Heterodoxia vs. ortodoxia

16/10/2015

Tiempo Argentino | Opinón
Por Juan Carlos Junio

Luego de la crisis y la fuerte deslegitimación que en el plano ideológico sufrieron los fabricantes de la ortodoxia económica mundial tras los sucesos que se dispararon con la crisis de las hipotecas en 2008, desde sus usinas de ideas y propagandas ahora intentan retomar la iniciativa con sus ya arcaicas políticas de ajuste y "reformas estructurales".

Segundo Congreso de Economía Política

En su versión actual, los defensores de la ortodoxia económica ensayan un discurso aparentemente renovado que incorpora una dosis ínfima de preocupación por los aspectos más nocivos del sistema capitalista. Se trata de elementos discursivos superficiales que no alteran su arquitectura ideológica de fondo. A nivel local, la misma estrategia de marketing utiliza el macrismo en forma cada vez más errática, en un ya vano intento por mejorar sus chances de cara a la próxima elección presidencial.

En este sentido, una vez más resultan ilustrativas las recientes declaraciones de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. La inefable nueva dama de hierro se dirigió a “los 200 millones de desempleados en todo el mundo” y mencionó también “la desigualdad del ingreso”. Sus dichos desnudan un doble discurso que nadie cree, ya que justamente las acciones y las políticas que impulsan los organismos internacionales de crédito son las que llevaron a que en pleno siglo XXI el 1% más rico de la población mundial acapare casi la mitad de la riqueza global, y que el 10% de la población del planeta (más de 700 millones de personas) viva por debajo del umbral de la pobreza. También son corresponsables, junto a la dirigencia política de las potencias capitalistas, de la catástrofe social que conduce a millones de personas a migraciones sin destino, con el solo objeto de sobrevivir al hambre y a la guerra.

En el mismo sentido, resulta oportuno citar la entrega del Premio Nobel de Economía 2015 al investigador escocés Angus Deaton. En una columna del diario español El País del año 2012, el catedrático había expresado que, si bien los programas de austeridad conllevan un descenso de los ingresos y aumento del desempleo, hay “otras dimensiones que van más allá de la situación económica de las personas y que también tienen gran incidencia en el nivel de felicidad”, a lo que agregó: “en los países más pobres del mundo, la gente experimenta felicidad con tanta frecuencia como en los países más ricos”. A modo de conclusión advirtió: “los programas de austeridad deben diseñarse para proteger a los más desfavorecidos (…) si eso se logra, hay muchas menos razones para preocuparse por la felicidad”. La afirmación resulta contradictoria, hace agua por todas partes y desnuda su ideología reaccionaria. El nuevo Nobel toma a las políticas de ajuste como inevitables, aunque supone que podrían “suavizarse” si se conciben tratando de no perjudicar a los más vulnerables. La realidad marca que históricamente las primeras que se ajustan y reducen a su mínima expresión son siempre las políticas sociales, lo cual irremediablemente afecta la vida de las grandes mayorías empobrecidas, a las que nunca le generan felicidad. El Nobel debería saber que “la mona por más que la vistan de seda, mona queda”.

Las exigencias de una nueva fase de ajustes son tan escandalosas y están tan desprestigiadas que las distintas organizaciones multilaterales están formulando algunos paliativos tributarios, lo cual es una quimera que choca de frente con las reglas del juego sostenidas con pertinacia por las empresas multinacionales. Un ejemplo de ello lo constituye la ratificación del compromiso por parte del G-20 para aplicar las medidas BEPS (por sus siglas en inglés) con el fin de evitar “la erosión de la base impositiva y la transferencia de beneficios a jurisdicciones de baja o nula tributación”. En buen romance, ya ni los países europeos poderosos soportan las grandes evasiones que hacen las corporaciones internacionales con sus sedes ficticias en los islotes donde operan las guaridas fiscales. Según cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se estima que como consecuencia de estos artilugios impositivos los países pierden anualmente del 4 al 10% de la recaudación fiscal. En nuestro “Tercer Mundo” estas maniobras ilegales e inmorales le quitan al Estado grandes riquezas.

En la Argentina, el aggiornamiento ortodoxo se cuela de la mano del presidenciable Mauricio Macri. Desde sus usinas de pensamiento, sus voceros irrumpen con promesas políticas de “pobreza cero” a partir de medidas que, en muchos casos, ya fueron ejecutadas por el actual gobierno y se debatieron oportunamente en el Parlamento. Entre ellas, la reducción del empleo informal y programas para la regularización de títulos de propiedad en villas y asentamientos precarios. Como broche de oro, Macri ofrece como parte de sus promesas electorales un país en el que “todos los argentinos se sientan parte y respaldados por un Estado que los ayuda a vivir plenamente”. Las afirmaciones macristas no sólo son temerarias, sino que subestiman a la ciudadanía, ya que todos saben que su ideario siempre se opuso a toda participación del Estado. Y en nuestra ciudad los núcleos más pobres y vulnerables sufren particularmente las políticas que los excluyen del espacio público e incluso son reprimidos.

En contraposición a estas tendencias ideológicas, cabe destacar lo ocurrido esta semana en el Segundo Congreso de Economía Política, que organizó el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini junto a la Universidad Nacional de Quilmes. Se trató de un gran evento de las ideas heterodoxas, en un momento histórico de fractura de la ortodoxia neoliberal impuesta como dogma de época en casi todo el mundo. Durante el desarrollo de la convocatoria se pudo vivenciar, a través de valiosos debates en los que tuvo un fuerte protagonismo la nueva generación de economistas, la vocación de recrear un nuevo pensamiento que contribuya a la acción política y a la gestión estatal transformadora desplegada en estos 12 años.

Es decir, se trata de sentar las bases de un nuevo pensamiento que, si bien abreva en los clásicos de la economía, está interpelado por la necesidad de crear y recorrer nuevos caminos que den respuesta a los desafíos del presente y el futuro en nuestro país, en el marco de los cambios que vivimos en todo el continente.

 

Nota publicada en Tiempo Argentino 16/10/2015