Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
El miércoles pasado, Donald Trump fue proclamado presidente de Estados Unidos por segunda vez. Tal como señalaron varias investigaciones cualitativas previas a las elecciones, la mayoría de la población manifestó a través del voto su insatisfacción con la situación económica nacional.
La economía fue el eje central alrededor del cual se organizó la decisión electoral. Por el contrario, los temas que privilegió Kamala Harris –aborto y género, entre otros– no se lograron instalar como determinantes para la sociedad norteamericana. Por lo tanto, se repitió el escenario que dio lugar a la famosa frase: ¡Es la economía, estúpido! Seguramente hay otras variables que determinaron el voto, pero la percepción negativa de la situación económica fue un factor relevante.
El análisis crítico del senador Bernie Sanders, legendaria expresión del progresismo en los Estados Unidos, va en esa dirección: “No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”. Y agrega: “primero fue la clase trabajadora blanca y ahora son también los trabajadores latinos y negros, mientras el liderazgo demócrata defiende el status quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón”. Luego concluye: “mientras a los muy ricos les va fenomenalmente bien, el 60 por ciento de la población vive al día. Tenemos más desigualdad de ingresos y de riqueza que nunca e increíblemente los salarios semanales reales, descontada la inflación, son en realidad más bajos ahora que hace cincuenta años, para el trabajador estadounidense promedio”.
La política exterior del gobierno libertario es de alianza incondicional con los Estados Unidos e Israel. Se trata de un alineamiento sin antecedentes en la historia argentina. En el marco del triunfo del candidato republicano, el mandatario argentino afirmó: “Felicito al presidente electo Donald Trump por la gran victoria en las elecciones. Usted sabe que puede contar con la Argentina para hacer grande a los Estados Unidos nuevamente. Y nosotros sabemos que podemos contar con usted para hacer a la Argentina grande nuevamente”.
¿Cuál es el impacto probable de las políticas del nuevo presidente de los Estados Unidos sobre América Latina? En el plano comercial, Trump ha adelantado que pondrá aranceles a muchos productos importados que compiten con los que se producen en su país. En ese escenario precisó que le pondrá un arancel especial a los productos de origen chino. Todo parece indicar que llevará adelante una política muy proteccionista, defensora del mercado interno y de impulso a la producción norteamericana. No es una buena noticia para la Argentina. Varios sectores productivos locales pueden ser afectados.
El supuesto mayor acceso a préstamos del Fondo Monetario Internacional a través del nuevo gobierno norteamericano tampoco sería una buena noticia para los argentinos y las argentinas. No lo fue cuando, durante la gestión de Mauricio Macri, Trump influyó para que el Fondo desembolsara 45 mil millones de dólares. De ninguna manera la solución es conseguir más crédito del Fondo.
Nuestro país necesita un modelo de desarrollo con inclusión social que genere ingresos fiscales genuinos a partir de su crecimiento, de la disminución de la evasión y de la informalidad, y de la generación de políticas impositivas progresivas. Todo ello en el marco de una renegociación adecuada de plazos y tasas de la deuda, para ir sacándose el problema de encima. La clave no es lograr más sino menos deuda.
La salida está en el pasado reciente: cuando Néstor Kirchner y Lula pagaron la totalidad de lo adeudado que, en el caso de la Argentina, alcanzaba una cifra de 9 mil millones de dólares. Brasil sigue, desde entonces, sin tomar créditos del FMI mientras que la Argentina se endeudó nuevamente cuando Trump era presidente de los Estados Unidos, y Macri presidente de nuestro país. En la actualidad, no es tan sencillo que el organismo que nos dio el préstamo más grande de la historia, trasgrediendo muchas regulaciones y normas, nos otorgue algo más que el refinanciamiento de los vencimientos, cuando éstos comiencen a producirse. En todo caso, si a partir del triunfo del candidato republicano se produjera una mejora en el acceso a los créditos del FMI, no sería algo para festejar: ese “éxito” del gobierno no sería una buena noticia para la Argentina.
En el escenario del triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas, los bonos argentinos en dólares y los ADR (Certificados de Depósitos Estadounidenses) subieron significativamente. En Wall Street hubo un comportamiento similar de los principales índices bursátiles: treparon hasta 3,5% y batieron nuevos récords. Estas subas de “los mercados” tampoco hay que tomarlas de manera lineal: así como ascendieron, la semana que viene pueden bajar. Si las acciones de algunas compañías se elevan, la lógica indica que estas compañías van a ganar más dinero. En el caso de los mercados de valores argentinos, la pregunta es: ¿lo que hacen estas empresas para ganar más dinero es bueno o es malo para la mayoría de los argentinos y las argentinas? Esta pregunta es muy importante: es la que permite que no caigamos en las lógicas financieras o especulativas que son los modos de razonar de los sectores concentrados de la economía.
Estamos en el medio de la batalla cultural. Es necesario discutir críticamente el modelo de valorización financiera caracterizado por la restricción del mercado interno, la apertura de la economía, la desregulación y la eliminación de lo público. La reducción de la economía a las finanzas es muy grave. Por eso, no hay nada para festejar con el “boom financiero”: suba de las acciones, baja del riesgo país, entre otros indicadores. Ello viene sucediendo recurrentemente, por ejemplo, durante las cuatro M –Martínez de Hoz, Menem, Macri y Milei–. Son las manifestaciones políticas de un mismo modelo que vuelve una y otra vez.
El mundo está dividido: de un lado se ubican los que pretenden, entre otras cosas, desregular y privatizar todo; por el otro, quienes seguimos creyendo que hace falta un Estado que fije regulaciones e intervenga activamente en la economía. Ambos modelos se enfrentan en un debate permanente que llamamos batalla cultural. Como afirmó el referente del cooperativismo transformador Floreal Gorini: “El avance hacia la concreción de la utopía requiere muchas batallas, pero sin duda, la primera es la batalla cultural”.