Artículo publicado por: Carlos Heller
El discurso de Cristina Fernández de Kirchner a la Asamblea Legislativa, en el acto de asunción de su segundo mandato presidencial, ha sido una pieza cargada de símbolos y contenidos, que prefiguran una nueva fase del proceso iniciado en el 2003.
La Presidenta evocó a la joven comunista desaparecida, hoy homenajeada otorgando su nombre a un asteroide por la Organización Astronómica Mundial. Relacionó este hecho con una foto recientemente publicada de la presidenta de Brasil (cuando en su juventud prestaba declaración luego de ser torturada ante los tribunales de la sangrienta dictadura que también asoló al país hermano), y reflexionó sobre aquella joven militante estudiante de astronomía desaparecida, que podría estar en ese momento en el lugar que hoy ocupa como primera mandataria. Esto no es un simple hecho que se incluye en un anecdotario. Se trata de la confesión emocionada y emocionante de que hoy celebramos la llegada al poder político en muchos países de la región de los sueños de una generación y su disposición a defender las convicciones, en pos de la conquista de un mundo mejor, sin pobreza indignante y sin riquezas expoliadoras, con equidad y justicia social, con solidaridad y valores plenamente humanistas.
La retrospectiva del discurso presidencial marcó los puntos centrales de rupturas con el pasado reciente hegemonizado por el paradigma neoliberal. En primer lugar, la referencia a la política de derechos humanos, de memoria y justicia, ejemplo en el mundo de que es posible ponerle fin a la impunidad, y a la no criminilización de la protesta social.
Luego, también, destacó nuevamente el rol del Estado como actor central en materia de decisiones económicas y la reafirmación de que la verdadera jefatura económica no está radicada en “expertos” nominados por los grupos de poder, sino en la Presidencia como expresión de la voluntad popular ejercida a través del voto en forma democrática. Y, como cierre, simbolizado con aquello de que ejerce la presidencia de todos los argentinos y no de las corporaciones.
Vale la pena remarcar estos atributos del discurso, pues hace a continuar cimentando en la conciencia social y popular que lo conquistado es un piso del que no se puede retroceder. Se trata de la puesta en valor de la política como el eje de la construcción de una sociedad y un mundo de todos y para todos. Y esto es la antípoda de lo acaecido durante décadas en donde la política significaba la administración de las decisiones tomadas por los poderes concentrados tanto nacionales como trasnacionales.
La Presidenta no ahorró palabras para definir que, si bien el cambio es necesario y posible, no estará exento de disputas ni conflictividades, sobre todo con los sectores que se resisten a ceder los beneficios obtenidos bajo el andamiaje y la arquitectura del neoliberalismo, la teoría del derrame y de la soberanía de los mercados. Éste es un eufemismo conocido por esconder el verdadero significado de representar el poder de los que más poder tienen. Y dio como ejemplo concreto las presiones cambiarias sufridas recientemente y el costo que le significó al Estado nacional conjurarlas y superarlas.
Si bien llamó a la sensatez a quienes, desde el rol empresarial, inciden en el despliegue de la actividad económica, denominó sintonía fina al futuro rol del Estado en el monitoreo de las cuestiones que hacen a los aspectos que impactan en la producción, en el empleo y en la generación de recursos que permitan el sostenimiento de las políticas públicas. Y, en este sentido, reafirmó un objetivo y una bandera trascendente cuando aseguró que, mientras haya un solo pobre en la Argentina, no estará cumplimentado el proyecto nacional.
