Tiempo Argentino | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Inverosímiles resultan los buenos augurios del Gobierno en cuanto al logro de la “felicidad” de los trabajadores.
A nuestra enfermedad crónica, tipificada como “lápida de la deuda”, la habíamos dominado y colocado en estado de postración. Paradójicamente, Mauricio Macri pugna hoy por recrear aquel episodio bíblico del “levántate y anda”, poniéndola nuevamente de pie y condicionando nuestra economía y la vida de los ciudadanos.
Como parte de la caja de Pandora de la que emergen decretos de necesidad y urgencia, se anunció en forma reciente el canje de tres Letras Intransferibles del Tesoro Nacional por una serie de bonos con tasas de hasta el 7,875% anual. Según el documento oficial, el objeto es mejorar las condiciones a cargo del Tesoro Nacional, ampliando el plazo promedio de las obligaciones. Sin embargo, si se estudia la letra chica se deduce que la operación implicará un aumento sustancial del pago de intereses con cargo al Presupuesto Nacional, ya que las antiguas Letras tenían una tasa de casi el cero por ciento. La cuentita es clara y dramática: pasamos de tasa cero a pagar el 7,87%. Un negocio “cuadrado” para el pueblo argentino, que tendrá que pagarlo. Esto último no puede ser pasado por alto ya que, de acuerdo a las cifras del Presupuesto aprobado en el Congreso de la Nación el año pasado, se proyectó que en 2016 un 64% del gasto total sería destinado a servicios sociales; pero pagando estos intereses aquel criterio político será vulnerado. La nueva estrategia hace su aparición, y todo indica que golpeará fuerte en el plano social. Dicho de otro modo, se trata del renacer de la verdadera deuda interna.
Otra particularidad es que se habilita la posibilidad cierta de que deuda intra sector público no exigible, o sea que no es obligatorio pagar en lo inmediato, pase a estar en manos del sector privado. Ello dificultará la refinanciación de los pasivos en los términos favorables -para el conjunto de la población- que se establecieron durante la anterior administración. Los nuevos bonos serán entregados en garantía a grandes bancos, a cambio de un préstamo al Banco Central bajo la lógica de cualquier acreedor privado que busca colocar sus fondos con la máxima ganancia posible. Los accionistas de bancos internacionales como el HSBC, el JP Morgan, el Deutsche Bank, el Citibank y Goldman Sachs ya se están frotando las manos.
Lo paradójico de esta situación es que el propio Banco Mundial acaba de alertar sobre los riesgos de este tipo de políticas de endeudamiento. En un informe publicado recientemente señala que muchas economías emergentes “experimentan una contracción en su actividad” y que “los gobiernos respondieron a la caída de los ingresos fiscales provenientes del sector de recursos naturales con recortes de gastos”. A su vez, los bancos centrales elevaron las tasas de interés para ayudar a moderar las presiones del tipo de cambio y la inflación. De cualquier forma, la “confianza de los inversores” se debilitó al compás del deterioro de las calificaciones crediticias, resultando en una caída en el ingreso de capitales. Ya conocemos que la “fidelidad” de esos prestamistas internacionales no existe. Un ejemplo concreto de estas políticas lo constituye Brasil, que luego de perder el tan preciado “investment grade” sufrió una fuerte fuga de capitales de corto plazo que habían ingresado con fines meramente especulativos. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Sin embargo, este tipo de medidas son las que la administración macrista está implementando como paso imprescindible para retomar la senda de la deuda. Por ello se liberó la cuenta capital de un plumazo y se eliminaron las principales normas de regulación financiera, habilitadas por la última reforma de la Carta Orgánica del BCRA, “liberalizando” tasas de interés y comisiones a los bancos, y acortando plazos a las inversiones golondrina, permitiendo nuevamente la “bicicleta” financiera.
Para peor, según surge del nuevo documento publicado por el Banco Central en el que fija sus objetivos para 2016, la premisa fundamental sería la de “velar por la estabilidad monetaria de la economía argentina”. Es decir, se prioriza la mentada “meta inflacionaria”. Por caso, Brasil no tuvo buenos resultados con esta empresa: mientras el desempleo creció al 9%, la inflación cerró el 2015 en su máximo nivel en más de 12 años, superando el 10%, ampliamente por encima de la meta oficial (4,5%). El dogma de las metas inflacionarias no se cumple, pero el desempleo y la pobreza aumentan y los ingresos que pierden los trabajadores no se esfuman, pasan a los sectores concentrados.
Volviendo a nuestro país, además de la eliminación de los topes a las tasas de interés del sistema bancario, se redujo la exigencia en torno a las líneas de financiamiento a la inversión productiva, que desde el año 2012 obligaba a las entidades a otorgar un porcentaje de su cartera total de créditos a Pymes. Mientras que en el primer semestre de 2015 se canalizaron 37 mil millones de pesos bajo esta línea, se espera que para el mismo período de este año se asigne a ese segmento aproximadamente la mitad de ese monto, y con un costo de financiamiento mayor. O sea que a las Pymes, que representan el principal generador de trabajo y riqueza, se les restringe el acceso al crédito a tasa subsidiada, favoreciendo a los banqueros que ahora dispondrán de esos recursos para otros negocios más rentables.
Cuesta apreciar, entonces, de qué forma podrán traducirse en un mayor bienestar para todos los argentinos las palabras del Presidente en la conferencia de prensa en la cual habló de recuperar “las buenas relaciones con el mundo”. Contrastan con la experiencia de otros países que siguieron el camino del endeudamiento para “amigarse” con los capitales internacionales y que terminaron dependiendo de los vaivenes del mundo especulativo internacional, al que poco le importan las inversiones productivas para generar trabajo y crecimiento en los países emergentes.
Quizás el Presidente dirige su mensaje a sus amigos del Foro de Convergencia Empresarial, quienes efectivamente se muestran eufóricos y felices, a la luz de las medidas ortodoxas tomadas a poco más de un mes y medio de gestión. Más inverosímiles todavía resultan los buenos augurios del actual Gobierno en cuanto al logro de la “felicidad” de los trabajadores y las clases medias, teniendo en cuenta que todos los argentinos volveremos a tener una deuda externa que pagarle a los prestamistas.
Nota publicada en Tiempo Argentino, Viernes 29 de Enero de 2016