En el caso de las islas Malvinas hay un hecho incontestable e inmodificable. Ellas están unidas a la Argentina y al continente suramericano por la plataforma submarina, y esto es algo que no ha cambiado, no cambiará y ni los ingleses ni el mundo entero pueden modificar.
Según un precepto básico de la dialéctica las cosas son y no son las mismas, al mismo tiempo. En el caso de las islas Malvinas hay un hecho incontestable e inmodificable. Ellas están unidas a la Argentina y al continente suramericano por la plataforma submarina (tanto como la isla de Tierra del Fuego), y esto es algo que no ha cambiado, no cambiará y ni los ingleses ni el mundo entero pueden modificar.
Sin embargo, la significación y, por lo tanto, el enfoque político de la “cuestión Malvinas” ha de entenderse como cambiante, de acuerdo al ritmo de los cambiantes escenarios geopolíticos mundiales, regionales y nacionales.
En este sentido existen, todavía, importantes dificultades, en muchos teóricos de la política nacional e internacional, para entender la magnitud del cambio de época que ha significado el proceso denominado vulgarmente globalización, iniciado allá por el año 1985 (considérese la arbitrariedad que encierra el hecho de ponerle fechas a la demarcación de procesos históricos).
Cuando el gobierno de la dictadura militar toma la ebria decisión de invadir las islas, en 1982, en una acción obviamente, por la naturaleza del tipo de gobierno de que se trataba, inconsulta con el soberano, el mundo vivía todavía en la etapa anterior a esta de la globalización, en la que hoy vivimos, etapa que era correctamente denominada, sobre todo, pero no únicamente, por el espectro de izquierda del pensamiento político, como “imperialismo”.
En ese contexto la Argentina era un país dependiente, particularmente del imperialismo norteamericano, dependencia que la dictadura había venido a profundizar, abortando un intento, importante pero breve, de liberación nacional, iniciado en 1973, y que, ya en 1975, aparecía como destinado a la derrota.
Al encontrarse, la Argentina toda, en una posición de país dependiente, la burda ofensa colonialista de la ocupación británica de las Malvinas, aparecía como un dato más dentro de la ofensa mayor, que era la sujeción (indirecta y simulada pero sujeción al fin) de toda la parte continental al designio de los intereses de potencias e intereses extranjeros, y nacionales aliados con estos, contrarios a los intereses reales del país.
La maniobra perversa de la junta militar, con la invasión repentina de Malvinas, en momentos en que se empezaba a agotar su margen de gobernabilidad en el frente interno (recordar la movilización del 30 de marzo), dejó al pueblo argentino y a sus referentes políticos como rehenes de una situación surgida de una reivindicación justa pero que no estaba entre las prioridades inmediatas en la agenda de la lucha popular del momento, comparada con la urgencia, ineludible, de acabar con la dictadura y volver a la democracia. Para peor esta maniobra involucraba, además, una forma bélica que, difícilmente, hubiera sido la elegida por el pueblo, en estado de verdadera libertad y democracia, como la más adecuada para avanzar en el reclamo legítimo y justo por las islas, en ese preciso instante histórico. Por otra parte, y a propósito de lo que se viene diciendo, en el hipotético (y nunca tan hipotético como entonces) caso de que Argentina recuperara las islas, sin dejar de ser esto un logro histórico impresionante, ello sólo no hubiera implicado que dichos territorios malvinenses hubieran pasado a quedar, exactamente, bajo el dominio de la verdadera soberanía nacional, ya que ésta, en términos estrictos, insistimos, no existía ni siquiera sobre la parte continental, desde que el propio gobierno no era más que un administrador de los intereses económicos foráneos, y los de sus cómplices nacionales, con la impronta “martinezdehocista” como guía, por lo que, pasadas las brumas del conflicto armado, seguramente se hubieran instalado allí empresas extranjeras (inclusive británicas), o nacionales, bajo los, comunes para la época, “contratos leoninos”, en perjuicio del país.
Pero la maniobra, en su perversidad, era irreversible e incluía el simultáneo envío de cientos de jóvenes soldados al terreno en disputa.
Ante esta situación entrampante, de que una dictadura repudiable le declarara la guerra a una potencia extranjera, de evidente superioridad militar, por un reclamo justo e históricamente entrañable de todos los argentinos, y llevara, a la misma línea de fuego, a los hijos más jóvenes del pueblo, no había espacio para cavilaciones o especulaciones. El pueblo argentino respondió con un total apoyo a los combatientes en la esperanza (que era lo único que le quedaba) de que, de alguna forma milagrosa, el país saliera victorioso de la gesta. Más allá de las manipulaciones mediáticas, y usos y abusos políticos de tema, no se podía salir a expresar pareceres sobre la conveniencia o no de la guerra, en medio de la propia batalla. Ello hubiera sido especular políticamente ante el hecho ya en consumación de la pérdida de vidas argentinas, luchando por una reivindicación histórica. El pueblo reaccionó como se debe reaccionar en esas situaciones y dio su apoyo total y sin condiciones. Asumió la responsabilidad que le planteaban los hechos consumados y se entregó de cuerpo y alma a la causa.
La cosa terminó (como no era imposible de imaginar) de la peor manera, pero, sin solución de continuidad, el mismo pueblo que apoyó, decididamente, no tanto al gobierno militar como a los combatientes, en la contienda, recordó, inmediatamente, lo que estaba en su agenda de lucha, antes del hecho perverso, y retomó al instante, con las Madres de Plaza de Mayo a la cabeza, la lucha obrera y popular contra la dictadura que le puso fecha al retorno a la democracia. Eso, por supuesto, no impidió que la corta y trágica historia de la gesta de Malvinas, haya quedado clavada como una estaca en el corazón de todo un pueblo.
