Tiempo Argentino | Una disputa clave, en el día de la indepedencia
Las respuestas argentinas a las presiones del sector más usurario del poder financiero internacional.
Por Juan Carlos Junio
En un semana clave de semifinales y pico de fiebre mundialista, vale hacer el lugar para recordar algunos sucesos que, desde otra óptica, también moldearon la historia y el presente de nuestra sociedad. El feriado del miércoles nos recordó que un 9 de Julio, pero de 1816, en San Miguel de Tucumán se firmaba la Declaración de la Independencia. Tal como reclamaba perentoriamente José de San Martín, el acontecimiento implicó la ruptura formal con la España colonial –luego de 300 años de dominación por la cruz y por la espada– y con "toda otra dominación extranjera" y permitió avanzar en la conformación de una fuerza militar ampliada, que tenía como objetivo llevar el sueño de la Patria Grande de Simón Bolívar y San Martín a la escala continental.
El 8 de julio se cumplió también un cuarto de siglo de un hecho verdaderamente funesto, una suerte de sumisión a los poderes mundiales y una "declaración de dependencia y rendición formal" a los designios del más crudo neoliberalismo. Ese día del invierno de 1989, asumió la presidencia de la Nación Carlos Menem, ejecutante y profeta –en democracia– del entreguismo a los grupos dominantes locales y extranjeros. Lo acompañaba un equipo de incondicionales, entre quienes se encontraban Miguel Roig, un hombre del directorio de Bunge y Born, como ministro de Economía; y Domingo Cavallo, de la Fundación Mediterránea, en Relaciones Exteriores. La pauta más fiel de lo que ocurriría de allí en adelante estaba dada por el nombramiento de Álvaro Alsogaray como asesor presidencial. Con esto se retomaba la línea que ya había sido inaugurada por la dictadura militar. Entre los ejes de esa política figuraban la liberalización, la apertura irrestricta de la economía y las privatizaciones, a la vez que se sentaban también las bases para el incremento exponencial de la deuda externa; el esquema cayó por su propio peso y algunas de sus consecuencias todavía persisten.
En la fase actual del capitalismo global, como viene ocurriendo desde hace ya cerca de cuatro décadas, la deuda externa se presenta como uno de los principales mecanismos para el sometimiento de los pueblos, sin desconocer otras formas sutiles de dominación, como la cultural, o algunas expresiones más extremas, como es el caso de la militar. Todas redundan de una u otra forma en una pérdida de soberanía para la toma de decisiones de los gobiernos. Abarcan aspectos tan sensibles como la definición de políticas públicas o la gestión soberana de recursos naturales estratégicos, lo cual no hay que perder de vista en los tiempos que corren.
En tal sentido, la disputa en torno a los fondos buitre es particularmente reveladora y refleja, entre otras cosas, cómo actúan los grupos de poder que pretenden impedir el desarrollo de las economías de la periferia. Los buitres son una expresión del sector más usurario de ese capital financiero, a tal punto que amenazan con poner en riesgo el esfuerzo que ha llevado a cabo nuestro país para reestructurar su deuda, algo que ha venido haciendo con prescindencia del crédito y las condicionalidades de los organismos internacionales, una decisión que algunas aves nativas parecen muy interesadas en volver a abrazar.
Respecto de esto, todavía retumban las palabras del alcalde porteño, Mauricio Macri, quien tras el fallo en firme de Griesa, señaló: "Ahora hay que ir, sentarse en lo del juez Griesa y hacer lo que diga, y si hay que pagar al contado se pagará al contado." Un posicionamiento para nada extraño, muy emparentado con el deseo de los buitres y del establishment financiero internacional. Este no es un elemento que deba menospreciarse, a la luz de las intenciones de quien busca por todos los medios instalarse como candidato potable para las próximas elecciones presidenciales. Las declaraciones de Macri pueden analizarse a la luz de su propia gestión en la Ciudad, donde se dedicó a incrementar la deuda 2,3 veces en los últimos seis años, siendo que la parte denominada en divisas pasó del 86,8% en 2007 a 98,1% en 2013, y que para colmo le dejará a la próxima administración una fuerte acumulación de vencimientos. Se trata de una deuda que se tomó no tanto para invertir en infraestructura, como favorablemente podría argumentarse, sino para afrontar gastos corrientes, un típico ejemplo del manual de finanzas neoliberal.
En contraposición, aparece la política de desendeudamiento implementada por el gobierno nacional desde 2003, que incrementó profundamente los márgenes de soberanía para la toma de decisiones de nuestro país. Por ello, el fallo a favor de los buitres debe ser visto como una estrategia funcional a la idea de que es imposible escapar del largo brazo del pensamiento neoliberal.
No obstante, tanto la planificación como la ejecución de la estrategia de las autoridades nacionales fueron acertadas, ganándole una batalla a la gran maquinaria que presenta el lobby de las finanzas. Por un lado, porque logró poner en apuros a actores clave del sistema financiero global, como el Bank of New York Mellon (BoNY); mientras en paralelo ha venido trabajando mediante alianzas con otros gobiernos, el apoyo de organismos internacionales, y hasta de la propia OEA, mostrando que, a pesar de las diferencias y de la presencia de los Estados Unidos, siguen en pie las esperanzas de seguir trabajando por una verdadera unidad regional. Incluso, se han pronunciado a favor de la estrategia argentina medios de comunicación conservadores del exterior como The Economist y The New York Times, expresando las contradicciones de intereses existentes al interior del poder financiero internacional.
Esta acumulación de fuerzas le ha permitido al gobierno posicionarse de manera más contundente ante los fondos buitre, que cada vez poseen una menor aceptación global. Nadie puede borrar del balance de lo acontecido en estos tiempos la firmeza mostrada para reivindicar una posición autónoma y de defensa de los intereses de nuestro pueblo. Se trata, sin dudas, de un dato de la realidad promisorio y esperanzador, a poco de cumplirse un nuevo bicentenario de la Declaración de la Independencia.