Conflicto social, democracia y política

06/06/2014

Tiempo Argentino | Tras el acto conjunto de la ampliación de la Illia

El relato fantástico es contraponer a Macri como un adalid de la nueva política y el consenso, y a Cristina Fernández como una presidenta autocrática y caprichosa.

Por Juan Carlos Junio

El martes 3 de junio ocurrió un hecho político inhabitual: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el jefe de gobierno Mauricio Macri se mostraron juntos en la inauguración de la ampliación de la Autopista Illia, que mejorará el flujo de tránsito y ahorrará tiempo de traslado a unos 30 mil vehículos por día. La presidenta valoró positivamente la iniciativa conjunta entre la Nación y la CABA, dando respuesta al mismo tiempo a una nueva crítica sesgada y oportunista de los medios monopólicos para esmerilar al gobierno nacional: "Cuando yo dialogo es un pacto. Cuando lo hacen otros, es civilizado: Ni pacto ni nada, esto es sentido común", enfatizó Cristina Fernández.

La estocada propagandística de la prensa hegemónica ataca nuevamente al Poder Ejecutivo sugiriendo un supuesto acuerdo político plasmado en la Casa Rosada.

Se podría deducir, por el tono de las diversas notas periodísticas, que emerge una situación sorpresiva y sobre todo indeseable: la realización de una serie de reuniones entre quien sería la expresión de una política crispada y cuasi dictatorial –Cristina Fernández– y el vocero de una perspectiva plural y dialoguista: Macri.

Detrás de esta "sorpresa" y su cuestionamiento mediático, es preciso entrever qué se dice y qué se oculta, ya que tras esta batería discursiva subyacen visiones ideológicas sobre la democracia y la política, que mutilan cualquier camino de convivencia y de procesamiento del conflicto social y político. En realidad, la disputa está siempre presente en toda organización social en la cual hay antagonismos inevitables en los planos de la economía, la cultura y la propia política.

Un mundo que naturaliza que las 85 personas más ricas tengan una riqueza equivalente a la mitad de la población mundial no supone un modo pacífico, armonioso ni razonable de existencia colectiva. Esa injusticia tan extrema genera y proyecta conflictividad y resentimientos frente a las infinitas carencias que sufren cientos de millones de seres humanos. En suma, los poderes hegemónicos del capitalismo imponen la ley del más fuerte, sin necesidad de rendir cuenta por sus innumerables atropellos contra la vida humana y la naturaleza.

Sin embargo, en el marco de la crisis económica y de valores del sistema, surgen otros polos de poder, como el que se va conformando en América Latina y los BRICS, en otro plano. Se va configurando entonces un mundo multipolar en el que conviven, de manera a la vez pacífica y conflictiva, visiones y valores que proponen distintos modelos de presente y de futuro. Ambas cosmovisiones reconocen alineamientos locales y globales. Los países de América avanzan en la consolidación de un bloque regional que, aunque con matices nacionales relevantes, generan un polo de poder que representa a una región de paz y que va afianzando sus niveles de soberanía y autodeterminación. La Unasur, la CELAC o el Mercosur son expresiones político-institucionales de estos avances.

Es en este contexto mundial que la oposición local habla del aislamiento de Argentina, promoviendo un retorno a las alianzas subordinadas de nuestros países, bajo la órbita de EE UU. Cuando Macri convoca desde su fundación Pensar a Sebastián Piñera, Mario y Álvaro Vargas Llosa, José María Aznar y Mariano Rajoy o Corina Machado está revelando sus relaciones con una derecha continental y mundial cuyo proyecto es antagónico al de los gobiernos democráticos y populares de los países latinoamericanos.

Es por eso que la contraposición que se hace entre Macri, quien al igual que los otros líderes y voceros de la oposición sería un adalid del dialoguismo, la nueva política y el consenso, y Cristina Fernández, como una presidenta autocrática y caprichosa que aísla a la Argentina del mundo sumiendo al país en una debacle, es un verdadero relato fantástico con el fin de incidir en la formación del sentido común de masas. A su vez, esa línea argumental choca con los virulentos artículos de la prensa escrita, de los exaltados opinantes radiales o los exasperados comentaristas televisivos. Es que según esa prensa, sería inaceptable que expresiones incompatibles como la autocrática presidenta y el muy dialoguista jefe de gobierno se unan siquiera en la inauguración de una obra común.

El jefe de gobierno –despejado de su hojarasca discursiva– evidencia prácticas muy distintas al diálogo que su boca pronuncia como un mantra. Que lo digan, si no, los legisladores de la Ciudad que han sufrido en los años del ingeniero más de 118 vetos, todo un récord nacional en esa materia. O pueden dar fe de su dialoguismo los pacientes psiquiátricos del Borda y sus médicos, tanto como los ocupantes de la Sala Alberdi del Teatro San Martín. Como expresión de la derecha política más retardataria aunque cubierta con una piadosa cosmética posmoderna, Macri demuestra a cada paso su inspiración autoritaria, represiva y excluyente.

El kirchnerismo, en el otro polo ideológico, ha generado una apertura hacia la democratización de la vida social por distintas vías: políticas de ampliación de derechos para los núcleos sociales más vulnerables y los sectores medios; de Memoria, Verdad y Justicia; de reconocimiento de la diversidad; de creación de trabajo; de integración regional y de soberanía colectiva frente a los poderes fácticos, locales y globales que representan el núcleo de la negación de la democracia.

La inexistencia de conflicto es un planteo ideológico y propagandístico típico del sofisma griego. Esta semana fui testigo de la asunción del presidente Sánchez Cerén, en la hermana República de El Salvador. El nuevo mandatario, antiguo guerrillero revolucionario del FMLN, dirige una sociedad partida y arrasada por la pobreza, pero con una fuerte voluntad política de continuar la profundización de un proceso de justicia social y democratización frente a la presencia de una derecha brutal. El ejemplo es interesante, ya que en ese proceso democrático con contradicciones tan extremas se corren las brumas de los formalismos, dejando al desnudo las conflictividades inevitables de la lucha por la hegemonía.

Frente al ilusionismo de una sociedad sin conflicto y a la falsedad maniquea que nos plantea la concreción de un contubernio escabroso entre una señora tirana y un señor republicano, es preciso poner en el centro del debate los alcances y contenidos de la democracia conquistada, que habrá que continuar ampliando con la participación cada vez más activa de nuestro pueblo.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 06/06/2014