Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
Tras salir de la reunión que las autoridades argentinas mantuvieron en Estados Unidos con David Lipton, director interino del FMI, Mauricio Macri expresó: “todo muy bien”. La intención era destrabar el desembolso de U$S 5400 millones que figuraban en el cronograma original del acuerdo con el organismo. La respuesta del FMI fue una seguidilla de evasivas.
Según Marcelo Bonelli (Clarín, 26/9/19), “el FMI no acordará nada con un eventual gobierno de Alberto si antes no hace un convenio político con la Casa Blanca. Lipton fue directo en la reunión y preguntó: '¿Qué va hacer la oposición si gana?'”. Cada vez queda más en evidencia el alcance de la hipoteca que en 2018 firmó el actual gobierno.
De hecho, ya se sabía desde 2016 lo que pediría el organismo. En la revisión del artículo IV el Fondo Monetario afirmaba: “Es esencial reducir el gasto público sobre todo en los ámbitos en que dicho gasto ha aumentado rápidamente en los últimos años en particular salarios, pensiones y transferencias sociales. Una continua reducción del déficit fiscal primario mediante una mayor reducción inicial del gasto primario corriente ayudaría a anclar las expectativas inflacionarias en el marco de tasas de interés más bajas, a reducir la vulnerabilidad relacionada con la fuerte necesidad de financiamiento y encauzar el coeficiente de deuda pública en una trayectoria más sostenible. Para sostener un crecimiento más vigoroso se precisará un mayor avance del programa de reformas estructurales”.
Ortodoxia de manual que se estuvo implementando en estos años, sin otros resultados que el aumento de la deuda, inflación, recesión y desempleo. De hecho, en un panel de economistas de la Conferencia Anual de FIEL se tocó el tema de la deuda. Allí Rodolfo Santángelo, ex socio de Carlos Melconian, habló de corresponsabilidad del acreedor y deudor y también señaló que “al gobierno se le fue la mano” en este proceso. Habría que agregar: no ocurrió sólo con eso.
En materia fiscal, por ejemplo, en una presentación del Ministerio de Hacienda sobre el seguimiento de las metas fiscales realizada en julio de este año se promocionaba como un éxito la reducción del déficit primario de 4,5 puntos del PIB desde 2016, basado fundamentalmente en una caída del gasto primario de 6 puntos. Es un programa ideado para satisfacer a los acreedores externos. A punto tal que desde el gobierno se elogia la baja de los salarios públicos (“el menor nivel real desde 2009”), del gasto de capital (“el menor desde 2005”), de las universidades (“el menor desde 2009”) y así con todos los rubros, considerando los montos destinados. En cuanto al aumento de los intereses, no hubo —naturalmente— ninguna mención: en el segundo trimestre de 2019 llegaron al 3,1% del PIB. Hay que remontarse al primer trimestre de 2001 para observar niveles similares. Todo un indicador de prioridades.
En estos días se acaba de confirmar que la búlgara Kristalina Georgieva asumirá formalmente como directora gerente del FMI el 1 de octubre. Economista y socióloga, fue vicepresidenta de la Comisión Europea entre 2014 y 2016 y desde 2017 es consejera delegada del Banco Mundial, por lo que sólo tendrá que transitar una calle para ocupar su nueva oficina.
Georgieva señaló: “Nuestra prioridad inmediata es ayudar a los países a minimizar el riesgo de crisis y estar preparados para hacerles frente. Sin embargo, no debemos perder de vista nuestro objetivo a largo plazo: apoyar políticas monetarias, fiscales y estructurales sólidas para construir economías más fuertes y mejorar la vida de las personas”. Más allá del cambio de nombres, el mismo discurso, cada vez más edulcorado, y las políticas de siempre.
Son las mismas voces que intentan transmitir la idea de que en realidad el modelo no se aplicó en su máxima expresión y es por eso que el próximo gobierno debería continuar con las “reformas estructurales”. En este sentido, Anne Krueger, quien tuvo el cargo de subdirectora del FMI entre 2001 y 2006, señaló que “Argentina deberá soportar una terapia de doloroso ajuste y los candidatos presidenciales tendrán que comprometerse ya mismo a que eso va a ocurrir”. Un explícito intento de condicionamiento hacia el próximo gobierno. Seguidamente, dejó en claro que la administración de Macri sólo cumplió con algunas de las reformas: “la de eliminar los controles de capital y liberar el tipo de cambio mientras que las demás reformas se demoraron o frenaron para mantener el apoyo del público”. Krueger plantea como una necesidad para salir de la crisis la continuación de las reformas fiscales, monetarias y cambiarias, alentando a dejar el gradualismo de lado ya que, según señala, “sólo prolongará el dolor”. Más palmaria aún con su metáfora hospitalaria, sostuvo sobre la dirigencia argentina: “Deben comprometerse a reformas serias, o el médico puede decidir desconectarlo”. De autocrítica ni hablar.
Negar la realidad
En su exposición ante la Asamblea de Naciones Unidas, Macri eligió presentar una suerte de resumen de la inserción internacional que desplegó en estos años, y quedó en claro el rol subordinado que le asignaron las grandes potencias y este gobierno aceptó gustoso. Entre otras cosas, dijo: “le dimos un renovado y ambicioso impulso a nuestra agenda interna y externa, con acciones y logros concretos en beneficio de nuestros ciudadanos. Luego de más de 20 años de negociaciones logramos un acuerdo con la Unión Europea sin precedentes para ambos bloques y uno de los más importantes a nivel mundial. Esto nos va a permitir potenciar el comercio y las inversiones, impactando positivamente en la calidad de vida de nuestra gente”. Gran dosis de posverdad.
Cerró su discurso diciendo “quiero transmitirles que en esta situación de incertidumbre que estamos atravesando los argentinos, hoy mi prioridad absoluta es ocuparme de todos ellos y llevarles alivio para transitar este momento”. Queda claro por qué se trató de un discurso que casi no ocupó lugar en los medios.
Sin embargo, más allá de la eventual incertidumbre, queda en evidencia que el problema es el modelo. Indicadores sobran. Esta semana salieron datos que reflejan la realidad que atraviesa el mercado interno.
Las cifras publicadas por el Indec muestran que en el mes de julio de 2019 las ventas en supermercados descendieron un 12,7% a precios constantes, mientras que en el acumulado de los siete meses de este año ya llevan una baja similar: 12,8 por ciento. Algo parecido ocurrió con las ventas en los autoservicios mayoristas, que se redujeron un 15,4% en términos reales y un 14% en el acumulado. Indicadores de la merma en el nivel de gastos, principalmente alimentos, que los hogares han debido efectuar.
En paralelo, el Indec también publicó datos que evidencian una mayor concentración de la distribución del ingreso en el segundo trimestre de 2019. Sin embargo, creo que la medida de la concentración no resulta del todo indicativa del verdadero proceso que se está viviendo en nuestro país. Si analizamos con detalle las cifras, el último decil comprende ingresos per cápita familiares desde los $ 27.200 hasta los $ 1.728.000, un rango por demás amplio, que puede estar velando una gran concentración de ingresos en el 1% más rico de la población. Además, con esos valores queda claro que estaría dejando fuera a los más ricos de los ricos. Con lo cual, si bien es indicativa de la evolución, creo que podría estar brindando una información distorsionada del proceso de concentración.
Para cerrar, la cronología indica que en este aumento de la desigualdad, como en los otros indicadores citados y en la situación del resto de la economía, nada tuvieron que ver las PASO. Sólo son el resultado inevitable de las políticas aplicadas.