Hoy las cosas son a todas luces distintas. Es importante insistir en lo de “a todas luces” porque la falta de percepción del gran cambio histórico en el que vivimos está en la base de muchas de las consideraciones erráticas sobre el tema, algunas, incluso, bienintencionadas
La globalización implicó fundamentalmente que la estrategia de dominación mundial de los grandes apropiadores de la riqueza cambiara, adecuándose a los nuevos desarrollos tecnológicos y productivos. Hoy la división entre “países imperialistas” y “países dependientes”, aunque en algún sentido, y en algunos casos, sea sostenible, ya no refleja, con la claridad necesaria, la dinámica del poder mundial.
Hoy vivimos en un mundo en el que grandes grupos financieros digitan los flujos de la riqueza mundial de una manera tan imbricaba en la dinámica productiva y económica global que resulta, prácticamente, imposible pensar en un proceso liberador, exclusivamente nacional, ya que, cualquier desacople brusco de las fuerzas centrípetas de los esquemas neoliberales, impuestos por los ultra-poderosos grupos financieros internacionales, llevado a cabo por un país aislado, traería consigo, en forma inmediata, la inanición.
Los primeros momentos de la globalización fueron para grandes masas en todo el mundo, de desconcierto, desorientación y decepción profunda, ante el triunfo momentáneo (pero en ese momento de apariencia definitiva) del neoliberalismo, en los años 90.
En términos de Malvinas, esos momentos primeros de la globalización se reflejaron en nuestros sucesivos gobiernos de esos tiempos, principalmente los de Menem al calor de las relaciones carnales con los EEUU, en una negativa casi compulsiva de poner el tema en la agenda política. En la sociedad, se transitó paralelamente por un recuerdo trágico y espantado de los horrores e infortunios de la guerra.
Sin embargo ahora se han empezado a generar, ya desde hace un tiempo, a nivel mundial, fuerzas políticas contrarias a la dinámica de la globalización neoliberal, que tienen diversas formas de manifestación y de peso político internacional.
En estos momentos estamos viendo el espectáculo de la ruptura de la confraternización entre el capital y el trabajo en los centros del poder mundial, al acabarse las mieses del hiperconsumo, ficticiamente sostenido por el crédito, y eso sugiere el surgimiento de un importantísimo frente de lucha contra el neoliberalismo, en los mismos patios internos de sus bases territoriales de sustentación. Pero desde bastante tiempo antes, se han dado, en distintas regiones del mundo, la formación de bloques y alianzas regionales y continentales, que empezaron cada vez más, a dar muestras de ruptura con los mandatos financieros y económicos de las “cities” mundiales, así como de la voluntad de una construcción alternativa en términos económicos y políticos. Uno de los ejemplos más evidentes de ello es la región suramericana. En este sentido asistimos a todo un proceso de integración y conformación de un bloque geopolítico, que, en la medida que se fortalece, se hace cada vez más independiente del esquema globalizador, y empieza a transformarse en un actor de peso en la confrontación de fuerzas políticas globales. Las pruebas más evidentes de ello son la conformación de UNASUR y el avance de proyectos de integración económica y financiera que van mucho más allá de acuerdos comerciales o arancelarios. Pero además el inicio de un camino político independiente, común, una de cuyas muestras es la creación del Consejo Suramericano de Defensa.
Frente a estas conformaciones geopolíticas, contrarias al poder tradicional del mundo, concentrado en los antiguos países imperialistas, la respuesta de éstos y, particularmente del eje anglo-norteamericano, que concentra las fuerzas militares más grandes de la historia mundial, es la de ir erigiendo, como herramienta de dominación, la amenaza militar. Esa amenaza está siendo concentrada principalmente hoy hacia China y Asia y parte de esa estrategia es el fortalecimiento militar de la base inglesa de Malvinas, que, evidentemente, no obedece a ningún temor de ataque (inexistente) por parte de nuestro país, sino que es importante por su proyección, tanto hacia el pacífico, por Magallanes, como hacia el Atlántico Sur y el Índico.
En este escenario, la vieja cuestión Malvinas adquiere una dimensión totalmente nueva. Ya no es sólo una cuestión argentino- británica, sino que está en el medio del enfrentamiento entre la construcción de un bloque independentista y de defensa de la soberanía y los recursos regionales latinoamericanos, y la estrategia militarista, que es parte de las nuevas formas de la dominación imperialista (o globalizadora).
Esta es la perspectiva desde la que debe analizarse y entenderse la cuestión de Malvinas hoy, que sigue siendo un reclamo argentino, pero a la vez es latinoamericano. Por ello no es ninguna casualidad que por primera vez en la historia del conflicto, todos los países del continente cierran filas con Argentina, más allá de algunos cabildeos, que no marcan la tendencia ni ocultan las decisiones de fondo.
Se están poniendo a prueba las fuerzas de la integración suramericana y latinoamericana y su voluntad de desacople conjunto de una tendencia global, que, por lo que se advierte, cada vez con más evidencia, lleva al mundo, no sólo a la crisis permanente, sino a su posible autodestrucción.
Ni que decir que la calidad democrática de la vida de los isleños o sus sentimientos autonómicos, están en un plano bastante más distante del meollo real de la cuestión.
MARIANO CIAFARDINI
Profesor UBA.
Instituto Argentino de Geopolítica