Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
Con la reestructuración exitosa de la deuda privada en moneda extranjera se terminó de sortear un gran escollo para avanzar en los objetivos que se planteó desde un principio el actual gobierno. En la agenda ya están anotados otros temas como la renegociación de la deuda con el FMI. Además, en algunos días, en línea con los plazos que marcan las normas, se enviará al Congreso Nacional el proyecto de Presupuesto 2021. En tanto, en la semana se presentó una serie de medidas para reactivar la industria.
Nos encontramos frente a un conjunto de desafíos complejos, pero hay una firme convicción por parte del gobierno de cuál es el camino a transitar. Una mirada necesaria para enfrentar los desafíos de las dos pandemias: la del Covid-19 y la de las políticas neoliberales que implementó el macrismo.
Como dijo el presidente Alberto Fernández, nada de esto “es producto de la improvisación. No cambiamos un presupuesto de una semana a otra. Ni ponemos metas de inflación que se cambian a las dos semanas”. En tanto, respecto de los que reclaman por un plan, expresó: “les recuerdo que con todos los planes que se presentaron así nos fue”. Concuerdo con el Presidente, y agrego: si las metas cambiaban constantemente era porque se trataba de políticas inconsistentes, no era improvisación ni mala praxis, aquellos planes tuvieron responsables claros que sabían del impacto de sus decisiones.
Recordemos si no el Memorándum de Políticas Económicas y Financieras de 2018, antes de recibir el primer tramo del préstamo del FMI. Allí se decía: “El plan ha sido diseñado por el gobierno argentino y consideramos que es el adecuado teniendo en cuenta nuestra situación política, económica y social actual”. Lo “adecuado” para la administración macrista fue implementar un plan de fuerte ajuste y dejar todo en manos de los mercados.
El actual gobierno está haciendo todo lo contrario y está empezando a obtener buenos resultados. El mérito es aún mayor teniendo en cuenta los condicionamientos heredados. Aún con las serias limitantes financieras que existen, se pudo morigerar el impacto de la pandemia, tanto en los hogares como en las empresas. Más aun, la producción manufacturera en agosto ya habría llegado a niveles prepandemia, según afirma el Centro de Estudios para la Producción. El apoyo del Estado ha sido fundamental, a través de diversas herramientas (créditos a tasa subsidiada, ATP, etc.) que sostuvieron las capacidades productivas de la industria y posibilitaron la actual reacción.
En este marco, para seguir apoyando la reactivación del sector y también con miras al fortalecimiento del aparato productivo en la pospandemia, se anunció todo un conjunto de medidas. Entre ellas, créditos por diez años y a tasa de fomento para reactivación productiva de las PyMEs y financiamiento del cambio estructural; apoyo financiero a empresas nacionales que sean o aspiren a ser proveedoras en sectores estratégicos y de alto impulso como petróleo y gas, minería, automotriz, industria ferroviaria y naval; otorgamiento a PyMEs de fondos no reembolsables del Ministerio de Desarrollo Productivo por hasta un 70 por ciento del proyecto, o bonificación de hasta 10 puntos de tasa a empresas que inviertan en bienes de capital, certificaciones y desarrollos de productos.
También se creará un sistema de Banca de Desarrollo, y un Programa Nacional para el Desarrollo de Parques Industriales. Son algunos de los anuncios para la Industria, que muestran una direccionalidad acorde a decisiones estratégicas y que revierten el espíritu del denominado Estado canchero. En este sentido, vale recuperar aquella frase del ex funcionario de Cambiemos, Luis Caputo, en 2018, al momento de volver al FMI: “Nosotros tenemos que dar certezas de que independientemente del gobierno que esté, los argentinos no vamos a cambiar el camino, nuestras políticas”. Una frase que va al corazón de lo que se intentaba hacer (además de conseguir un puente para atravesar las elecciones). Se quería evitar por todos los medios que se pudiera llevar a cabo una política soberana de desarrollo industrial y cambio estructural, condicionando al gobierno posterior en caso de perder.
Negociación con el FMI
Las negociaciones para reprogramar la deuda con el FMI serán muy importantes para el país. Desde lo financiero, porque los flujos de amortizaciones que de allí surjan terminarán de definir las necesidades futuras de divisas para realizar los pagos que se acuerden. El organismo, sin embargo, se centrará seguramente en el denominado “programa”, que históricamente ha girado alrededor de las condicionalidades en materia fiscal, monetaria, y de reformas estructurales. Sin embargo, el punto de partida hoy es otro.
El mundo está en constante cambio, y muchas de las concepciones económicas que ya venían golpeadas se terminaron de averiar con la pandemia. Hoy los déficits fiscales están a la orden del día en todos los países. La OCDE acaba de afirmar que los apoyos fiscales deberán estar por “el tiempo que sea necesario”. Un claro reconocimiento al rol del Estado, que antes no aparecía. También menciona que “aumentar los impuestos sobre el trabajo y el consumo, como se hizo a raíz de la crisis financiera mundial de 2008, puede resultar políticamente difícil y, en muchos casos, no deseable desde una perspectiva de equidad (…). Los gobiernos necesitarán encontrar fuentes alternativas de recursos. Los impuestos sobre la propiedad y rentas del capital jugarán un importante rol”. Toda una definición en materia tributaria.
Aparte de lo fiscal, otra de las concepciones ortodoxas que se van resignando son las monetarias. El banco central de Estados Unidos (la Reserva Federal) tendrá en mayor ponderación la problemática del desempleo. Es decir, lo que está en jaque es la teoría ortodoxa de impulsar el desempleo para que la inflación no crezca.
Volviendo a las negociaciones con el FMI, sería razonable que haya un grado de exigencia distinto del que hubo en otros momentos. Primero, por los nefastos resultados del préstamo de 2018, ya que desde el principio, como ellos mismos apuntaban, la deuda argentina era sostenible con una “muy baja probabilidad”. En tanto, probablemente Kristalina Georgieva tenga algún grado de mayor compresión de las reales necesidades de países como el nuestro que el que tenía la anterior directora gerente, Christine Lagarde. No obstante, no se puede decir que haya “otro FMI”: lo que sí ha cambiado es el entorno en el que se actúa.
Hay que tener presente un detalle adicional. La Argentina no va al FMI a negociar para obtener fondos, va a discutir cómo se encara la devolución del acuerdo macrista que no pasó por el Congreso. Es algo esencial al momento de encarar conversaciones que girarán más que nada en torno a las denominadas condicionalidades.
Hoy el punto de partida es claro. Por la situación global, pero también por la fuerte convicción que tiene el gobierno, que acaba de cerrar un acuerdo con los bonistas privados, con un alto nivel de aceptación. Se mantuvo en alto la idea de que la deuda se vuelva sostenible. Esto implica generar las condiciones para su repago, sin arriesgar la recuperación de la economía, permitiendo que sea sostenible en el tiempo y mejorando la equidad y las condiciones de vida de los habitantes. Los ejes para la negociación con el FMI no deben apartarse de este camino. Y una cuestión esencial: el gobierno prometió que el acuerdo al que se llegue con el FMI será enviado al Congreso Nacional para su aprobación: un verdadero respeto a la institucionalidad y a la división de poderes.