Nuestras Voces | Opinión
Por Carlos Heller
Ya antes de la devaluación y del aterrizaje del Fondo comenzaban a sentirse los efectos de las políticas de Cambiemos. Los recientes informes del INDEC para abril muestran una contracción del EMAE (Estimador Mensual de Actividad Económica) del 0,9% en términos interanuales. Un anticipo de lo que vendrá, a tal punto que la consultora de Orlando Ferreres ya advirtió que en mayo la caída de la actividad habría sido del 2,8%, comparada con igual mes del año anterior.
No hay explicación oficial que alcance, ya que el problema es el modelo. El ministro Nicolás Dujovne primero tuvo que reconocer que se “vienen dos o tres meses difíciles”. Mientras que el flamante ministro de Producción, Dante Sica, expandió el horizonte a “cuatro o cinco”. Tras conocerse el dato del Indec, Marcos Peña habló de “un mal trago pasajero”, y dijo que habrá que esperar hasta el año que viene para volver a crecer. El típico argumento del futuro venturoso que en realidad nunca llega.
Además de anticipar que en mayo la caída será mayor, los datos de las consultoras privadas señalan que abarcará a más cantidad de sectores productivos. Según los números de Ferreres, la construcción, que crecía por encima del 10% en los primeros cuatro meses del año, se frenó al 2,1%. Este mal desempeño se observa también en el comercio y en la industria manufacturera. Esta última habría retrocedido en mayo 3,3% respecto a igual período del año anterior.
Un vano intento de explicación fue el que brindó Peña: “Es probable, ya lo han dicho nuestros propios responsables de la economía, que producto de los shocks externos que hemos tenido y la crisis cambiaria, eso va a tener un efecto de algunos meses más recesivos”.
Entre los elementos exógenos que tiene en mente el gobierno están la sequía, la suba de tasas de interés en Estados Unidos, el nuevo precio del petróleo, la situación de Brasil, y la guerra comercial desatada en la era Trump. Son argumentos típicos de una gestión que desde el inicio recurrió al argumento de la pesada herencia y que ahora se ha enfocado en culpabilizar a los vientos externos. Pero en esto mucho tiene que ver la forma en que se dispongan las velas. El verdadero problema es que, con sus decisiones, el gobierno ha levantado todas las defensas y así ha conseguido exponer a la economía local a cualquier tipo de evento foráneo.
La enumeración de políticas que forman parte de una misma matriz se extiende con el transcurso del tiempo. El endeudamiento vertiginoso, la apertura importadora y la desregulación de los flujos de capitales y del mercado cambiario. También la política de tasas de interés elevadas y las decisiones en torno a los precios de la energía y de los servicios públicos son algunos ejemplos de la larga lista.
Es imposible tener una actividad pujante con tarifazos y tasas de interés superiores al 40%. El propio ministro Sica señaló que las medidas establecidas por el Banco Central para sortear la crisis cambiaria están afectando a la economía real. También afirmó: “Claramente, este segundo semestre va a ser mucho más difícil. Vamos a tener que mirar con mucho cuidado y atención a las pymes, porque la crisis cambiaria que llevó a tomar medidas extremas como la suba de la tasa de interés, genera stress y algunos golpes, y hay que tratar de cuidar ese entramado. Esto es como una sala de guardia”.
Como si no fuera suficiente, ahora el FMI pasa a encabezar el equipo médico. El acuerdo del gobierno argentino con el Fondo viene a profundizar las medidas que ya se venían implementando.
El impacto en la actividad económica está contemplado en el memorándum con el Fondo, con una estimación de crecimiento que va del 0,4% al 1,4% para este año. Si bien seguramente la economía esté más cerca del primer guarismo (de virtual estancamiento), vale detenerse en el escenario “optimista”: proyectar un 1,4% de crecimiento implica, teniendo en cuenta el alto valor del primer trimestre, que la actividad debería caer un 1,7% entre el segundo trimestre y el último de 2018. Nada promisorio. De hecho, el acuerdo requiere contraer el consumo público y privado para equilibrar las cuentas fiscales y las externas. Ante esta evidencia, no se puede argumentar que el Fondo cambió. Implementa el mismo programa de ajuste al que en otros tiempos nos tenía acostumbrados.
Cumplir este acuerdo con el FMI involucra una pérdida absoluta de soberanía para el país. Pero Argentina no cayó en el Fondo por una crisis inevitable, sino que el gobierno fue al Fondo para poder profundizar el ajuste. Hasta lo dio a entender Luis Caputo, presidente del BCRA: “no hay mal que por bien no venga. Es lo mejor que nos pudo haber pasado (la crisis cambiaria). Esto nos obligó a ir a pedir el crédito al Fondo Monetario”.
El gobierno ve en el FMI un socio ideal para llevar a cabo las transformaciones neoliberales de la economía y la sociedad. Las metas ya no surgen de los despachos de los CEOs del gobierno. Ahora provienen de las oficinas de los burócratas del Fondo Monetario Internacional. Esto de ninguna manera exime al gobierno de responsabilidades por las consecuencias que recaerán sobre el conjunto de la ciudadanía.
Ante este panorama, los sectores del trabajo y la producción deberán articular una resistencia táctica efectiva, al tiempo de darse una estrategia política para vencer al neoliberalismo en la elección presidencial de 2019.
Nota publicada en Nuestras Voces el 29/06/2018