La agenda electoral siempre constituye un marco de referencia insoslayable para el devenir político de la sociedad. Alrededor de ella se generan análisis, encuestas, reportajes, declaraciones, conjeturas, proyección de escenarios, es decir una gran miscelánea de mensajes que se derraman a toda la ciudadanía por lo mas diversos canales comunicacionales.
En general reducen todo a disputas personales, de estilos y/o de imágenes y vacían de sentido político a la contienda. Nada de programas, nada de propuestas. Cuanto mas velada sea la verdadera disputa mayor reemplazo de la política por el marketing electoral.
Tenemos que redoblar los esfuerzos de nuestra militancia para hacer eje en la propaganda y difusión de nuestras posiciones de lo que se juega en este año electoral. El año 2001 fue un hito político y el 2003 fue el comienzo de algo nuevo.
El hito fue el colapso del modelo neoliberal que dominó por décadas la sociedad argentina. En el 2003 se inició un proceso inédito, ambiguo en sus inicios pero que gradualmente fue rompiendo con importantes dispositivos estructurales del modelo neoliberal. Los poderes concentrados se vieron cuestionados, y se irritaron progresivamente en la medida que la política dejó de ser una forma de administrar las decisiones previamente acordadas. Pero no solo la forma generó disgustos sino los contenidos de una cantidad de decisiones que transgredieron el manual del buen comportamiento: es decir de obediencia a las recetas del neoliberalismo en el mundo y a la aceptación de las tradicionales relaciones de subordinación con los poderes imperiales y trasnacionales. El viraje en materia de política exterior no cabe duda que es y ha sido un principal factor de confrontación con las derechas locales y extranjeras. El paso de las relaciones carnales a una política exterior independiente, de convergencia con los nuevos vientos latinoamericanos en proyectos de integración con perfiles emancipatorios continúa siendo un eje en disputa. La política de derechos humanos, de juicio y castigo a los represores y genocidas coronó la larga marcha de las luchas del campo popular contra la impunidad. Lo que durante largos años de democracia fueron acciones tildadas de testimoniales, tales como la lucha incansable de las organizaciones en defensa de derechos humanos, encabezadas sin duda por las Madres y las Abuelas o las repetidas presentaciones de los proyectos de anulación a las leyes de obediencia debida y de punto final hechas por el diputado Floreal Gorini que nunca consiguieron quórum, en el 2003 encontraron su cauce. Esto también está en disputa. La resistencia de los que están hoy en el banquillo de los acusados se amalgama con los alaridos de los personeros que braman por vuelta a la mano dura y exigen el retorno a la represión de las protestas sociales y a un enfoque del problema de la seguridad compendiado en las enciclopedias de la otrora lucha antisubversiva. En la Argentina se juega en este año una posibilidad o una gran frustración. La posibilidad es la profundización del rumbo iniciado en el 2003. Se juega, además de lo mencionado anteriormente, el rol del Estado en la economía como actor decisivo frente al mercado, las políticas de inclusión social, el gasto público como instrumento de distribución, entre otras cosas. Claro que se presenta una relación mutua, entre la defensa de todo lo que se ha hecho bien y todas las asignaturas pendientes. Hasta no superar la informalidad laboral, eliminar la pobreza y la indigencia no nos podemos dar por satisfechos. Si no se avanza se retrocederá y éste es el gran dilema y la restauración neoliberal conservadora será entonces la gran frustración. Desde esta perspectiva la construcción de Nuevo Encuentro y el apoyo a la reelección de Cristina y las diferentes alianzas en cada distrito, supera holgadamente la línea argumental de todo simplismo marketinero de la contienda electoral.
Carlos Heller
Diputado de la Nación