Artículo publicado por: Carlos Heller
Esta semana, la titular del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, ensayó una especie de autocrítica: “la incapacidad para identificar la acumulación de vulnerabilidades en el período de antes de la crisis, es un hecho humillante que debe ser encarado“, dijo casi literariamente.
Cuando se escuchan estas cosas, por un lado uno se alegra, pero si hay que ser poco condescendiente con la señora Lagarde, diré que sigue hablando como si el problema fuera técnico: no tuvieron los sensores adecuados para darse cuenta, pero haciendo una autocrítica se sacan la culpa de encima.
La evidencia indica que el problema es que el modelo de capitalismo financiero está agotado, es absolutamente incompetente e incapaz de resolver los problemas de la humanidad. Muy por el contrario: los agrava.
Vivimos en un mundo inmensamente rico, que es una gran fábrica de pobres. Eso es lo que hay que resolver. Porque si bien los países son en sí mismos una fábrica de conflictos y de pobreza, no todos pierden. De hecho, en medio de esta crisis las grandes corporaciones siguen ganando.
En los Estados Unidos, por ejemplo, tomando desde el año 90 en adelante, se produjo un brutal descenso de la cantidad de trabajadores industriales. Pero en ese mismo período, las empresas multinacionales de origen norteamericano, con sus filiales en el exterior, multiplicaron sus ganancias hasta el infinito. Entonces, hay una acumulación de riqueza en pocas manos, que nunca se resolverá si no se cambian las reglas del juego.
Es necesario cambiar de paradigmas, pensar en la economía social como objetivo: el objeto de la empresa debe ser la prestación del servicio y no la maximización de la ganancia. Mientras no hagamos este cambio de paradigma, le vamos a seguir buscando excusas técnicas a la crisis y seguiremos haciendo autocrítica de la forma y no del fondo.