Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
La cuestión política económica más importante de nuestro país es la deuda interna social con millones de niños y niñas, trabajadores sumidos en la inhumana afrenta de la pobreza y el hambre, aunque habría que incluir a sectores de clases media acosados por la pérdida de ingresos y la incertidumbre por su futuro. Nos enfrentamos, además, al atolladero del endeudamiento externo que nos dejó el paso del macrismo por el poder, ya que la renegociación de la deuda con quita, período de gracia y reducción de tasas de 68 mil millones de dólares con los acreedores extranjeros privados logrados durante el 2020, es sólo una parte de la pesada ancla que carga sobre los hombros nuestro pueblo. Faltan resolver los otros 44 mil millones de dólares que contrajo Juntos por el Cambio en 2018 con el FMI, para que su modelo de ajuste y fuga de capitales no estallara por los aires, y se lograra la reelección de Macri.
Pasaron dos años de negociaciones, y las posiciones políticas de los distintos sectores involucrados se manifiestan con toda crudeza, ya sea de quienes tuvieron responsabilidad por la impagable toma de deuda, como es el caso de los dirigentes y funcionarios de JxC y del propio FMI, o de quienes por mandato popular deben resolver esta compleja situación en un sendero viable para el país y sus habitantes: el gobierno nacional del FdT. Su postura actual se corresponde con la propuesta a la ciudadanía en su compromiso electoral: salir de esta problemática sin ajustes sobre las espaldas del pueblo, con un proceso de crecimiento económico con inclusión social que pueda atender los dos frentes heredados al mismo tiempo: en primer lugar, la deuda interna social y en segundo, la deuda con acreedores extranjeros.
Paradójicamente, la actual oposición, principal responsable del acuerdo con el Fondo, mantiene su línea de ignorar que fueron ellos quienes generaron este despropósito, pero además se mantienen en una actitud obstruccionista ante la espinosa negociación que llevan adelante el Presidente y el ministro de Economía con el FMI, sujeto a la hegemonía de Estados Unidos. Esa “razón política” de la derecha, es la verdadera causa del rechazo al presupuesto 2022 y de la pretensión de generar un agujero fiscal de 30 mil millones de pesos, con la fracasada intentona parlamentaria sobre la ley de bienes personales.
El ministro Guzmán fue claro: el FMI pretende unidad política para que nos allanemos a lo esencial de su estrategia: las denominadas “condicionalidades”. Lo cual en buen romance significa ajuste del gasto social. Por su parte, el gobierno necesita fortaleza política para hacer valer la posición del país y lograr que no se vea limitado el desarrollo económico, ni se impida el objetivo de bienestar general de los y las argentinas. Sin embargo, en los cada más ostensibles tires y aflojes que tuvo JxC se evidencia un punto crucial que debe ser registrado: el posicionamiento irreductible del jefe de Gobierno porteño, Rodríguez Larreta, aunque finalmente termine accediendo a una eventual reunión con gobernadores opositores. Se trata de una postura política del dirigente de la derecha que se encuentra más concentrado en restaurar el proyecto neoliberal macrista alineado con los intereses de los EE.UU, en un momento político del continente de triunfos de gobiernos democráticos, populares y progresistas, con la revitalización de la CELAC que nuestro país conducirá, lo cual genera una nueva oportunidad histórica de recuperar políticas autónomas de la gran potencia hegemónica, sustentada en la integración solidaria de gobiernos y pueblos en defensa de sus recursos y mejora de la vida de las mayorías.
Ningún gobernador de la oposición sostuvo una actitud política tan antidemocrática y motivada por un interés electoral como la de Larreta, incluyendo al gobernador Gerardo Morales, quien mantiene arbitrariamente presa a Milagro Sala.
En realidad, el modelo económico del jefe de Gobierno porteño coincide con el que propone el FMI. Esta postura no es novedosa ya que se trata de la continuidad del macrismo y su proyecto político, que la ciudadanía rechazó en las elecciones presidenciales del 2019. Resulta necesario apreciar también que a Larreta se le nota cada vez más la sincronización ideológica con el nuevo embajador norteamericano, Marc Stanley, quien exigió que la Argentina realice un viraje en su política exterior hacia los objetivos estratégicos de la gran potencia, a la vez que reclamó perentoriamente al gobierno la presentación de un plan económico ortodoxo, dado que el programa que se lleva adelante en la actualidad no es de su gusto e interés. Este sí que es un halcón, y como tal practica el monroísmo extremo: “América para los norteamericanos”. El comportamiento oportunista del macrilarretismo se propone debilitar la posición argentina ante el organismo multilateral, al tiempo que hace estallar las costuras del disfraz de paloma del alcalde porteño que con tanta dedicación (y pauta oficial) los medios hegemónicos se ocupan de construir con la precisión de un sastre.
Lo cierto es que va subordinando a su plan presidencial la gestión en la ciudad para la cual fue elegido. Dado que ya no puede ser reelecto, y ahora ya liberado del envoltorio colombófilo, hizo aprobar un presupuesto para el 2022 que al igual que en 2021, no destina fondos para obras públicas de envergadura, entre ellas el subte, mantiene la línea de aumentos y “actualizaciones” de impuestos, y vuelca sus energías al armado político en la provincia de Buenos Aires, para lo cual incorporó al ex intendente de Vicente López Jorge Macri. Siguiendo con las contradicciones flagrantes reclama que el lugar para tratar el tema de la deuda sea el Congreso, cuando hizo silencio en el crucial momento en que su mentor Macri nos endeudaba en 24 horas sin consultar al Parlamento y a espaldas de la sociedad. También calla sobre el Gestapoismo que involucra a quien fue su vice jefa de Gobierno y colocó primera en la lista de diputados nacionales: la “paloma reina”, María Eugenia Vidal.