POR CARLOS HELLER
Revista Debate
Muchos de los problemas que aquejan a Europa son de vieja data, como la falta de competitividad de su sector agrícola que exige cuantiosos subsidios cuya continuidad frena las negociaciones comerciales que encaran tanto en la Organización Mundial de Comercio (OMC) como con el Mercosur.
Otros son más nuevos y están vinculados con las burbujas de activos, inmobiliarios y financieros, que se gestaron junto con la globalización que dio origen a la fabulosa crisis por la cual todavía el mundo desarrollado está atravesando, en medio de una gran fragilidad financiera.
La actual escalada de sucesos y medidas que afectan a los países europeos está fuertemente vinculada con sus deudas soberanas y con el interés de los grandes bancos, especialmente alemanes y franceses, que no desean ver sus activos bajo ninguna presión y, mucho menos, tener que castigar parte de estas deudas.
La sucesión de eventos, que también podría definirse como contagio, fue vertiginosa.
A fin de abril, la crisis se centraba casi exclusivamente en los problemas de deuda de Grecia. En ese momento se estudiaba una ayuda financiera por cuarenta mil millones de euros. Días después, la ayuda a Grecia terminó alcanzando los 110 mil millones de euros y, además, se gestó un paquete de ayuda para toda la Eurozona por 750 mil millones de euros.
Este salvataje se instrumentó cuando la situación empeoró debido al contagio hacia países como España y Portugal y producto de la inacción de distintos estamentos comunitarios, en especial del Banco Central Europeo, que demoró demasiado en comenzar a comprar deuda en problemas de países europeos e incursionar, tibiamente, en la compra de deuda privada. En el transcurso, la volatilidad de los mercados fue muy alta, y el euro se depreció 7,4 por ciento durante mayo. Además de Grecia, tanto España como Italia, Alemania, Gran Bretaña, Irlanda y Portugal anunciaron recortes, de mayor o menor intensidad, en el gasto público para este año y el próximo, mientras que Francia congeló su gasto.
En muchos casos, los recortes se orientan a la reducción de los salarios de los empleados públicos y de las pensiones jubilatorias, mayor flexibilización laboral, recortes en los gastos sociales y mayores impuestos inequitativos como el IVA, que se eleva a tasas muy altas. Grecia lo estableció en el 23 por ciento (con respecto al 19 anterior de la crisis), mientras España lo aumentó dos puntos, al 18 por ciento.
Otra de las grandes debilidades que posee la zona euro es que la mayoría de los países, salvo Alemania y Francia, posee elevados déficits en la cuenta corriente, que se incrementaron en el último lustro y que los lleva a endeudarse cada vez más. Una referencia esencial es que, en la actualidad, la principal fuente de estos déficits son los pagos de intereses de deuda, que superan a los saldos comerciales negativos.
EL VERDADERO DESAFÍO La situación en Europa se torna más complicada dada la fuerte volatilidad existente en los mercados, que ante el menor signo positi-vo o negativo, responden con grandes variaciones en los precios de los activos financieros y, lo más preocupante, imponen fuertes caídas en el precio de los bonos soberanos y la consiguiente alza de la tasa de interés, incrementando el costo futuro de las necesarias renovaciones de deuda.
Más aún, en el comunicado de la reciente reunión de los ministros de G-20, en Busan, Corea, luego de dar una visión relativamente optimista del crecimiento mundial, se especifica que “la reciente volatilidad de los mercados financieros nos recuerda los significativos desafíos que permanecen y subraya la importancia de la cooperación internacional”.
Esta cita eleva la conducta de los mercados al rango de inapelable, como si ésta no se viera fuertemente influenciada por acciones especulativas de todo tipo.
Es entonces un problema de raíz ideológico el que está acelerando los problemas europeos, que puede analizarse desde dos visiones.
