Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
Esta semana se conoció el Índice de Precios al Consumidor (IPC): 3,5% en septiembre según los datos oficiales publicados por el INDEC. Los rubros que subieron por encima del promedio fueron prendas y calzados 6%, bebidas alcohólicas 5,9%, gastos de salud 4,3%, restaurantes y hoteles 4,1% y recreación y cultura 3,8%. En cambio, alimentos y bebidas aumentaron un 2,9%, transporte 3%, comunicaciones 2,8% y vivienda 1,9%, todos por debajo del promedio.
Más allá de algunos factores propios del escenario de la pandemia, se trata de incrementos que no se explican en un contexto de tipo de cambio controlado, tarifas prácticamente congeladas, salarios renegociados dentro de las pautas presupuestarias —aun cuando hubo que revisarlos porque los precios subieron— y tasas de interés que bajaron a menos de la mitad con relación a años anteriores.
Este incremento de la inflación se produce en simultáneo al anuncio de la medida del gobierno de congelar por 90 días los precios de más de 1.200 productos. El proceso inflacionario continúa siendo uno de los problemas más serios de la Argentina. Algunos mensajeros del ajuste aseguran que lo que produce los aumentos es la misma carrera entre los precios y los salarios. ¿Cuál sería la solución? Según ellos, dejar de aumentar los salarios para que éstos dejen de presionar sobre los precios. Para nosotros es exactamente al revés: si quienes aumentan los precios dejaran de hacerlo, no sería necesario aumentar los salarios una vez que éstos recuperaran su poder adquisitivo. El problema es quién es la locomotora y quién es el vagón.
Un segundo análisis que proponen también es insostenible. Es el que afirma que la brecha cambiaria genera los aumentos. Por supuesto, este planteo instala la idea de que el valor real del dólar es el valor del ilegal (el “blue”) o el de los irregulares (dólar “mep” y “contado con liqui”) y entonces los precios se fijan con estos dólares.
¿Por qué se generan esos tipos de dólares? Entre otros motivos, para actuar como un instrumento de presión devaluatoria. Hay fondos que vinieron a la Argentina de la mano del ex presidente del BCRA y ministro de Finanzas de Mauricio Macri, Luis Caputo, en la etapa de gloria de las inversiones especulativas. Una parte de ellas quedaron en pesos en el país como consecuencia del “reperfilamiento” (un modo elegante de nombrar lo que en realidad fue un default) y, cada vez que se les vencen sus colocaciones en moneda local, presionan sobre los mercados para convertir sus pesos a dólares. Éste es uno de los problemas no resueltos.
Volviendo al tema del aumento de los precios en septiembre, parte de esos incrementos parecen deberse a la búsqueda de algunos empresarios de recuperar lo que dejaron de ganar durante la pandemia. Varios de los productos que más aumentaron pertenecen a los sectores que más estuvieron parados. Por ejemplo, ropa, calzado y restaurantes, ítems donde se está produciendo una fuerte reactivación del consumo.
De allí el planteo del nuevo secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, acerca de que los empresarios tienen que ganar pero por cantidad o por volumen y no por aumentos constantes de los precios de las unidades. En esta línea, el gobierno decidió avanzar en el congelamiento de los precios de más de 1200 productos por 90 días. En la presentación de la iniciativa, Feletti reivindicó el acuerdo tripartito Perón–Gelbard de 1973 entre el Estado, los empresarios y los trabajadores que incluyó un fuerte congelamiento de precios y salarios, luego de un aumento general del 20% de estos últimos. Si se congelan los precios y los salarios se ajustan según lo acordado en las negociaciones paritarias, entonces se podría cumplir con el objetivo del gobierno de que los salarios le ganen a los precios.
En ese escenario, Juntos por el Cambio asume posturas cada vez más radicalizadas de derecha. Se han comprometido, al estilo del Tea Party norteamericano, a jurar que nunca votarán un nuevo impuesto o la suba de un impuesto existente. Por supuesto: si no pueden tomar deuda —porque ya nos endeudaron pasando todos los límites imaginables— y no están dispuestos a aumentar o crear nuevos tributos, lo que están diciendo es que ellos gobernarían ajustando. Durante el debate de los candidatos de la ciudad de Buenos Aires, Santoro le preguntó a Vidal cómo pensaban afrontar los pagos de la deuda. Ella respondió: “Si hubiéramos ganado la elección (en 2019) el mundo que sí confiaba en nosotros nos hubiera dado crédito y hubiéramos tenido mejores plazos”. Lo cual es falso. Ya en 2018, Macri le dijo al país que se habían cerrado los mercados y la única salida era recurrir a la ayuda preventiva del FMI. Además, un mes antes de irse, anunció el famoso reperfilamiento de la deuda. Se fueron dejando al país en default. No tenían el mínimo acceso al crédito. Estaban tan desesperados que tomaron tres medidas alérgicas para ellos: decidieron que se vuelvan a liquidar a los 30 días las exportaciones, poner 200 dólares de tope personal y mensual a la compra de dólares y reperfilar la deuda, es decir desplazar para adelante los vencimientos de deuda en pesos. No podían renegociar ni siquiera esa deuda en pesos, imaginemos lo que pasaba con la que estaba en dólares. ¿A qué mercado iban a ir? Lo que dice Vidal es una mentira flagrante.
En este contexto, el congelamiento de precios es sólo una medida de transición mientras se trabaja en soluciones estructurales. Hay cuestiones de fondo que es necesario resolver. Una de ellas es salir de la expectativa devaluatoria que hace que todos los que calculan precios lo hagan con un tipo de cambio que es el que establecen los mercados irregulares o ilegales. La Argentina tiene un problema de bimonetarismo que es cultural porque está instalado en la cabeza de la mayoría de los argentinos y de las argentinas. Otra cuestión es que ocupamos el tercer lugar entre los países con más cantidad de empresas offshore, según el consorcio de periodistas que hizo recientemente la denuncia sobre guaridas fiscales. Luego de Rusia y de Inglaterra, la que sigue en la lista es Argentina. Y esto está íntimamente ligado a la fuga de capitales.
El primer requisito para resolver un problema es conocerlo y reconocerlo. Nosotros sabemos cuáles son los problemas del país y sabemos cómo resolverlos. Ahora, necesitamos un resultado electoral que nos permita tener más fuerza con la cual profundizar y mejorar lo que ya estamos haciendo.