneas, la nota indica que una vez que pasen las elecciones, la tarea de inflar artificialmente el valor del dólar para tratar de influir en la campaña electoral (un ejemplo extremo es la irracionalidad del dólar a $ 400, valor sugerido por un aspirante a candidato en la interna de Juntos por el Cambio) ya no tendrá sentido, y volverá a valores más bajos.
Lo esencial es que el gobierno tiene suficiente “espalda” como para asegurar la estabilidad cambiaria, según afirmó la Administradora de la Afip, Mercedes Marcó del Pont, y como además lo evidencian los equilibrios macroeconómicos. Hay una convicción política del gobierno de no devaluar, ni antes ni después de las elecciones.
Los hechos en Argentina son más que obvios. No hay razones para que se devalúe el tipo de cambio oficial. El BCRA continúa comprando dólares producto del superávit comercial, el tipo de cambio real multilateral (una buena medida de la competitividad externa del país) se encuentra en valores elevados, están por ingresar en agosto más de U$S 4300 millones en DEG, entre otros datos. La devaluación no es necesaria, y además tendría altos costos sociales y económicos.
En un plano más coyuntural, en la última licitación de títulos públicos el Ministerio de Economía captó $ 119.238 millones y renovó con holgura todos los vencimientos de la semana, al igual que en la anterior licitación. En lo que va del año, se vienen cumpliendo con creces los objetivos planteados en materia de financiamiento del Tesoro. Es algo que también nos indica que los operadores están creyendo en la capacidad de repago del gobierno.
Se conoció que el primer semestre cerró con un déficit primario de apenas un 0,5% del PBI y lo más importante es que se logró apostando a la recuperación de la actividad económica y al aumento de los ingresos fiscales, no al recorte de los gastos. Más aun, el gobierno no duda en incrementar el gasto lo necesario para atender a hogares y empresas afectados por la segunda ola de pandemia sanitaria. Este mayor gasto público por los auxilios que brinda el gobierno, y las políticas para reforzar la producción, vienen rindiendo frutos: hay que seguir consolidando estos logros.
Es una dinámica totalmente opuesta a la expresada por Adolfo Rubinstein, responsable del área de salud durante el gobierno de Mauricio Macri. El exfuncionario sostuvo: “A mediados de 2018 el país comenzó a desbarrancarse y hubo un profundo cambio de prioridades. A mí me tocó ser ministro en ese momento. Tengo que confesar que la salud pública no fue una prioridad en el gobierno anterior y fue simbólico que se tomara la decisión de reformular los ministerios y se pasó el ministerio que yo conducía a secretaría, decisión de la que estuve muy en contra. La prioridad fue la crisis financiera y tratar de mantener la macroeconomía”. Más allá del tinte político que poseen estas palabras en el marco de la interna de Juntos por el Cambio, es una cruda confesión de parte, respecto de las prioridades y del proyecto de Nación que tiene esta fuerza.
Posverdad globalizada
Paul Krugman señala en una interesante nota sobre la realidad estadounidense, que si bien hay mejoras que están a la vista, “el problema es que la política de la posverdad ha ampliado su dominio hasta el punto de anular la experiencia cotidiana”. Este es uno de los grandes desafíos de los tiempos que corren: consiste en desarmar las estrategias que buscan alimentar el miedo y la incertidumbre y llevar a que las personas tomen decisiones que van en contra de sus propios intereses, fundamentalmente a la hora de votar o de apoyar ciertas políticas.
Recientemente Joe Biden tuvo que salir a responder a quienes piden que la FED ajuste su política monetaria ante un alza de los precios que considera momentánea. Una suba de las tasas o un retiro de los estímulos podrían ahogar la necesaria recuperación del empleo. Es la tensión de siempre entre los que lucran con la especulación y el interés de las mayorías.
Como vemos, la posverdad y las presiones sobre las políticas públicas (en parte utilizando esta posverdad) son situaciones que ocurren en la mayoría de los países y también en el nuestro, como lo vengo relatando desde esta columna.
Para ir cerrando, los medios de todo el mundo celebraron el viaje de once minutos de Jeff Bezos al espacio. “El mejor día de mi vida”, afirmó el milmillonario. El senador Bernie Sanders se preguntó al respecto: “¿Se supone que debo estar impresionado de que un multimillonario haya ido al espacio mientras ha pagado cero en impuestos federales algunos años y los trabajadores de su empresa luchan por pagar sus facturas médicas, el alquiler y la comida de sus hijos? No. Es hora de invertir en la gente trabajadora aquí en la Tierra”. Un planteo con el que coincido plenamente. Además, un tema es la investigación espacial, la búsqueda de la humanidad por ampliar sus conocimientos, todo lo cual tiene un inmenso valor. Pero la mercantilización extrema que hoy vemos, en este caso del espacio, no es algo para celebrar.
En un mundo donde cada vez hay más necesidades básicas insatisfechas y hay más pobres, observamos cómo crece la fortuna de aquellos que tienen más de U$S mil millones. En plena pandemia (de marzo 2020 a marzo 2021) y cuando gran parte de los trabajadores del planeta aún no han recuperado sus empleos, la fortuna total de estos multimillonarios pasó de U$S 8 billones a U$S 13 billones, un aumento del 63 por ciento.
Ante semejante concentración de riqueza, principalmente financiera, y la mercantilización de las cuestiones más esenciales, la sociedad en su conjunto debe repudiar los actos egoístas y antisolidarios, y apuntar a modificar las bases de un sistema que es injusto por donde se lo mire.