Por Eduardo Fernández
Las irregularidades y el salteo del listado en algunas vacunaciones, que estalló con el repudiable caso de Horacio Verbitsky, es el nuevo caballito de batalla de la oposición, y fundamentalmente de los medios de comunicación hegemónicos, para organizar un nuevo embate contra el Gobierno. Durante días se machacó con el tema y prácticamente se omitió hablar de la rápida actuación del Ejecutivo frente al problema.
Con el desplazamiento del ex ministro de Salud Ginés González García se envió un claro mensaje. Más allá del papel que haya jugado Ginés, este Gobierno no aceptará a los vivos que quieran aprovecharse de su posición y sacar ventajas en una situación tan delicada. Por ello se nombró a Carla Vizzotti como nueva ministra, que motorizó un nuevo mecanismo de transparencia, y dio a conocer toda la información sobre la vacunación.
En paralelo, se avanzó en la adquisición de nuevas vacunas para cumplir con los objetivos planteados y se impusieron criterios de trazabilidad. Todo esto, casi inexistente en la agenda de los opositores —de quienes ya no se espera un gesto de honestidad intelectual, aunque sí de coherencia discursiva— demuestra la apuesta a la salud pública que hace esta gestión.
La ausencia en el tratamiento de los medios monopólicos sobre estas novedades o sobre el problema de producción y distribución de la vacuna a nivel mundial y el cambio de condiciones de algunos grandes laboratorios como Pfizer, que actúa con una lógica mercantilista voraz en un contexto sumamente sensible, dan cuenta de la doble vara de la oposición. Esta actitud, lejos de ser constructiva, se propone alimentar la idea de grieta con un discurso profundamente antipolítico.
La antipolítica
El fundamento del que emergen todas las críticas de la oposición es el de señalar a la política como la culpable de todos los males. Esta profundización en el intento de deslegitimar a la política se evidenció con las primeras marchas anti cuarentena que buscaban cuestionar las decisiones públicas en materia sanitaria.
Sin embargo, las contradicciones y las incoherencias de su historia son inconducentes y carecen de razonabilidad, principalmente porque venimos de cuatro años de un gobierno de CEOs, que trajo consecuencias nefastas a la población.
Por ejemplo, el degradado Ministerio de Salud a Secretaría dejó vencer una gran cantidad de vacunas y el ex encargado del área en el macrismo no pudo sortear la incongruencia de su relato en su recorrida mediática para despotricar contra el Gobierno. Tampoco es creíble la indignación por las vacunaciones por fuera del listado, cuando hace un mes atacaron el origen de las mismas y declaraban irresponsablemente que no se vacunarían.
En términos económicos, la ciudadanía también recuerda el legado del gobierno de la antipolítica, que endeudó al país y generó una grave crisis económica. Cuando comparamos diciembre de 2019 (donde aún no había pandemia y dejaba su gobierno Mauricio Macri) con diciembre de 2020, la caída de la actividad económica en realidad es del 2,2 por ciento, sin embargo los medios focalizaron en el dato de la caída del 10 por ciento durante el 2020.
En esta línea, esta semana se conoció a través de Hacienda que en 2020 tuvimos superávit fiscal. En ningún lado quedó reflejado que es el mejor resultado desde 2015. Obedece a cuestiones económicas, por la liquidación de exportaciones, pero fundamentalmente por políticas como la disminución de pago de intereses de la deuda.
Está claro que nuestro Gobierno molesta e incomoda a los grupos del poder, que nunca priorizaron la salud pública y hoy se encuentran con que la decisión política es destinar recursos para afrontar el desastre que dejaron.
Está claro que la apuesta a la producción, la industria y la recuperación de la soberanía están en las antípodas de sus objetivos. Hoy más que nunca tenemos que levantar esas banderas, con una necesaria autocrítica para no repetir errores, pero con la convicción de que vamos por el camino correcto para poner a la Argentina de pie.