Noticias Argentinas | Opinión
Por Carlos Heller
La Argentina parece estar inmersa en una crisis profunda. Sin embargo, muchos de los indicadores económicos más relevantes continúan mejorando mes a mes.
Tenemos muchos problemas sin resolver pero, al mismo tiempo, procesos en marcha que parecen indicar que nos movemos hacia un horizonte de recuperación.
Por supuesto: no hay nada para festejar. Pero tampoco nada para volvernos definitivamente pesimistas.
Hoy estamos transitando el camino que nos lleva desde la crisis generalizada que nos dejó el macrismo y que profundizaron la pandemia y la guerra en Ucrania, hacia la mejora gradual del país. Estamos en el medio de ese proceso donde conviven una crisis aguda y muchos resultados positivos.
La deuda pública total de la Argentina, por ejemplo, bajó del 89,8 por ciento del PBI en diciembre de 2019 al 80,1 por ciento en marzo de 2022.
En diciembre de 2019 el 70 por ciento de ese endeudamiento era en moneda extranjera. En marzo de 2022 ese porcentaje descendió al 55 por ciento.
En junio de este año, las exportaciones alcanzaron los 8.432 millones de dólares y las importaciones 8.047. Se trata de máximos históricos.
Las importaciones se incrementaron 44,6 por ciento respecto a igual mes del año anterior. Ello fue producto de una suba de 26,4 por ciento en precios y de 14,6 por ciento en cantidades. Por lo cual, importamos más que el año pasado.
La Argentina sigue creciendo. El consumo aumenta y ello sólo es posible porque hay más gente que tiene trabajo y mejores remuneraciones por ese trabajo.
Están en marcha políticas que van en la dirección correcta. Ello no quiere decir que no persistan niveles inaceptables de pobreza, indigencia e ingresos muy deprimidos entre los trabajadores informales.
Tenemos también problemas agudos en la coyuntura. Según la cámara de exportadores de granos y oleaginosas hay en la Argentina 25 millones de toneladas de soja no comercializadas o retenidas.
En ese mismo sentido, el Presidente de la Nación afirmó este último viernes que hay que "enfrentar a los que guardan 20 mil millones de dólares en el campo y no los liquidan, esperando una mejor rentabilidad cuando el país los necesita".
Si esta cantidad de dólares fuera liquidada le ingresarían al Estado alrededor de 4.500 millones de dólares a través de las retenciones.
¿Por qué no se venden y liquidan esos productos almacenados? Porque hay una serie de actores económicos poderosos interesados en forzar una devaluación.
Incluso el Banco Central diseñó instrumentos como, por ejemplo, "el plazo fijo chacarero" que se ajusta por la variación del tipo de cambio.
Este plazo fijo -que no está siendo debidamente aprovechado por los destinatarios- está a disposición de los distintos segmentos de la cadena de producción y comercialización agrícola para que protejan el valor de los pesos obtenidos en la liquidación de sus exportaciones, hasta un monto de alrededor de 500 millones de pesos. Funciona como una especie de seguro de cambio contra una eventual devaluación.
¿Qué es lo que les está diciendo el Estado? Liquiden y les garantizamos que al vencimiento del plazo fijo le devolvemos los depósitos que realizaron, al valor que el dólar tenga en ese momento.
El hecho de que muy pocos hayan utilizado este instrumento muestra que hay una fuerte expectativa de que se produzca una devaluación.
Sin embargo, el tipo de cambio actual no parece dificultar el negocio agropecuario. Entre otros indicadores, hay un récord histórico de venta de maquinaria para el campo. Hace tres o cuatro años las empresas locales que fabrican maquinaria agrícola tenían dificultades económicas y financieras. En la actualidad, están vendiendo con un plazo mínimo de entrega de 8 meses.
Además, el tipo de cambio real multilateral, que establece el valor del tipo de cambio de nuestro país con relación a los tipos de cambio de otros países con los que se mantiene intercambio comercial, está en un nivel estable.
Es decir: la Argentina no necesita devaluar para garantizarle una rentabilidad adecuada a sus exportadores.
En otro orden de cosas, nuestro país tenía una estructuración de su deuda externa que lo convertía en inviable. Este año debía pagarle 19 mil millones de dólares al FMI y otro número similar a los bonistas. Ello fue despejado.
La necesidad de reservas hoy es completamente distinta a la que había hace dos años. Si estuvieran liquidados los productos que están retenidos con un sentido especulativo, no habría problema de reservas y la situación fiscal sería más desahogada.
No deja de llamar la atención que el Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone, ante el compromiso de enviar 500 millones de dólares a la Argentina por créditos ya aprobados y que debían acreditarse durante el primer semestre de este año, haya dicho: "No vamos a poner en riesgo el patrimonio del banco prestándole a un país insolvente".
Este mismo funcionario, según revelaron fuentes gubernamentales y periodísticas, le reclamó al FMI mayor dureza con la Argentina y que condicione los desembolsos del acuerdo a un férreo cumplimiento de las metas fijadas.
Claver-Carone, como representante de los Estados Unidos ante el directorio del FMI, tuvo un rol importante en la aprobación del escandaloso crédito de 45 mil millones de dólares del FMI al gobierno de Mauricio Macri.
Según algunas interpretaciones, ahora podría integrar la ofensiva de sectores económicos y financieros poderosos para forzar una devaluación en la Argentina.
Se insiste con que un factor que influye sobre la situación económica actual es la falta de homogeneidad en el gobierno. Por supuesto que incide. Pero tenemos también que aceptar que las coaliciones tienen matices que no van a dejar de existir, porque si ello ocurre, dejan de ser coaliciones.
Porque una coalición no es una unión de iguales, sino de parecidos. Y entre los parecidos siempre hay diferencias. Hay que tratar de que haya pocas diferencias pero también buscar instancias internas donde resolver o administrar aquellas diferencias que existan.
No hay duda de que el conflicto interno debilita al conjunto de las políticas gubernamentales.
Pero, además del consenso interno, se escuchan voces que proponen avanzar en un consenso con la oposición. Hay que intentarlo pero ello no quiere decir que ese acuerdo sea alcanzable. Porque, en general, chocan paradigmas muy difíciles de sintetizar.
Por ejemplo, en el Parlamento el Bloque del Frente de Todos impulsa el Impuesto a la Renta Inesperada pero la oposición no quiere tratarlo. También queremos avanzar con la creación de un Fondo Nacional para la Cancelación de la Deuda con el Fondo Monetario Internacional, con dinero fugado al exterior, pero no tenemos los acuerdos para poder impulsarlo.
Nosotros creemos que las leyes se diseñan y se aplican para proteger a los más débiles y para ponerle freno a la concentración de los ingresos y de la riqueza. Si es sólo el mercado el que asigna los recursos la acumulación se vuelve infinita.
Por eso, la principal oposición tiende a estar en contra de todas las regulaciones. En cambio, nosotros estamos a favor. De este modo, el consenso es una tarea compleja: porque chocan paradigmas irreductibles, uno que defiende la libertad de mercado sin importar que ello conduzca a una mayor concentración del ingreso y la riqueza, y otro que defiende las regulaciones estatales y las políticas de distribución en favor de los más desprotegidos.
Estamos en el medio del camino. En ese lugar, se combinan las manifestaciones de una crisis aguda con muchos indicadores de recuperación. Como siempre, define la política y las relaciones de fuerzas.
La unidad no es otra cosa que la imprescindible unificación de todas las fuerzas con las que contamos. Ante los grandes desafíos que tenemos por delante, nunca podemos ser menos: necesitamos ser más.