Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Una vez más el derecho al sufragio otorga a la ciudadanía porteña la oportunidad de redefinir en qué ciudad aspiramos a convivir los 3.215.000 seres humanos que la habitamos. Partimos de la premisa que M. Macri, R. Larreta y P. Bullrich, o sea el PRO, la gobiernan hace 16 años. Asistimos a un proceso agotado, que ha generado falencias muy severas para la vida del pueblo; consecuentemente aspiramos a imaginar y asumir en plenitud un destino distinto, generando un gran cambio que se debe hacer desde la política, haciendo del voto el instrumento para su materialización. La saturación de noticias y opiniones abrumadoras por parte de los grandes medios de comunicación define la agenda e impide pensar y debatir lo principal: cuales deben ser los valores culturales, humanos, educativos y económicos que determinan el modelo de ciudad presente y futura al que aspiramos. Lo que ya está clarísimo es que no podemos continuar con la visión ideológica y las políticas actuales que han conducido a una ciudad insana, insegura y sumida en contradicciones agudas, conformando un medio social y ecológico cada vez más invivible. De continuar con estas políticas se acentuará la escasez de espacios verdes, las temperaturas serán insoportables en verano, nuestro río será inaccesible para la gran mayoría de porteños/as, las moles de cemento obstruirán cada vez más la iluminación solar, colapsarán los servicios públicos, aumentará la contaminación sonora, ambiental y visual, todo lo cual se potencia con el funcionamiento de un tránsito irracional que incluye la imposibilidad de estacionamiento. Las crecientes desigualdades en el acceso a la salud, la educación y la cultura se profundizarán por la explícita oposición ideológica a todo lo público y sus consecuentes recortes presupuestarios. Se impone una planificación de la ciudad que responda a los cambios culturales, tecnológicos y productivos, pero pensando en la mejora de la calidad de vida de los diversos afluentes de la ciudadanía.
En términos ecológicos, si bien no se trata de presentar escenarios apocalípticos, debemos asumir que el actual rumbo y accionar político porteño es cada vez más funcional a los capitalistas constructores de moles, que ya han invadido los barrios con su único afán de lucro, especulación inmobiliaria y financiera avasallando el espacio público y lo que todavía sobrevive de suelo y verde. Sobre esta temática, el Secretario General de las Naciones Unidas afirmó: “hemos abierto las puertas del infierno”. Poco han importado a las potencias capitalistas globales y conglomerados empresarios las advertencias científicas en relación a las ya dramáticas manifestaciones del cambio climático. En la lista de políticos, economistas y formadores de opinión que hacen oídos sordos a esta problemática, se encuentran los autoproclamados libertarios, quienes ya no ocultan su desprecio por las cuestiones ambientales, sustentando abiertamente la doctrina de que el cambio climático no existe. Se trataría de una ficción, ya que en realidad asistimos a una fase histórica natural e inevitable, que deviene de millones de años de la vida del planeta. Lo que se propone esta “teoría” irracional es ocultar la responsabilidad de los verdaderos culpables de la catástrofe civilizatoria: las corporaciones capitalistas globales que en su afán de lucro ilimitado han intoxicado y destruido mares, ríos, bosques y ciudades, comprometiendo así la propia existencia de la vida en el planeta.
En correspondencia con los afanes de negocios y negacionismos, la actual gestión larretista utiliza maniobras e informes dignos del personaje de Los Simpsons, el corrupto alcalde Diamante de la ciudad de Springfield. Sería gracioso si fuera una serie de TV, pero como es real, resulta claramente impugnable. El gobierno de JxC a sabiendas de que, producto de su irrefrenable política de venta de espacio público, está lejísimos de los 15m2 de verde por habitante que recomienda la Organización Mundial de la Salud, realiza una contabilización engañosa para llegar a 7m2 de verde por habitante. Para tal fin computa impúdicamente hasta la tierra de los macetones y de los cementerios. El número verdadero expresa la llegada a un punto crítico: el promedio real es de 4m2 de verde por habitante. Un ejemplo tan grande como simbólico de estas políticas es el caso de la venta de los terrenos del ex Tiro Federal al emporio Eskenazi, al igual que los terrenos de la Costanera Sur para el conglomerado IRSA, como así también el intento de privatización de la Costanera Norte a pesar del rechazo ciudadano y judicial. Las consecuencias son evidentes: habrá más departamentos para el negocio de alquiler temporario, y menos inquilinos con posibilidad de alquilarlos o comprarlos. Se trata de un claro caso de corrupción, ya que resulta imposible aceptar que fue la suerte de los Eskenazi la que posibilitó la compra a 1300U$S el metro cuadrado en Núñez.
Mientras estos súper millonarios continúan haciendo negocios con sus moles y cementos, en nuestra ciudad continúa creciendo la pobreza y la indigencia. Según el diario Clarín del 23/09, en un año la indigencia subió del 7,5% al 10,2% (315 mil personas) llevando la pobreza al 27% (830 mil personas), una cifra récord salvo durante la pandemia. Por su parte el 39,6% de niñas, niños y adolescentes de 0 a 18 años residen en hogares en condiciones de pobreza (271.500 personas). Así es que un tercio de los pobres son menores de 17 años. Destaca también que en los hogares encabezados por mujeres, la incidencia de la pobreza es mayor frente a los que tienen como jefe a un varón. Concluye el informe que en el último año la clase media descendió del 50,8 al 45,1%. Números y porcentajes aparte, cientos de miles de las familias con la que convivimos a diario se debaten en la pobreza.
Se trata entonces de imaginar otro modelo de ciudad más igualitaria entre los distintos estratos sociales, mejorando el respeto y la sensibilidad de los ciudadanos entre sí, y todas y todos hacia el espacio público común. En lugar de expulsar a pobres y a minorías hay que integrarlos con programas económicos y culturales específicos fomentando el contacto y la comunicación convivencial, en una ciudad que privilegie el cuidado común del medio ambiente.