Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
A Kristalina Georgieva, reciente directora gerente del FMI, le gustaría aplicar, en los países con programas del organismo, “una billetera, un cerebro, pero sobre todo un corazón que late”. “Por supuesto que es duro, pero debemos pensar qué pasaría si el Fondo no estuviera allí”, reflexiona.
Y agrega una observación a la que Argentina debe prestar atención: “las precarias perspectivas plantean desafíos para muchos países que se ven confrontados con dificultades, incluidos algunos de los países que están aplicando programas del FMI”.
Entre las prioridades de política económica para lograr un crecimiento más vigoroso y resiliente, cita: “Ahora es el momento de que los países con margen en sus presupuestos hagan uso de su capacidad fiscal o se preparen para hacerlo”. La doble vara; sólo pueden aplicar una política fiscal que promueva la producción aquellos que tienen superávits, y que, precisamente, no son los más. Pero también resulta interesante una de sus advertencias, en cuanto a que, “en cualquier caso, en todos los países, la reducción de la deuda y el déficit siempre debe llevarse a cabo de forma tal que se proteja la educación, la salud y el empleo”. Se podría pensar esta observación de Georgieva como una ventana abierta para la renegociación de la deuda argentina bajo el precepto de que primero hay que crecer para luego comenzar a pagar la deuda.
La dureza que reconoce Georgieva tiene que ver con las limitaciones de las políticas recetadas por el FMI. El capítulo 3 del reciente informe de “Perspectivas de la Economía Mundial” (PEM) del organismo se enfoca en las reformas estructurales y su impacto en los países emergentes. También existen advertencias: “las reformas requieren varios años para deparar resultados, y algunas de ellas —la flexibilización de las normas de protección del empleo y la liberalización de las finanzas internas— pueden entrañar costos más altos a corto plazo cuando se las lleva a cabo en tiempos difíciles, por lo cual es más conveniente implementarlas en un contexto de condiciones económicas favorables y en una etapa temprana del mandato electoral de las autoridades”. Toda una definición sobre las limitaciones y los costos políticos y de bienestar de estas reformas.
El texto da un interesante ejemplo en el ámbito laboral: “en épocas de bonanza, la reducción de los costos de despido contribuye a que los empleadores estén más dispuestos a contratar a nuevos trabajadores, mientras que en épocas difíciles los hace más dispuestos a despedir a los existentes, ampliando los efectos de una desaceleración”. Una consideración que deberían tomar en cuenta muchos analistas y grandes empresarios vernáculos que no hacen otra cosa que fomentar distintas medidas de flexibilización para “salir del pozo”. En verdad, nos estarían hundiendo más profundo aún.
El capítulo 3 del PEM concluye que “estos hallazgos ponen de relieve la importancia de adecuar prudentemente las reformas a las circunstancias propias del país para maximizar sus beneficios”. Una máxima que no suele aplicar el FMI en sus exigencias, puesto que son casi un calco en todos los países y en todo momento.
En la renegociación de la deuda para obtener periodo de gracia y plazos acordes a nuestras necesidades, resulta esencial discutir sin condicionamientos, para salir de la aguda crisis macrista proveniente de las políticas aplicadas, coincidentes con las recetas del propio FMI.
Por ejemplo, y a mi entender, un incremento inicial del déficit fiscal primario orientado a implementar medidas de fomento (dinero en el bolsillo de la gente, acceso al crédito y beneficios a la producción PyME, a las economías regionales y a las empresas de la economía social y solidaria) generaría un círculo virtuoso de aumento de la producción y el consumo, con el consiguiente aumento de los ingresos fiscales y la reducción del déficit. Hay que salir del enfoque contable en la que la encorsetan muchos analistas ortodoxos, porque la economía siempre está en movimiento, distribuyendo ingresos. Y esa redistribución hacia las mayorías es la clave para “volver a poner a la Argentina de pie”.