Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
En la reciente asamblea legislativa ocurrió un hecho extraordinario desde la recuperación democrática: un grupo de parlamentarios de la oposición abandonó el recinto durante la alocución del Presidente de la Nación. Esa planeada y ensayada puesta en escena expresa una clara conducta antidemocrática y un desprecio a la opinión pública, ya que parte del supuesto de que esas actitudes beneficiarán electoralmente a sus protagonistas.
Lo cierto es que el bloque del PRO se levantó de sus bancas cuando Alberto Fernández afirmaba que el acuerdo en ciernes con el FMI no implica que el Poder Judicial se desligue de continuar la investigación del proceso de endeudamiento externo contraído por Mauricio Macri. El Presidente ratificaba así con determinación que se deben esclarecer las responsabilidades de aquellos que tomaron la decisión política de solicitar tamaño crédito.
Resulta inevitable registrar que muchos de esos legisladores y legisladoras de Juntos por el Cambio se colocaron otra cucarda recientemente: dejaron al país sin presupuesto, marcando un nuevo récord en el podio de quienes verbalizan sobre la República, a la vez que la socavan.
Pero el despropósito institucional en la apertura de las sesiones ordinarias tuvo un agravante: la huida subrepticia de Horacio Rodríguez Larreta junto al núcleo de exaltados. El otrora “palomo” jefe de gobierno se sumó a los halcones sin ningún rubor.
El periodista de Clarín Eduardo Paladini lo describe con toda crudeza a partir de los dichos de “un diputado macrista de peso”: “Dentro de todo zafamos que no lo enfocaron a Horacio yéndose”. A pesar de su flagrante huida, los medios adictos a la derecha de Juntos se empeñaron en justificar a Rodríguez Larreta. Declararon al unísono enfáticamente: “No se pueden consentir más mentiras por parte del Presidente”. Quizás esperaban que Alberto Fernández no les reprochara a Macri y sus partidos de “Juntos” haber contraído en forma insensata un empréstito al estilo rivadaviano con la Baring Brothers, y que seguiría el apotegma neocolonial de Nicolás Avellaneda: “Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”.
Una gran parte de la ciudadanía es consciente de que ese crédito fue convenido entre Donald Trump y Macri. Sin embargo, resulta necesario recordarlo, ya que la “prensa republicana” viene desplegando una estrategia de falsedades y tergiversaciones, con el objetivo de que la opinión pública crea que esta deuda oprobiosa la contrajo el Frente de Todos, o Alberto, o Cristina, o Máximo; que --desde esa perspectiva y como en todos los temas-- serían “los verdaderos culpables”.
En relación con el acuerdo, es interesante la entrevista --publicada en el diario La Nación-- al diputado nacional por el PRO Luciano Laspina, “uno de los economistas más escuchados por Mauricio Macri”: se trata de una auténtica confesión sobre su visión ideológica. El legislador cuestiona que el acuerdo con el FMI “posterga todas las reformas que el país necesita debatir para salir del largo proceso de estancamiento”. Asume en plenitud que no se incorporaron reformas estructurales, lo cual le resulta inconcebible.
La segunda revelación del diputado es que el acuerdo en debate “crea un puente al 2023, dándole continuidad a las políticas económicas del kirchnerismo” y dejando “una bomba fiscal e inflacionaria al próximo gobierno”. Su corolario: “mantiene inalterado el corazón de la política económica del kirchnerismo”. En buen romance, admite que el acuerdo no implica ajuste y, por el contrario, señala amargamente que habrá continuidad populista.
Volviendo a las verdades a medias y mentiras enteras, habría que centrarse en el discurso pronunciado por Rodríguez Larreta en la Legislatura porteña, horas antes de la alocución presidencial. En clara contradicción con su actitud posterior en el Congreso, habló de “convivencia democrática para construir colaborativamente las soluciones a los desafíos que enfrentamos”. Con numerosos anuncios, siempre recubierto con la máscara de la “modernización”, mintió sobre las consecuencias de sus políticas, muy particularmente en lo que refiere a educación, temas críticos del ambiente, salud, vivienda y personas en situación de calle. Sin embargo, los legisladores porteños del FdT no se retiraron de sus bancas y escucharon todo su discurso, sobreponiéndose a sus insuperables discordancias con el decir --y el hacer-- del jefe de gobierno porteño.
Además, Rodríguez Larreta volvió a la carga sobre varias temáticas que en estos años tuvieron un importante rechazo ciudadano en plazas, calles y audiencias públicas: para él, el derecho a peticionar, las movilizaciones, los pronunciamientos en defensa del ambiente y en contra de la cementación y edificación de los espacios verdes, o contra la destrucción del patrimonio barrial e histórico, o las acciones de la comunidad educativa en defensa del salario docente y de la autonomía de maestros y profesores, así como el reclamo por la falta de vacantes y de escuelas, no son manifestaciones democráticas de la ciudadanía. Pretende negarlo, aunque en muchos casos esas expresiones con formas novedosas lo obligaron a frenar algunas de sus iniciativas. También recuperó en su discurso las reformas neoconservadoras al sistema educativo, insistiendo con el programa de educación financiera que aplicarán las fintech en las escuelas públicas, las prácticas laborales obligatorias y sin remuneración, llegando al extremo de plantear reformar el estatuto docente para “modernizarlo”. En este punto es consecuente: antes de las elecciones se declaró partidario de una reforma laboral, que ahora intentará aplicar a los docentes. Este señor, que intentaba mostrarse como un “palomo” centrista y democrático, se coloca más a la derecha que los tecnócratas del FMI. Como vemos, habló de Ucrania, de los incendios, pero de los 56 mil pibes y pibas que no pudieron empezar las clases por la falta de establecimientos educativos no dijo nada.