20/08/2011 Revista Debate - Nota - Información General - Pag. 22
Por Carlos Heller Con qué contexto regional-global se enfrentará el futuro mandato de Cristina Fernández. Las transformaciones realizadas y las asignaturas pendientes para la próxima gestión
El análisis que proponemos parte de contextualizar el escenario electoral argentino dentro de una panorámica más general, regional-global, que facilite una mejor comprensión del calibre de lo que está en disputa y de los cauces que deben abrirse aún más para la acción política transformadora.
No hay duda de que el milenio nació con ciertas novedades históricas en la región. En un importante conjunto de países, del cual formamos parte, se instalaron gobiernos que rompieron con los moldes del Consejo de Washington y encararon reformas estructurales de diversos niveles de profundidad. Las diferencias, grados, profundidad, actores sociales y políticos de cada uno de ellos, no pueden ser percibidos fuera de los marcos históricos singulares, tanto de sus génesis como de sus potenciales desarrollos. Pero tampoco puede soslayarse el aroma emancipador e integrador que los unifica.
También constituyen rasgos de común denominador de estos procesos el haber padecido las crisis recurrentes de sustentabilidad del sistema económico global, hegemonizado por los poderes concentrados y las consecuencias sociales en términos de marginalización y empobrecimiento de las mayorías populares. Aún más, este padecer común, y las distintas movilizaciones populares con diferentes grados de organización social y política, fueron el caldo de cultivo para que emergieran en la región liderazgos alternativos a las políticas neoliberales.
Estos nuevos vientos abrazan a cada uno de estos procesos, alientan los avances hacia un nuevo tipo de integración y reconocen sus identidades históricas conformando un nuevo jalón simbólico, como lo pudieron expresar los festejos del Bicentenario, y lo sellan en las imágenes de los próceres libertarios e independentistas que engalanan el Salón de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa Rosada.
La variedad y diversidad de las riquezas naturales y humanas de la región certifican la posibilidad de encarar un proceso de desarrollo sustentable con equidad y justicia, saldando la deuda histórica y social con nuestros pueblos y poniendo proa a la construcción de sociedades de claro corte humanista y solidario. Recientemente, Venezuela recibió la certificación de la OPEP como depositaria de la más importante reserva de petróleo en el mundo. Somos dueños de recursos naturales estratégicos, tales como las cuencas acuíferas y minerales (el litio), recursos agropecuarios en escala para abastecer de alimentos a miles de millones de habitantes del planeta, y un potencial humano avezado y calificado en creatividad e innovación.
También estamos proveyendo a las miradas del mundo maneras diferentes de enfrentar las crisis desatadas por el paradigma neoliberal. El poner en valor el rol de los Estados nacionales, para enfrentar los megapoderes transnacionalizados, rompe con aquel apotegma, acuñado a principios de los noventa por los ideólogos de la globalización y del fin de la historia que vaticinaron que los Estados nacionales quedarían obsoletos, por ser demasiado pequeños para los grandes problemas y demasiado grandes para los pequeños problemas de la ciudadanía. Era el fin de la historia, el fin de los Estados, que serían remplazados por su capacidad de gestión por las grandes corporaciones y el fin de la política. No cabe duda de que todo esto no estaba en las agendas del Foro de Davos.
Va de suyo que estos cambios irritan a los grandes poderes concentrados y encuentran en los monopolios mediáticos de la región sus bocas de fuego. Lo que resulta intolerable, para las derechas de todo tipo, es la consolidación de las posibilidades abiertas en América Latina y el Caribe, y la potencialidad de su profundización y desarrollo. En un escenario de crisis multidimensional del sistema capitalista mundial, la región resulta muy apetecible.
Entonces, la disputa electoral en octubre hay que posicionarla claramente en este gran mapa de contienda global-regional, y el eje está puesto en la confrontación de dos modelos en pugna. La Argentina viene desde el año 2003 propiciando de manera gradual y persistente rupturas sustantivas con la herencia neoliberal-conservadora. A la política internacional referida precedentemente, hay que agregar la política de derechos humanos y sociales articuladas en pilares incontrastables -como son la memoria y justicia-; la no represión de las protestas sociales, el restablecimiento de niveles de discusión paritaria de los salarios de los trabajadores; la recuperación de los fondos jubilatorios, la reparación histórica de la movilidad de los haberes de jubilados y pensionados, y la Asignación Universal por Hijo recientemente extendida a las mujeres embarazadas.
También una ruptura central ha sido, a partir de la puesta en valor de la política y la interpelación de los poderes fácticos, el diseño de una arquitectura económica orientada a la producción y al empleo, al consumo y al desarrollo del mercado interno, con un rol protagónico del Estado en el orden macroeconómico y en la redistribución progresiva del ingreso. Cabe mencionar, en este inventario que marca los rasgos de lo que está en disputa, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la democratización del acceso al fútbol -como preciado bien cultural del pueblo-, y el matrimonio igualitario. También suman en esta dirección las realizaciones que se van desplegando como ser, en el plano científico tecnológico, con la repatriación de 800 científicos e investigadores expulsados por el neoliberalismo depredador y la creación del polo científico-tecnológico, la decisión de desprimarizar la economía y el diseño de un proyecto industrial estratégico.
Cuando decimos que si no se profundiza se retrocede, lo decimos desde la defensa de todo lo que se hizo bien pero también desde la convicción de que estamos lejos aún de la equidad y justicia soñadas. Y no se trata de imaginaciones quiméricas, sino de superar el hambre y la pobreza en forma definitiva, dejando atrás el asistencialismo y dando paso a la equidad desde la redistribución de la riqueza. Quedan aún múltiples asignaturas pendientes con las grandes mayorías, como ser la salud para todos y de calidad, el trabajo cada vez más digno y calificado, la educación progresivamente más creadora de sujetos sociales emancipatorios, y el uso racional de los recursos naturales estratégicos en beneficio de toda la sociedad.
Claro está, entonces, el sentido profundo de la disputa: preservar los logros y obturar cualquier intento restaurador de las derechas. Y, para ello, que la Presidenta sea reelegida en octubre es condición necesaria, pero no suficiente. Hay que batallar más por la unidad en la diversidad y por conformar los grandes afluentes de un nuevo tipo de poder, no sólo basado en una democracia delegativa proveniente del voto, sino, además, protagónica y participativa.
Las operaciones mediáticas, a partir del triunfo electoral del macrismo en la Ciudad de Buenos Aires; las ofensivas contra los organismos de derechos humanos, y la instalación de una dicotomía falsa entre “setentistas y democráticos”, responden a detener el proceso de transformaciones en curso. Por todo lo expuesto, octubre se convierte en un hito. Estamos comprometidos con el cambio y daremos todo nuestro esfuerzo para que se vayan consolidando las construcciones populares necesarias que impulsen los cambios y que estén en condiciones de ayudar a defenderlos y sostenerlos.