Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
La “semana gloriosa” terminó en el oprobio carioca. Los principales editorialistas “serios” venían repitiendo la cantilena del ministro Caputo, del vocero Adorni y el propio Milei, de que el presidente vive “el mejor momento de su mandato”. Acuden a expresiones populares como “le salen todas”, apoyándose en la baja del riesgo país, la contención del valor del dólar y principalmente la reducción inflacionaria. Coronó su semana con la foto soñada de su encuentro de 15 minutos con Donald y Rocky IV, quien seguramente no tiene la menor idea de en qué punto del planeta está la Argentina. Cierto es que comparte con Trump su ultra conservadurismo, su desprecio a los migrantes que serán expulsados, una misoginia primitiva, y el rechazo al cambio climático, ya que el mismo no existiría. Sin embargo, el principal enigma de esta dupla es que Trump representa y defiende los intereses de la principal potencia capitalista del mundo y Milei hace lo mismo; sólo que es el presidente de un país que para Washington y Wall Street está en el extremo de América Latina y es tributario eterno de sus bancos y prestamistas. A continuación, debió presentarse en el evento del G20 en el Brasil del presidente Lula. Allí comenzó su vía crucis. En campaña había dicho: “no hago negocios con China porque no vendo la moral ni pacto con comunistas”. Sin embargo, se reunió con el líder comunista chino quien le concedió 15 minutos. El presidente argentino le pidió que alargue el vencimiento del swap de USD 20 mil millones, que resultaría imposible afrontarlo. Para tal fin, seguramente debió comprometerse a terminar las dos represas santacruceñas frenadas por la actual gestión y que de reactivarse serán un importante aporte a la generación de energía limpia y dará trabajo a 2000 operarios. El sufrido presidente argentino quedó atrapado: su convicción pro norteamericana lo llevó a clausurar todos los acuerdos comerciales con la República Popular, pero ahora debió allanarse y hacer lo opuesto, contrariando lo acordado con el establishment de la Casa Blanca y la generala Richardson que viene periódicamente de inspección.
En su momento había declarado sin tapujos que nuestros recursos naturales los consideran reservas estratégicas de Estados Unidos. Luego llegó el turno del encuentro con Lula, de quien había dicho que “es un delincuente” y “un comunista que debe ser repudiado”. Del encuentro surgió que Brasil será un gran comprador de gas barato de Argentina. Para que eso ocurra, Milei deberá realizar una importante inversión para terminar el gasoducto que había decidido postergar. Por último, firmó los documentos que había perjurado que nunca haría: la alianza contra el hambre propuesta por Lula y la declaración oficial del evento del G20 que incluye la propuesta de un impuesto a las 3000 fortunas más grandes del mundo. En suma, el presidente protagonizó una humillación tras otra. Debió tragarse sus frecuentes insultos a los otros líderes, y adherir el país al consenso de la mayoría. Ya lo había adelantado Domingo F. Sarmiento en su libro “Viajes por Europa, África y América” (1845): ¡del ridículo no se vuelve!” Notable expresión que también utilizó Juan Perón.
Volviendo a la línea argumental de estos días sobre la sumatoria de éxitos del presidente, resulta imprescindible aclarar que este esquema se sustenta en el artificio de escindir la economía real y su impacto en la vida de la sociedad. Las penurias de los 7 millones de jubilados por el recorte de sus ingresos y la eliminación de la gratuidad de los medicamentos, no cuentan. Tampoco importa el deterioro de la educación pública, de los estudios universitarios y el trabajo de los científicos, quienes sufren el congelamiento del presupuesto, y de los sueldos de maestras y profesores. Se oculta también la caída del salario del sector privado, y más aún el deterioro de los ingresos de trabajadores informales. Tampoco se debe hablar del aumento de tarifas a los servicios públicos y los combustibles, que van socavando el nivel de vida de los sectores humildes y a clases medias. En esa línea, se relativiza el grave daño a la industria nacional, particularmente a las Pymes, por la decisión suicida de abrir las importaciones, dejando en estado de indefensión a nuestras empresas y a sus trabajadores. Nada nuevo. Se trata de la misma receta aplicada por Martínez de Hoz y Menem. El dogma thatcheriano, ahora presentado como novedosa panacea libertaria. Esa biblia incluye otra “antiquísima novedad”: reducir al infinito el gasto público y endeudar más al país siguiendo la línea de Macri, Cavallo y Sturzenegger. En esta circunstancia como en las anteriores, el establishment local y sus organizaciones empresarias están decididos a apoyar el experimento, por más antidemocrático que sea, ya que otra vez potencian sus fortunas, y aprecian que recibirán las mieles de esta piñata. En realidad no se trata de ceguera, sino de ganancias. Siempre estas políticas implementadas por tecnócratas y políticos cipayos posibilitaron que los supermillonarios sean más ricos y los financistas de Wall Street y de las Cities locales sigan “llevándosela en pala” (dixit Cristina). En estos modelos, el otro polo, el del pueblo, siempre terminó siendo el pato de la boda. En la oposición política crece la expectativa por el rol creciente de Cristina dinamizando a la militancia, y por la expectativa de que se encauce el debate en la provincia de Buenos Aires del gobernador Kicillof, quien sufre el ataque descarnado del mileismo para aislarlo de su base social.
La ofensiva antidemocrática del gobierno, cada vez más ostensible, se propone doblegar nuevamente a los gobernadores y parlamentarios “amigables”. La vocación ideológica de Milei es gobernar con vetos, congelando al parlamento y silenciando a la sociedad a fuerza de coerción y si hiciera falta de represión. Los jubilados apaleados son una demostración de esa vocación. Resulta imprescindible la unidad de todos los sectores políticos, sociales y culturales dispuestos a defender la vida del pueblo. Confiamos en que las reservas democráticas y el sentido de defensa de la nación como colectivo humano actuarán movilizándose, liberando la enorme energía que existe en el “subsuelo de la patria”, y en la notable cultura de nuestro pueblo.