Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Ya transcurrió el primer mes de un año electoral que será determinante para el futuro de los 46 millones de ciudadanos/as argentinos, y para el destino de la región, teniendo en cuenta que los frentes populares progresistas han logrado triunfos muy trascendentes, pero deben enfrentar el acoso antidemocrático de los poderes económicos, mediáticos y políticos.
El triunfo de Lula, líder del país más importante del continente, es un elemento político determinante. De allí que el desenlace de la contienda en nuestro país será decisivo para la consolidación de un gran polo americanista que se proponga un proyecto común de desarrollo soberano, autónomo de Estados Unidos y de cualquier otra potencia. Una vez más, dos proyectos antagónicos de sociedad contendrán a las principales opciones electorales.
La derecha, con sus variantes de ultraderecha —que incluyen fanatismos racistas y xenófobos— goza de la ventaja de su vinculación con los poderes fácticos, léase los medios de comunicación hegemónicos, el poder concentrado de la economía local e internacional y sus instrumentos: el Poder Judicial, con la Corte Suprema incluida.
Sin embargo, la alianza Juntos por el Cambio ingresó en una zona de incertidumbre, a partir del despertar de algunos radicales, quienes imaginan que deben dejar de ser furgón de cola de los conservadores del PRO. Surge la incógnita de si la propuesta de la derecha política sigue siendo una opción que concite el apoyo de mayorías.
La experiencia indica que, a pesar de la pertinacia de los medios, no se logra tan fácilmente borrar de la memoria colectiva que JxC es la fuerza que generó un fuerte deterioro en los niveles de vida de asalariados y clases medias, y es responsable del grave endeudamiento externo que condiciona nuestro presente y futuro.
En este escenario de fuertes condicionamientos externos e internos, con una inflación que no ha podido ser dominada, y pese a que el gobierno nacional viene resolviendo varios de los problemas macroeconómicos heredados —especialmente algunos indicadores sociales, como la ocupación y la actividad económica—, la fuerza política integrada por halcones “extremos” y halcones “moderados” sostiene su estrategia de polarizar a la sociedad, utilizando el recurso del odio y la obturación de las instituciones de la democracia.
Es interesante recordar que Larreta fue gestor durante la época de vaciamiento del PAMI; luego fue vicejefe del gobierno porteño de su padre político Mauricio Macri, para más tarde sucederlo en la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires. El gestor, devenido en el principal administrador, no trepidó en profundizar el modelo de exclusión a los sectores humildes hasta “lograr” que tengamos en nuestra ciudad 830 mil pobres; sostener obstinadamente la venta del espacio público para la especulación inmobiliaria privada, complementado con desinversión educativa, sanitaria y habitacional. El traje de paloma cada vez lo guarda más en el ropero, al ritmo de la ultraderechización, corrido por Patricia Bullrich, Javier Milei y cualquier otro que aparezca. Su “feroz contendiente”, Patricia, fue ministra de Seguridad de Macri, responsable de represiones, de la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado, del asesinato del joven militante mapuche Rafael Nahuel y del contrabando de armas a Bolivia en apoyo a los golpistas contra el gobierno democrático de Evo Morales. Varios años antes, como ministra de Fernando de la Rúa, instrumentó una de las medidas más antipopulares de las que se tenga memoria: en plena crisis social le recortó a millones de jubilados un 13 por ciento de sus ingresos.
Lo que no existe en esos duelos es alguna referencia al programa económico y social que debieran ofrecer a la ciudadanía. Sus diferencias sólo son de estilo: sus concepciones ideológicas y sus planes para un eventual gobierno son iguales. Ambos se subordinan e igualan a la línea de su jefe común, Macri.
Sin embargo, hay un ámbito donde deben formular su programa: los foros, congresos y ágapes que organiza el establishment o la embajada norteamericana. En esos espacios dicen la verdad y presentan sus propuestas, que luego los medios difunden con el mejor envoltorio posible, para que los “queridos vecinos” de Larreta no se espanten.
Esta vez se presentan en forma diferente. En 2015 el candidato Macri prometía de todo, siguiendo la inspiración de Carlos Menem, consciente de que no cumpliría. Ahora exponen sus ideas sin pudor, particularmente cuando están frente a sus mandantes del poder económico-mediático.
En su reciente visita al Departamento de Estado, Larreta explicó sin eufemismos su ideario: “estabilización rápida de la economía”, o sea ajuste del gasto social y las clásicas medidas recesivas. “Mejor ambiente de negocios”, o sea, rebaja de impuestos a las grandes empresas y a los ricos y recortes salariales a los trabajadores. “Reforma educativa que acompañe la adaptación sector por sector”, o sea, educación según los planes empresarios, sin vueltas. El laicismo irá al arcón de los recuerdos, con los sindicatos y las/os docentes adentro. “Reforma laboral por sector”, o sea, adaptada a las necesidades de cada actividad empresarial. “Reforma previsional”, o sea, retorno a las AFJP. En democracia y derechos humanos: “profundizar la lucha contra el terrorismo y el crimen”, o sea, una suerte de neobolsonarismo. Se trata de una teoría vetusta y retrógrada, a contramano de los gobiernos populares y progresistas que emergen en nuestro continente.
Antes de retirarse del encuentro washingtoniano, se juntó con el dueño de la aerocomercial Flybondi, o sea, vía libre a los privados, y privatización o cierre de Aerolíneas Argentinas.
Poco después estallaron los escándalos de contubernios y espionaje con jueces y medios de comunicación. Fue tan inmoral y escandaloso que debió licenciar a su ministro “de Justicia y Seguridad” Marcelo D'Alessandro, aunque no pudo evitar decir “yo confío en Marcelo”.
El marketing y la propaganda de los editorialistas de los medios asociados a su plan de retorno al gobierno intentan ocultar su verdadero programa ante la opinión pública. Eso sí, la verdad de Macri, Larreta, Bullrich y Milei la conocen acabadamente en los foros empresarios, en Washington y en la Embajada.