Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
Hemos pasado de la frase “achicar el Estado para agrandar la Nación” a otra que podríamos sintetizar como “agrandar el Estado para proteger a la sociedad”. De pronto, a ese Estado caracterizado por algunos como inútil y prescindible se le pide que repatríe argentinos y argentinas varados en el exterior, que subsidie a distintos sectores vulnerables en el marco de la crisis producida por la pandemia, que controle el cumplimiento de las medidas de aislamiento, en síntesis, que atienda múltiples demandas en un escenario de dificultad creciente. Ese Estado que no servía para nada ahora debería servir para todo. El mercado que, en el relato neoliberal, debía suplantar al Estado no aparece --no puede aparecer-- para auxiliar a quienes realmente lo necesitan. No es eficiente para realizar esta tarea. Su objetivo es maximizar ganancias, no socorrer a ciudadanos en problemas. Entonces, ante la ausencia del mercado reaparece legitimado el Estado. De repente, el gasto público ya no se cuestiona. Por el contrario, se presenta como una necesidad.
Por supuesto, estamos de acuerdo con un Estado presente y con la gente adentro. También lo estábamos antes y lo estaremos después de que la crisis haya pasado. Pero lo más probable es que, cuando retornemos a la normalidad, vuelvan los antiguos discursos. Por eso, es un buen momento para reflexionar sobre si es lo mismo el mercado que el Estado, si el mercado puede reemplazar al Estado, o si hay tareas que son indelegables y que sólo un Estado fuerte, con recursos, con gente capacitada, puede ejecutar. ¿Cuánto hacía que se discutía el tema de los sueldos de los científicos en nuestro país? ¿O cuánto que se discutía los salarios de los trabajadores y trabajadoras de la salud pública en la Argentina? Es un buen momento para preguntarnos qué tipo de Estado queremos. O qué tipo de Estado necesitamos. Las emergencias son emergencias: son momentos para usar las herramientas, no para construirlas. Las herramientas deben ser creadas previamente. No se inventan, de un día para otro, médicos, enfermeros, camas, respiradores, estructuras sanitarias, entre otros recursos. Un Estado fuerte invierte cuando parece que no hace falta, para utilizar las herramientas cuando hacen falta.
En este escenario incierto, Alberto Fernández ha dicho: “Entre la economía y la salud, elijo privilegiar la salud”. De ese modo, se diferencia de lo que hacen otros presidentes que son reacios a profundizar las políticas de aislamiento y buscan que la población vuelva rápidamente a la normalidad por razones que, según ellos, son económicas. Lo que están diciendo es lo contrario de lo que afirma el presidente Fernández: dicen que primero está la economía y después la salud.
Pero, aún en esos casos, los dirigentes están obligados, dada la gravedad de la crisis, a tomar medidas de fuerte intervención de los Estados. El gobierno de los EE.UU., con la aprobación del Congreso, definió un plan de estímulo de 2 billones de dólares para intentar mitigar los efectos del coronavirus y sus consecuencias económicas. Esos 2 billones de dólares para los EE.UU. equivalen al 10 por ciento del PBI del año 2019. De esa suma, 500 mil millones serán destinados a pagos directos a familias y trabajadores. Otros 367 mil millones serán canalizados en préstamos para las PyMEs para que puedan seguir pagando salarios.
En paralelo, China anunció un plan de gastos de 394 mil millones de dólares. Y el Reino Unido aprobó un paquete de 400 mil millones de dólares en garantías crediticias, entre otros ejemplos.
Por supuesto, la proliferación de las medidas anticrisis no alcanza para eliminar la crisis. Alicia Bárcena, directora de la CEPAL, desarrolla un análisis para la región en el que dice que en América Latina y el Caribe se producirá una contracción de la economía que puede alcanzar por lo menos al 2 por ciento del PBI. Y agrega que si se contrajera un 1,8 por ciento el PBI regional, el desempleo subiría 10 puntos, el número de pobres pasaría de 185 a 220 millones y la cantidad de personas en situación de pobreza extrema podría subir de 67 a 90 millones. Luego reflexiona: “El grado de desigualdad es también importante para evaluar hasta qué punto la crisis impactará en los grupos más vulnerables de la sociedad; mientras más desigual sea un país más llevarán estos grupos vulnerables el peso del impacto económico de la pandemia y menos recursos tendrán para combatirla”. Finalmente dice: “Necesitamos repensar todo, la economía completa, necesitamos una nueva visión para enfocarnos en cómo sobrellevar este escenario tan difícil que tenemos por delante”. Es decir: la crisis es una pero tiene distintos impactos e intensidades. No afecta igual a los países ricos que a los países pobres y, dentro de cada país, a los más ricos con relación a los más pobres.
En nuestro país, el virus llegó desde el exterior pero ello no impide que no se traslade al sector más vulnerable de la sociedad. Por eso es necesario poner especial atención en ese sector más desprotegido, menos atendido, menos vacunado, menos alimentado, donde los efectos de la pandemia pueden ser más graves.
En la misma perspectiva de la CEPAL, en una entrevista luego del encuentro virtual con los líderes del G-20 donde pidió la creación de un “Fondo de emergencia humanitaria”, Alberto Fernández afirmó: “Tenemos que preguntarnos si no tenemos que cambiar un sistema capitalista que se ha preocupado mucho más por lo financiero que por lo productivo. Hago un llamado a la condición humana. Algo debe cambiar”.
En ese sentido, el gobierno argentino trabaja incansablemente para aplanar y disminuir la curva de la transmisión del virus. Cuanto menos casos y más extendidos en el tiempo estén, mayor capacidad habrá de atender a los afectados. Para ello resulta fundamental el aislamiento: mientras menos gente circule menos circulará el virus. Los países que no tomaron estas decisiones, como Italia o España, sufrieron una escalada de contagios a un nivel tal que luego no lo pudieron contener. Lo más probable es que la decisión temprana del gobierno argentino consiga que la curva en nuestro país sea más plana y el pico más bajo. Y eso no es un detalle técnico, se trata de vidas humanas. Como dice el Presidente, “entre la economía y la salud, elijo privilegiar la salud”.