Ámbito Financiero | Opinión
Por Carlos Heller
Luego del pico que en la tercera semana de octubre alcanzaron las cotizaciones de los dólares “especulativos”, se empezó a registrar una importante baja. El contado con liquidación, por ejemplo, se ubicó el viernes pasado bastante por debajo de sus máximos y mucho más cerca de la cotización oficial, dando una muestra de la irracionalidad que habían alcanzado los valores. Es importante poner esto en perspectiva, ya que no fue hace mucho tiempo que se intentaba hacer creer que la devaluación era algo inevitable. Sin embargo, a pesar del repiqueteo mediático, nada de eso pasó.
Desde un primer momento comenté que la “brecha” se originaba en razones más vinculadas a la especulación que a los fundamentos de la economía, ya que el tipo de cambio real multilateral sigue estando en niveles competitivos, y que el saldo del comercio exterior viene siendo positivo. Tal es así que en un momento economistas del mercado tuvieron que reconocer que las cotizaciones de los dólares especulativos estaban “recontra adelantados”. También se sabe que son valores muy volátiles, ya que surgen de operaciones que tienen poco volumen. Es decir, no había razón alguna para convalidar una devaluación que solo se hubiera traducido en mayores ganancias para unos pocos, quienes tienen sus posiciones “dolarizadas” (sea en mercancías como en activos financieros), y en grandes pérdidas para el resto.
¿Con cuánta pobreza adicional se cerraría el año en Argentina de haberles hecho caso en su prédica? ¿A cuánto hubiera llegado la inflación? Lo concreto es que el último dato de la inflación mensual de noviembre fue del 3,2%, por debajo del 3,8% de octubre y ello fue también producto de la estabilización de las variables cambiarias. La variación acumulada enero-noviembre, si bien es del 30,9%, está muy por debajo de lo que se acumuló en el mismo lapso de 2019 (48,5%). El Gobierno tuvo la intención clara de no convalidar una devaluación que, además de innecesaria, también le hubiera asestado un duro golpe al proceso de reactivación que se está empezando a verificar.
Hay un trecho importante por recorrer, pero se está yendo en el camino adecuado para estabilizar las variables externas. Además, hay beneficios concretos de tener un horizonte despejado en materia de deuda pública junto con un superávit comercial externo.
Para tranquilizar la economía, un concepto que utilizó mucho el ministro Martín Guzmán, en el año se avanzó con todo un conjunto de decisiones que hasta fueron intencionalmente tildadas de fracaso incluso antes de entrar en vigor. Sin embargo permitieron empezar a reducir la brecha. La autoridad monetaria acaba de finalizar varias ruedas con saldo comprador de divisas. Distintas estimaciones indican que hay unos 5.000 millones de dólares de exportaciones por liquidar, que en gran parte ya debieran haber ingresado a las reservas del BCRA. También volvieron a crecer los depósitos privados en dólares, que en los primeros quince días de diciembre subieron unos 232 millones de dólares, y se refuerza la tendencia ascendente que se retomó a mediados de noviembre.
La coordinación de políticas fue clave para la estabilización de las expectativas y seguirá siéndolo de cara al año que viene. En su momento comenté que desde el punto de vista de la decisión individual, no parecía un comportamiento económicamente razonable el de quienes se quedaban posicionados sobre productos agropecuarios, dada la rentabilidad existente y la posibilidad de aplicar el resultante de las ventas en instrumentos en pesos ajustados por la cotización del dólar. Tampoco de aquellos que intentaron trasladar (y en algunos casos en parte lo lograron) los valores especulativos del dólar al precio de sus productos y servicios. Son decisiones muy vinculadas a la “formación de expectativas” que se quiso instalar. Por esa razón cabe esperar que muchos comportamientos de este tipo comiencen a alinearse más a los fundamentos de la economía, que a las versiones que se instalan de manera intencionada y que, ha quedado claro, no terminan cumpliéndose. En un año difícil, producto de la pandemia, de las emergencias heredadas y de las presiones para incidir en la agenda del Gobierno, se pudo avanzar con la normalización de ciertas variables (como la deuda, entre otras tantas) y hacer un cierre sin que se hayan cumplido los escenarios apocalípticos que algunos sectores auguraban. Los temas de los que se hablan ya son otros, más enfocados a la recuperación económica, y se puede esperar un 2021 con más optimismo.