Por Eduardo Fernández
“Al virus lo frenamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”, titularon todos los medios gráficos nacionales en sus portadas cuando la pandemia mundial, que ya asolaba Asia y Europa, hizo su ingreso en nuestro país hace seis meses. Un mensaje de unidad nacional, a tono con el llamado que el presidente Alberto Fernández viene haciendo de manera sostenida y coherente desde que asumió su cargo. La pandemia, pese al optimismo esperanzador de quienes auguraban que podía volvernos mejor a todos, comenzó a desnudar, a poco de andar, lo poco dispuestos que estaban algunos sectores a frenar el virus “entre todos”.
La saturación de los sistemas sanitarios en el viejo continente nos alertaba, allá por marzo, de la urgencia de poner todos los esfuerzos en ganar tiempo para recomponer la degradada salud pública que nos había dejado un macrismo que hasta le había quitado el rango ministerial a la cartera.
Hablar de esfuerzo del Estado en este contexto de emergencia mundial es hablar de recursos económicos, otra materia que la gestión de Juntos por el Cambio había dejado en rojo: una industria nacional en terapia intensiva con más de 25 mil PyMEs destruidas en el camino, una inflación de 53,8% y una deuda absolutamente impagable que había dejado al país en default incluso antes de que Macri entregara el bastón de mando.
Ese enorme esfuerzo del Estado se tradujo en aportes concretos para asistir a quienes no tenían empleo o trabajaban de manera informal a través de los IFE, a las PyMEs y a sus trabajadores formales a través de los ATP, a las empresas con financiamientos a tasas subsidiadas, a mejorar la infraestructura sanitaria entre muchos programas que buscaron paliar los efectos de la pandemia invirtiendo para esto 6,9 puntos de nuestro PBI.
Sin embargo, y pese a la decisión política del Gobierno nacional de construir todos los consensos necesarios con la oposición, de poner nuevamente en valor a la política otorgándole un rol activo al Congreso de la Nación, que aun con pandemia ya sesionó más veces que el año pasado, apenas llegado el momento de discutir que los que ganaban mucho tenían que ganar menos para ayudar a los que menos tenían, un sector de la oposición y su brazo mediático optaron por tomar un camino harto practicado por la derecha latinoamericana: la desestabilización.
Tratar de recuperar una empresa como Vicentin, intentar cumplir con la promesa electoral de federalizar la Justicia, poner en agenda el Aporte Solidario y Extraordinario para poder seguir atendiendo a los más golpeados por la pandemia o congelar las tarifas de las telecomunicaciones fue suficiente para que aparecieran diputados llamando a reemplazar cacerolas por armas, ex presidentes alertando posibles golpes de Estado, policías de provincia de Buenos Aires rodeando la casa del Presidente, comunicadores amenazando de muerte a la Vicepresidenta, todo muy “justificado y adobado” por un conjunto de medios de comunicación oligopólicos que alimentan de desesperanza a sus audiencias, indicándoles que la única salida para este país es Ezeiza.
La convivencia democrática es otra cosa. Volver a poner a la Argentina de pie significa que todas y todos en cualquier rincón de nuestro país puedan hacerlo. Discutamos democráticamente el cómo. Si no están dispuestos a ganar un poco menos los que lo tienen todo, si no están dispuestos a aportar el 3,5 por ciento de sus fortunas para llevar el agua a un barrio popular al que todavía hoy, siglo 21, no le llega. ¿Con qué clase de Argentina sueñan?, ¿a qué se refieren cuando dicen “entre todos”?