Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
La coyuntura suele analizarse a través de datos concretos, que pueden ser buenos o malos, pero al fin de cuentas son un reflejo de la realidad. Permiten extraer conclusiones sobre las políticas que un gobierno está adoptando. El futuro, en cambio, sólo puede ser proyectado, y eso lo sitúa a veces en el plano de las especulaciones.
El problema surge cuando la realidad trata de ser sobrepasada por las especulaciones. Eso pareciera estar pasando al analizar algunos comentarios que buscan incidir en el humor diario y la agenda cotidiana. No es casual que se disparen afirmaciones sobre todo lo malo que podría pasar, justo cuando hay un gobierno que empieza a mostrar resultados en diversos frentes, como el de la deuda, o el de producción de vacunas contra el Covid, entre otros.
En estos días se conoció el último dato del Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE), que ya muestra dos meses consecutivos de variación mensual positiva. Mientras que en marzo de 2020 la variación mensual fue de -10,2% y en abril -17,6%, en mayo se registró una suba de 9,7% y en junio de 7,4%. Por su parte, las industrias esenciales tuvieron un junio activo: en el caso de la industria alimenticia (que explica alrededor del 30% del PIB industrial), la producción se elevó 4,8% según el INDEC, debido a una combinatoria de factores tanto externos como internos. Otra de las principales ramas esenciales, la química, creció 7,6% interanual en junio, en parte impulsada por una mayor fabricación de productos de higiene y limpieza (+15,2%) y medicamentos (+11,7%), datos que nos permiten ver cómo una actividad repercute en el resto de la economía (los eslabonamientos productivos, como se los llama técnicamente).
La dinámica también se observa, entre otras variables, en la producción manufacturera, que cayó un 32% entre febrero y abril, pero luego creció un 28% entre abril y junio. Además, el consumo de energía por parte de la industria evidencia en julio un fuerte incremento. Es un buen predictor de la producción industrial, por lo que podemos prever que en julio dicha actividad va a seguir con signo positivo. También está creciendo fuerte la construcción.
Frente a esta realidad, un medio abordó la cuestión de los datos de la actividad económica con el título: “La Argentina cae más que otros países y la pregunta es, ¿saldrá pronto?”. Ya comenté que nuestro país no ha podido escapar a una situación generada por la pandemia, y que estuvo dentro del rango promedio de lo que ocurrió en la mayoría de los países de la región. Según el Centro de Estudios para la Producción, entre febrero y junio la caída de la actividad en Argentina estuvo cerca del 13%, mientras que en Brasil alcanzó el -9,6%, en Chile el -15%, y en Canadá el -19,5%. Los intentos de influir en la opinión pública están más que claros, en especial al omitir la actual recuperación que se empieza a notar. También señalé que los resultados sanitarios fueron muy superiores. Un aspecto que no hay que pasar por alto y que muestra la validez de todo un conjunto de medidas adoptadas. Priorizar la vida es esencial, y no entra en contradicción con la economía, más bien lo contrario.
En cuando al plano de lo futuro, en la nota comentada también se dice que la diferencia estará en la “fuerza del rebote”. De hecho, se compara a Argentina con los países centrales, que, se sabe, tienen un poder de fuego y realidades muy distintos.
En materia cambiaria, la estrategia también es evidente. Los datos son más que contundentes respecto de que no hay ningún tipo de atraso cambiario que pudiera motivar una suba del dólar oficial. Durante este mes, el Índice del Tipo de Cambio Real Multilateral, una de las mediciones más cercanas a la competitividad exportadora de la economía argentina, se ubica rondando los 120 puntos. Pero desde mayo de 2016 a marzo de 2018 (antes de la intensificación de la crisis) se ubicó rondando los 90 puntos. Y en aquellos momentos a nadie se le ocurría hablar de “necesidad de devaluación”. Respecto de la brecha cambiaria, si antes era “motivada por la falta de un acuerdo por la deuda”, ahora se la intenta atribuir al límite de compra de 200 dólares, a la supuesta falta de un plan para “evitar la tormenta perfecta”, o incluso a la reforma judicial. Un variopinto muestrario de temas.
Por su parte, en su nota del viernes, Marcelo Bonelli afirma que “en el más estricto secreto, el Banco Central comenzó a negociar la posibilidad de convertir el swap de China en dólares para fortalecer las alicaídas reservas de Argentina”. También se afirma que habría escasas reservas de libre disponibilidad. Sin embargo, el único dato oficial que se conoce, y que está en sintonía con la información que publican los demás bancos centrales, es el de las reservas internacionales brutas, que se encontraban algo por encima de los 43.000 millones de dólares al cierre de la semana. Lo demás es especulación, y nada tiene que ver con los fundamentos de la economía.
En un artículo de analistas del Fondo Monetario Internacional se aborda la disociación entre lo que sucede en la economía real y las expectativas de los mercados. El texto trata sobre el endeudamiento y los impactos en los países, y pone varias veces el ejemplo de lo ocurrido durante el gobierno de Mauricio Macri. Por ejemplo, señala que “los inversores estaban ansiosos por otorgar préstamos a Argentina (…). Sin embargo se hizo cada vez más difícil racionalizar estas condiciones benignas de endeudamiento basadas en los fundamentos existentes y pronto el sentimiento se agrió” (llamar condiciones “benignas” a préstamos en dólares con tasas del 7% es, al menos, audaz). Acto seguido se menciona la pérdida de acceso a los mercados, la vuelta al FMI, con el préstamo “más grande en la historia del FMI”, seguido de un proceso de reestructuración que involucró u$s 65.000 millones en deuda externa”.
Lo que me interesa enfatizar de este estudio es cuando se señala que los desvíos respecto de los fundamentos económicos de un país, “pueden explicarse por agencias de calificación u organizaciones internacionales que adoptan una visión excesivamente optimista, o por inversores y analistas que compran relatos sobre el futuro, que conducen a una perspectiva de exuberancia irracional, como lo hacen los inversores ocasionalmente con determinadas acciones”. Los daños económicos vienen más adelante y los sufren los habitantes de esos países erróneamente calificados.
Si bien el razonamiento no fue pensado para momentos como el actual, también se puede utilizar. Sólo que la diferencia es que se está tratando de instalar una ola de pesimismo acerca del futuro, que nada tiene que ver con la realidad y con las políticas que se están llevando a cabo. De lograr instalarse, también podría tener efectos muy perniciosos para una gran parte de la ciudadanía, que no es la que está mirando la cotización del dólar, sino la que espera preservar su empleo, su salud y sus ingresos.
Por eso es importante recuperar las palabras del presidente Alberto Fernández, quien durante un acto en Olivos señaló: “vamos a demostrarles a los argentinos lo que en verdad podemos hacer en la Argentina, no fijando objetivos absolutamente falsos, como ocurrió en los últimos años. Vamos a hablarnos con la verdad, a movernos con la verdad. Y dejemos la mentira a los que sólo saben gritar".