Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se desplegó el proyecto político partidario de la derecha, encabezado inicialmente por Mauricio Macri, secundado por su “gestor” Horacio Rodríguez Larreta, que luego se extendió a toda la geografía de nuestro país.
La ideología neoliberal es la expresión del poder en la actual fase del capitalismo mundial, que dirige, orienta y maneja el timón de una parte importante de la humanidad, y es responsable de la crisis integral de nuestra sociedad: crisis ecológica, energética, social, inmigratoria, cultural y del sistema institucional democrático. Este grave desequilibrio puede ser comprendido como consecuencia de un modo de organización colectiva insostenible e intolerable. Surgen críticas, cuestionamientos de fondo y disidencias que van generando nuevas alternativas post neoliberales, o bien post capitalistas en todos los campos de la vida común. Esta crisis civilizatoria ha ocasionado un escenario de disputa política-económica-cultural, que está en pleno desarrollo.
En ese marco, inevitablemente, la educación resulta un territorio de la controversia ideológica. Macri y Rodríguez Larreta avanzaron en diversas líneas, que se han ido constituyendo en un verdadero proceso refundacional de la educación pública, constituida desde el siglo XIX.
La Secundaria del Futuro, la creación de la Unicaba, la reforma el Estatuto Docente forman parte del plan neoconservador que se va expresando en la cuestión central: la reducción presupuestaria sistemática (de casi el 28 por ciento en 2007 al 18 por ciento en 2022). Los operativos estandarizados de evaluación se constituyeron en la plataforma de una pedagogía de “la respuesta correcta”. Si se corre la cáscara de este eslogan, nos encontraremos con la realidad: la buena educación es la resultante de operativos de evaluación. La “mentada calidad educativa” sería una mera transmisión de contenidos, que convierten al alumnado en receptores pasivos de conocimientos escasamente vinculados a sus necesidades como personas y, mucho menos, como parte de un cuerpo social. Complementariamente, los y las educadoras mutan a meros aplicadores de un paquete pedagógico diseñado por expertos.
Pero hay otra cuestión determinante: este cúmulo de medidas que se autodefinen como “muy simples”, es comunicado a la opinión pública como su contrario, en un complejo acto de engaño a “los queridos vecinos”. Este desmantelamiento del núcleo pedagógico, sustentado en concepciones arcaicas y retrógradas, es presentado como un acto de modernización, colocándose artificialmente como abanderados del cambio. Repasemos de qué cambio se trata.
Las políticas educativas de Macri y Rodríguez Larreta desfinanciaron a la educación pública y precarizaron las condiciones laborales docentes . Como todo conservadurismo, su misión es reafirmar el pasado. La diferencia es que en este caso lo presentan y comunican con eficacia marquetinera.
Se avanza en procesos de privatización a través de convenios con “organizaciones no gubernamentales", empresas privadas tecnológicas y comunicacionales, además de la tercerización a negociantes, como los comedores escolares y la seguridad. En suma: proponen consolidar un cambio radical de la educación, reduciendo derechos sociales y laborales, y con lógicas tecnocráticas que van esmerilando al sistema educativo.
Quienes defendemos la educación pública, tenemos claro que debe cambiar. No es posible avanzar en procesos de ampliación del derecho a la educación con la escuela del siglo XIX y del siglo XX. Pero la orientación de los cambios necesarios es antagónica con el proyecto de Rodríguez Larreta y su patética ministra antiderechos.
El neoliberalismo establece una segmentación clasista, concibiendo una educación pública para pobres y otra para los “sectores pudientes”, propiciando una relación pedagógica individualista, cada uno en su casa con la computadora o el teléfono, mediado por un enlatado de contenidos. La perspectiva de los proyectos educativos populares y progresistas está en las antípodas: un Estado que asegure el derecho a la educación con los recursos necesarios, la participación real del colectivo docente para construir planes de estudio que respondan a los desafíos laborales, tecnológicos y culturales de la época; y una relación entre educación y trabajo docente bajo lógicas opuestas a la macdonalización de las pasantías larretistas.
Debemos asumir que la contrautopía pedagógica de estos gobiernos reaccionarios se ha desplegado con eficacia comunicacional, con el propósito de crear un sentido común que asuma esta falsa modernidad. Su política de arrasamiento y reconfiguración de lo público se comunica como proceso “imparable de transformación". Complementariamente, en la medida que se va logrando esa legitimidad, ejecutan el otro objetivo: sumar votos a su proyecto político en las coyunturas electorales, para perpetuarse en el gobierno.
El reto para los sectores democráticos y las comunidades escolares, es el de responder partiendo de otro proyecto educativo de inspiración popular progresista que se alimente de pedagogías valiosas de nuestra herencia cultural y de prácticas del presente que surjan de la dinámica interna del aula y la escuela. El dilema es el de siempre: quiénes deben ser educados y quiénes quedan afuera, expulsándolos a la parte descartable de la sociedad. Para ese plan larretista incluir es demagogia. La reciente iniciativa de Rodríguez Larreta es un claro ejemplo: se ataca a los humildes para impactar ideológicamente a la clase media intentando despertar y estimular prejuicios culturales contra vagos y planeros, siguiendo lo modelado por sus laboratorios de captación de seguidores.
El otro punto central del discurso neoconservador es la impugnación de la docencia inspirada en la escuela pública, laica, gratuita y obligatoria. Así es que sus ideas hunden sus raíces en una fase histórica, presarmiertina, preprogresista y preperonista.
El sofisma de “la transformación no para” debe ser contestado con la idea de otra transformación, sustentada en un pueblo con valores solidarios, humanistas y como protagonistas de una vida colectiva.