La primera es que se priorizan los intereses de los acreedores de deuda soberana, en especial grandes bancos europeos, que están demasiado involucrados en deuda pública y privada de los países en problemas. La deuda conjunta de España, Portugal y Grecia llega los 2,2 billones de euros, con una participación mayoritaria de España. Sólo 567 mil millones de euros (el 26 por ciento del total) están emitidos por el sector público, el resto fue emitido por bancos y otras entidades financieras de esos países.
La defensa de los acreedores, como se dijo, en su mayoría bancos europeos, se ha convertido en la mayor prioridad, puesto que a los activos tóxicos de la crisis subprime se suman los problemas de la deuda soberana de los países de la eurozona que puede arrastrar al resto de la deuda. En el ínterin, el crédito productivo, en especial hacia las pymes, es el que más sufre.
La otra visión sobre la ideología que está deteriorando la situación económica de Eu-ropa tiene que ver con las medidas tomadas para, supuestamente, resolver los problemas fiscales, que son las viejas recetas que el FMI aplicó en las últimas décadas en los países periféricos y que terminaron agravando los problemas.
En este caso, tiene que ver también con la magnitud del ajuste impulsado, como en el caso de Grecia a la que se obligó a reducir su déficit fiscal en once puntos del PBI, ¡en sólo tres años¡, lo cual es impracticable.
Las medidas impactan negativamente sobre la actividad económica, ésta sobre los ingresos y, no sólo se agrava el problema fiscal, sino aún más la situación social, generando grandes problemas políticos.
Parecería que en Europa no se han tomado en cuenta las lecciones sobre los daños que estas políticas del FMI han ocasionado en los países periféricos, como la Argentina y el resto de América Latina.
Las medidas de ajuste, que también se extienden a los salarios del sector privado, generalmente congelándolos, y la presión para la privatización de empresas públicas, dejan en claro que la situación fiscal no resulta lo relevante en las recetas del FMI. Su objetivo último es generar mayores tasas de ganancia para el capital concentrado, en especial el financiero.
Ello habla de la urgente necesidad de reformular las instituciones financieras internacionales, en especial el FMI e, incluso, reemplazarlas por otras de nuevo cuño.
DOBLE ESTÁNDAR El comunicado de la cumbre de Busan refleja claramente las cuestiones planteadas.
Por un lado, hay un reconocimiento a las acciones tomadas por el FMI y sólo se plantea que se deberá avanzar en reformas sobre su gobierno y actualizar sus programas de préstamos.
Por el otro, se establece la importancia de las acciones de fomento tomadas por los Estados como pivote de la recuperación, pero, a su vez, saludan las recientes medidas aplicadas para reducir el déficit. Se preocupan por aclarar que las medidas de ajuste deben tomarse en forma diferenciada y diseñada para cada situación nacional, una definición inspirada por Estados Unidos. Ello no es más que sostener el doble estándar: ajuste recesivo para los más débiles y un amplio margen de maniobra para las grandes naciones que pueden financiar sus elevados déficits fiscales.
Un enfoque que no ayuda a resolver la crisis, ni en los países desarrollados de menor tamaño ni en los grandes.
Esta aparente paradoja lleva a una ineludible solución en el mediano plazo, si es que se desea evitar el derrumbe de las economías de la eurozona: la reestructuración con razonables quitas de varias de las deudas de los países europeos altamente endeudados. Sólo cuando la especulación financiera se haga cargo de su voracidad y falta de límites para invertir codiciosamente en situaciones riesgosas, las economías podrán comenzar a recuperarse.
Si los intereses de los acreedores permanecen intocables, no habrá solución para las economías de los países mediterráneos y, mucho menos, para evitar la pérdida del bienestar alcanzado en las últimas décadas por sus sociedades.
La reflexión final sobre la actualidad europea y mundial es que la ideología neoliberal está tan arraigada como antes del inicio de la crisis financiera mundial, y todo indica que es poco lo que se ha aprendido de ese rotundo fracaso. Sólo los previsibles resultados adversos de las políticas de ajuste, ahora implementados en los países centrales, pueden destronar la ideología neoliberal. Pero ello no será posible sin el convencimiento y la participación activa de los pueblos, en especial, los más afectados por la aplicación del dogma.