La nueva etapa que se abre requerirá de avances en la configuración de la fuerza social y política organizada que no sólo defienda lo bien realizado, sino que bregue constructivamente por lo que falta. Avanzar en la distribución de la riqueza no será posible sin encarar una profunda reforma impositiva, que deberá afectar necesariamente a quienes más poseen. Para que el Estado siga prodigando inversión social y asistencia a los más necesitados, habrá que componer un sistema tributario progresivo. Será necesario, también, poner proa a la plena recuperación por parte del Estado de sus recursos naturales y la renta que ellos generan, hoy aún en muchos casos en manos de los grupos de poder trasnacionales. Cuando la Presidenta en los foros internacionales cargó contra el “anarco capitalismo” y su principal sostén, el sector financiero, reafirmó nuestra convicción de la necesidad de reformar el sistema financiero argentino, para lo cual hemos contribuido con la presentación parlamentaria del Proyecto de Ley de Servicios Financieros para el desarrollo económico y social. Cuando reivindica las políticas del Banco Nación, de direccionamiento crediticio a las pymes y las nomina como actores principales de la economía (por su sentido local, regional, de creación de empleo y de vinculación con el mercado interno), también fortalece nuestra aspiración de que el tema de la reforma financiera sea parte de la agenda gubernamental. Y allí estaremos contribuyendo con nuestras ideas y con nuestra experiencia en la gestión.
El marco de festejo popular que tuvo la asunción también es un dato relevante, en cuanto a un creciente estado de conciencia social y, por ende, a la factibilidad de sostenimientos de apoyos a través de la movilización popular. No sería bueno que la militancia sea concebida sólo como movilización y participación en actos y encuentros. Será parte de nuestra responsabilidad política llevar a lo cotidiano todo aquello que requiere ser colocado en la agenda política para avanzar en las leyes y reformas que hacen falta para la profundización del modelo.
Así lo hemos hecho nosotros juntando un millón de firmas, a través de charlas y debates con la comunidad en todo el país, para llevar al Parlamento el apoyo al proyecto de ley de servicios financieros. Y así fue también el proceso que desembocó en la aprobación de la ley de servicios audiovisuales, producto entre otros factores de la creación participativa y de involucramiento colectivo, aspectos que también destacó la Presidenta en su discurso.
En síntesis, claro que falta mucho camino por recorrer para arribar a la “pobreza cero”. Por cierto, aún quedan múltiples asignaturas pendientes con las grandes mayorías, como, por ejemplo, la salud para todos y de calidad, el trabajo cada vez más digno y calificado, la educación progresivamente más creadora de sujetos sociales emancipatorios y el aprovechamiento pleno para nuestro desarrollo de recursos estratégicos, como la minería y el petróleo. Pero todo lo que falta de la copa por llenar será posible si conservamos lo que ya posee y evitamos que las derechas rompan la copa y restauren su añorada “copa del derrame”. Y, para ello, la reelección de la Presidenta, con el gran apoyo mayoritario de la ciudadanía, abre una perspectiva promisoria. En ese marco, hay que batallar más por la unidad en la diversidad por conformar los grandes afluentes de un nuevo tipo de poder, no sólo basado en una democracia delegativa proveniente del voto, sino además protagónica y participativa.
El centro de la alocución de la Presidenta fue la decisión de continuar con estos pilares del modelo y avanzar en su profundización de crecimiento económico con inclusión social, redistribución de la riqueza e integración regional como vector estratégico para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo, del cual no pueden desconocerse los grados de interrelaciones e interdependencias económicas. Sobre todo, en un momento de despliegue impiadoso de políticas neoliberales en los países centrales, que continúan actuando como combustibles de la crisis que esas mismas políticas originaron.
Lo que va quedando claro es que se dibujan dos mundos en perspectiva. El que propone la continuidad neoliberal-conservadora es nefasto para la humanidad toda, ya que el libre desarrollo de las energías mercantilistas sólo puede derivar en una crisis social sin precedentes o en la destrucción lisa y llana del planeta Tierra.
El otro mundo, basado en la lógica de la solidaridad, la colaboración, la igualdad y el respeto a los derechos de los seres humanos y la autodeterminación de los pueblos, es todavía un horizonte lejano pero posible, detrás del cual comienzan a caminar pueblos y gobiernos.
Esta nota fue publicada en la Revista Debate el 29.12.2011