Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
La situación cambiaria tuvo un pico de tensión en agosto pasado. Luego de haberse mantenido cuasi congelado el tipo de cambio por motivos electorales, en agosto el dólar aumentó un 35,9 por ciento el mes. Pero el valor actual de 56 pesos para el mayorista es muy similar al que se obtendría en la banda máxima de referencia cambiaria si el valor que se congeló en abril se ajustara por el IPC del Indec. Con lo cual, no son valores excepcionales, aunque la brusca suba está teniendo un fuerte efecto sobre los precios. Adicionalmente, las Reservas Internacionales disminuyeron 13.800 millones de dólares en agosto pasado. Tuvo que pasar todo esto, y un fuerte retiro de depósitos en dólares el viernes 30 de agosto, para que el Gobierno se convenciera de que era imprescindible colocar limitaciones a las compras de dólares y otras operaciones cambiarias.
Es más que claro que la situación actual proviene de la acumulación de las políticas implementadas durante estos casi cuatro años, en especial la aguda flexibilización de los flujos de capitales, el elevado endeudamiento y la recepción de una volátil inversión de cartera. Esta inversión de cartera sumó un total de 12.521 millones de dólares desde enero de 2016 hasta marzo de 2018, para luego ir bajando constantemente con una salida neta de 9934 millones de dólares entre ese mes y julio de 2019. Como llegó, se fue, pero luego de obtener grandes ganancias, depreciar nuestra moneda y malgastar gran parte de los préstamos del FMI. Otro tema esencial es la formación de activos externos del sector privado, más conocida como fuga, que llegó a los 75.185 millones de dólares desde inicios de la gestión Macri hasta julio de 2019.
Las restricciones cambiarias aplicadas por el DNU 609/19, más el reperfilamiento de la deuda en pesos y dólares son medidas adecuadas a la actual situación económica y financiera. La demora en implementarlas posibilitó las distintas “tormentas” de estrés cambiario, inflacionario y productivo que se vivieron durante el gobierno de Macri.
Las recientes medidas, en especial la extensión de vencimientos de corto plazo, tienen por objetivo reducir la volatilidad cambiaria, mejorar la disponibilidad de divisas del Banco Central para reforzar la liquidez del sistema financiero y proteger al ahorrista. Son medidas que van en el sentido correcto, y que deberían ser cumplimentadas con otras tantas, en especial con la desvinculación de varios precios internos de los vaivenes del dólar. De hecho, a partir del pasado miércoles los retiros de depósitos en dólares aminoraron e incluso comenzó a haber un alto porcentaje de renovaciones.
Lo llamativo es que se habla de un cepo blando, y se lo compara con el “duro cepo” impuesto en 2011. Una construcción con gran parte de posverdad. Por ejemplo, con la nueva normativa, los exportadores deben liquidar las divisas a los cinco días de su cobro, plazo que era de 15 días en la última etapa del gobierno anterior. En cuanto a mayores restricciones, el plazo máximo de ingreso de divisas desde el permiso de embarque es hoy de 180 días, cuando en el anterior gobierno había hasta 1 año para el caso de Bienes de Capital.
Pero en este contexto, más que el dólar, la principal preocupación es por el encarecimiento de la canasta de alimentos básicos y nutritivos, y la necesidad de que el gobierno declare la emergencia alimentaria. Y voy a utilizar los fideos como un ejemplo de los alimentos esenciales que están cada vez más lejos de los presupuestos medios de la población. Pero también elegí los fideos porque en el anterior gobierno la exportación de trigo estaba sujeta a abastecer primero al mercado interno: sólo el excedente se vendía al exterior. Y de esa forma el cereal y sus derivados tenían un precio desligado de los vaivenes del dólar (que tampoco fueron tan volátiles como en la actual gestión). Es entonces esencial desligar los precios de los alimentos, los medicamentos y los servicios públicos, por mencionar algunos de los más importantes, de las variaciones de la divisa norteamericana. Porque éstos impactan directamente en la calidad de vida de grandes masas de la población.