Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
En el devenir vertiginoso de los acontecimientos políticos de nuestro país confluyen acciones opuestas: por un lado, las manifestaciones multitudinarias en defensa de la educación y las universidades públicas, el trascendente acto del movimiento obrero del 1° de Mayo y el segundo paro general convocado por las centrales sindicales; por el otro, el fuerte impulso del mileismo por imponer como sea su ley, que nació como ómnibus por su omniarticulado refundacional, y ahora se presenta como Ley Bases.
Los girones que fue dejando en un sinuoso y errático derrotero no rebajan su carácter regresivo y antipopular. En realidad forma parte del propósito principal del proyecto de la ultraderecha: liquidar los derechos sociales conquistados a lo largo de un siglo, y colonizar nuestros inmensos recursos naturales beneficiando a las corporaciones extranjeras y a capitalistas locales expertos en medrar a costa del Estado. El plan se propone profundizar la transferencia de riquezas a favor de los multimillonarios, empobreciendo aún más a trabajadores y clases medias. Ese proyecto antinacional tiene como requisito excluyente destruir literalmente la estructura del Estado, conculcar las leyes sociales y los derechos laborales incluyendo las indemnizaciones; y restituyendo el reaccionario impuesto a las “ganancias” que involucra a cerca de un millón de trabajadores.
En pos de ese objetivo estratégico deben derrumbar el muro histórico de la educación pública en todos sus niveles y a la cultura nacional, tanto a sus hacedores, como a sus valores históricos y simbólicos y a las organizaciones estatales que le dan sustento. Para ese plan “más grande de la humanidad” cuentan con el apoyo del poder empresario local y extranjero. Sus organizaciones representativas (UIA, AEA, SRA y AMCHAM) rápidamente abandonaron sus pruritos declamativos republicanos para sumarse a la cruzada mileista, asumen que este es su gobierno y su presidente. La tentación por la subasta de riquezas ofrecida es lo determinante de su conducta política. Funes de Rioja, su vocero más calificado, fue clarísimo: “transitaremos un camino doloroso, pero hay que hacerlo”, para luego confesar: “las reformas laborales serán un gran paso hacia la modernización”.
Ya se sabe que las mentadas reformas fueron escritas en un bufete que lleva su apellido, a pesar de lo cual intenta explicar que no tiene nada que ver. Se trata de una cruda demostración de la inmoralidad de los dueños del poder económico, decididos a actuar con toda impudicia tras su único y verdadero propósito: potenciar siempre sus ganancias. Ahora van por el Senado para que se apruebe esta ley oprobiosa con el fin de arribar al 25 de Mayo con un triunfo simbólico que fortalezca la gobernabilidad, siempre requerida por el establishment criollo y el FMI. No vaya a ser que las luchas del pueblo desborden el esquema político que van construyendo a los tumbos.
Luego de las dos primeras y concluyentes derrotas en ese ámbito, lograron la media sanción en Diputados. Allí contaron con el concurso de sus socios conservadores del PRO, con los amigables autopercibidos progresistas, que discursean para ese lado y levantan las manos para el otro; favoreciendo el triunfo de la ultraderecha. Complementan este cuadro los radicales que se rompieron y doblaron ante la presión del establishment empresario y los medios de comunicación. El argumento de “dar gobernabilidad y herramientas al Presidente, aunque vaya contra mis principios” resulta inaceptable para toda postura auténticamente democrática.
La legitimidad de origen no obliga a quien se siente y define como progresista, a eludir el hecho incontrastable que existe un gobierno de ultraderecha cuyas políticas se direccionan contra las mayorías sociales, la enajenación de nuestras riquezas y la soberanía nacional. La contradicción es flagrante y exhibe un claro quebrantamiento ideológico y moral. La sociedad irá registrando quién es quién con nombre, apellido y pertenencia partidaria.
El Presidente continúa con su estrategia sustentada en la desilusión de importantes núcleos sociales hacia los gobiernos anteriores, alimentada con pertinacia por los medios de comunicación que ha logrado generar una reacción negativista y escéptica, lo cual posibilita que no se vean los verdaderos culpables, los súper millonarios que siguen parasitando más que nunca al pueblo. Esa bruma de bronca y confusión de una parte de la ciudadanía es un logro cultural circunstancial, que irá chocando con la realidad que impacta día tras día en el nivel de vida del pueblo, tanto de las mayorías humildes como de las clases medias.
Claro que existe la otra mitad de la sociedad en la que el rechazo al Presidente, a sus medidas económicas y a su pensamiento cultural es creciente. Las grandes manifestaciones en todas las plazas del país se van transformando en una fuerte potencia sociocultural de un notorio dinamismo político. Desde allí la oposición tendrá que definir el modo de nuclearse y proponerle rápidamente al pueblo una alternativa novedosa, ya que resulta imprescindible que el distanciamiento y rechazo al gobierno vaya generando una perspectiva política hacia el futuro.
La situación social es dramática, de allí que la respuesta no puede ser la mentada moderación, siempre sustentada en que no hay condiciones y en que no se puede, porque no dan las relaciones de fuerza. La experiencia indica que las grandes plazas de la Patria irán alimentando a las pequeñas en barrios, pueblos, centros de trabajo y de estudio; dándole sustento organizativo desde la base social, nutriéndose del enorme valor que surge de la fraternidad y la cultura local. Existen reservas democráticas que irán estimulando la rebeldía frente a las injusticias y arbitrariedades del poder. La batalla cultural y la disputa política irá creciendo ya que los factores de poder sostendrán al Presidente todo lo que puedan y sus editorialistas continuarán con sus ataques a todo lo que se va construyendo, particularmente a los emergentes más representativos y valorados por el pueblo: Cristina Kirchner y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Como siempre, el factor de la unidad es un camino muy difícil, pero el único conducente para cohesionar la energía democrática del pueblo.