Tiempo Argentino | Opinión
Por Juan Carlos Junio
El 1° de enero se inició un año muy especial, ya que se cumplirá el Bicentenario de nuestra Independencia, declarada en solemne juramento el 9 de julio de 1816.
Bajo el impulso indoblegable de San Martín se consumaba – ahora en el Congreso de Tucumán- la misma máxima que ordenó la carga del ejército patriota contra las tropas realistas: "Seamos libres, y lo demás no importa nada".San Martín, como político y jefe militar, había definido el problema principal de su época: derrotar al colonialismo español y, sobre esa base, iniciar una nueva fase histórica creando una Gran Nación Americana.
Estas palabras suenan parecidas a otras, del mismo momento histórico, pero en la colonia de Saint Domingue (actual Haití), donde un 1° de enero de 1804 se fundaba la primera república negra del planeta. Tras 12 años de insurrección, triunfaban los humillados y explotados de la colonia más próspera de la poderosa Francia, advirtiendo en su declaración de Independencia: "¡Libertad o muerte! No es suficiente con que hayamos expulsado a los bárbaros que han ensangrentado nuestra tierra por dos siglos. Debemos con un último acto de soberanía nacional garantizar que reinará por siempre la Libertad en nuestra patria. Hemos osado ser libres, seámoslo por nosotros mismos y para nosotros mismos. ¡Por ello juremos vivir libres e independientes!"
Resultaba paradójico que mientras los jacobinos parisinos habían declarado que la soberanía radicaba en el pueblo y que finalizaban los privilegios de sangre, en Francia, que se consolidaba como potencia capitalista; continuara la explotación inhumana de la antigua colonia española. La república negra triunfante, que venció al ejército napoleónico, se denominó Haití en homenaje a los taínos, su pueblo originario que habían sido exterminado por los conquistadores españoles. La esencia de su programa fue la superación del colonialismo, del racismo y de la esclavitud. Una expresión inédita de la nueva época que proclamaba, se expresa en el artículo 14 de la Constitución de 1805: "Todas las distinciones de color desaparecerán necesariamente. Los haitianos serán conocidos de ahora en más por la denominación genérica de Negros." Esta original formulación, si bien admitía la existencia de pieles de diferente color, excluía el concepto de que el color era signo de distinción, y asumía una concreta identidad –la negritud- como respuesta a la cultura colonial que negaba a los y a las negras su condición de humanidad.
Si leemos las letras de los himnos de nuestros países, que se crearon tras el triunfo definitivo de Ayacucho, veremos que la exaltación de la libertad, y la voluntad de quebrar toda forma de opresión y dominación extranjera era la meta de aquel tiempo histórico.
El siglo XIX fue fértil en la emergencia de idearios y sueños emancipadores para los pueblos americanos; sin embargo, tal proyecto de Patria Grande, diversa, soberana y, según sus exponentes más avanzados, fundada en la justicia social y en las democracias sustantivas, no pudo hallar el cauce para su concreción y triunfo definitivo.
Durante los 200 años siguientes a las luchas independentistas predominó el interés y espíritu de las oligarquías y los comerciantes locales, que modelaron repúblicas débiles bajo hegemonía de las élites, y sometidas al poder de las metrópolis, primero británica y luego norteamericana.
Desde aquel primer episodio en que la libertad se conquistó en los campos de batalla se fueron abriendo nuevos debates y combates acerca del orden social que debía transitarse tras el fin de los tres siglos de yugo español, y los modelos de Repúblicas y Democracias que debían refundarse luego de las gestas libertarias. Las fracciones dominantes generaron Repúblicas Liberal-Oligárquicas, que también se replicaron en Argentina, aunque la configuración del Estado Nacional adquirió formas contradictorias. Contra las concepciones oscurantistas, se desplegó una política educativa fundadora de una Escuela Pública universalmente extendida y, en ese sentido, democrática frente a la oposición tradicionalista sostenida por la Iglesia Católica de aquel entonces. Otra matriz de aquella República hegemonizada por la oligarquía fue, en materia de política exterior, la doctrina elaborada por Luis María Drago, canciller de Roca en su segundo gobierno, quien sostenía que si los estados nacionales habían adquirido deuda soberana, no podían ser agredidos por ninguna potencia extranjera.
La primera independencia, la constitución de las Repúblicas y, con el devenir histórico, la emergencia de movimientos nacional-populares habilitaron fuertes controversias a propósito de los sentidos de la democracia, la soberanía, la libertad.
El cambio producido desde el 10 de diciembre en nuestro país reactualiza esos debates. Están ocurriendo graves contradicciones, ya que, mientras en la campaña electoral el macrismo convocaba al respeto por las instituciones, en el poder gobierna por decreto. Mientras se proclamaba la necesidad de diálogo, se asfixia toda voz distinta. Mientras se prometía pobreza cero, se operó inmediatamente una transferencia brutal de riqueza a las fracciones del poder económico, exportadoras –agrarias y financieras- quienes lejos de eliminar la pobreza generarán su crecimiento exponencial. Esos sectores del capital más concentrado, mayoritariamente extranjero, han sido siempre los más notorios fabricantes de desocupación y pobreza.
La brecha entre las palabras y los hechos se desnuda mucho más rápido de lo que algunos creyentes del "gradualismo" esperaban. Y muy especialmente para sectores que, ilusionados con un cambio que mejorara la democracia, advierten que la puesta en práctica del nuevo modelo linda con la ilegalidad y el estado de excepción, y restringe día tras día los espacios democráticos; a la vez que se retorna a la sumisión a las estrategias políticas y comerciales de los Estados Unidos. De eso se trata cuando quieren llevar al país a los empujones para incorporarlo a la Alianza del Pacífico (el nuevo ALCA), al igual que las precipitadas negociaciones para volver al ciclo de endeudamiento externo. Resulta imprescindible entonces rememorar y homenajear a aquellos sueños de libertad, igualdad y soberanía que, desde Haití hasta nuestro Tucumán, impulsaron a los fundadores a emprender la dura campaña para ser, para siempre, nosotros mismos, junto a los hermanos del continente.
Nota publicada en Tiempo Argentino, 8 de Enero de 2016