Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
Si hay dos propuestas convocando a la unidad, entonces, no hay unidad. Esa es la paradoja que introduce Roberto Lavagna con sus recientes apariciones públicas: su llamado, desde hace un par de meses, a “la unidad nacional” es, en la práctica, una convocatoria a la “no unidad”. Porque lo hace desde un espacio que, por lo menos hasta ahora, excluye al kirchnerismo de sus hipótesis de confluencia.
Además, el economista irrumpe en un escenario donde el kirchnerismo, el Partido Justicialista, diversos sectores de centroizquierda, fuerzas sindicales, sociales y culturales avanzan en un proceso de unidad en contraste con Cambiemos, que sólo atina a ponerle un límite a sus tensiones internas. Es decir: la oposición tiende a unirse y el oficialismo a dividirse.
La inscripción en la Justicia Electoral, esta semana, del nuevo frente liderado por Mario Negri en Córdoba oficializó la ruptura en esa provincia. Allí el oficialismo concurrirá a las elecciones para gobernador separado en dos listas: por un lado, el frente Córdoba Cambia, encabezado por Negri como candidato a gobernador; por el otro, el actual intendente de esa ciudad, el radical Ramón Mestre.
Pero esa ruptura no es la única tensión en Cambiemos. Diferencias similares también se manifiestan en otras provincias como Misiones y Mendoza. Y todas se enmarcan en un conflicto más general entre el radicalismo y el Pro por demandas de mayor participación en las decisiones por parte de la primera de estas fuerzas, entre otras cuestiones. Todo indica que los conflictos locales son expresión de una disidencia más profunda. Incluso, los rumores de candidaturas alternativas a la de Mauricio Macri, por dentro o por fuera de Cambiemos,deben analizarse como parte del mismo proceso.
Es en este escenario que irrumpen Lavagna y los fuertes trascendidos sobre su candidatura a la Presidencia de la Nación. Su aspiración, por un lado, agrega un postulante más al espacio de Alternativa Federal, ya sobrepoblado de precandidatos; por el otro, en la medida que ese sector insiste en excluir al kirchnerismo del proceso de unidad, actúa fortaleciendo una opción “opositora” que objetivamente aspira a dividir al voto antimacrista. Alrededor del 70 por ciento de los argentinos y argentinas hoy coinciden en oponerse al gobierno. Si esa confluencia se expresara mayoritariamente en una única opción electoral se consolidarían las posibilidades de derrotar al oficialismo en las próximas elecciones.
Sin embargo, parecería que los grupos de poder concentrado necesitan un plan B, es decir, una alternativa ante la creciente debilidad del Gobierno.
En ese sentido, resultan de interés las recientes declaraciones de Miguel Angel Broda, quien trabaja, junto a otros economistas, en una propuesta para ser presentada a quien asuma como Presidente el próximo diez de diciembre: “Mi impresión es que tenemos 15, 20 por ciento de probabilidad de salir de la decadencia después de 70 años y ser normales. Macri no pudo pero puede poder (…) el orden económico de Lavagna seguramente sea mejor que el de otros candidatos pero no nos saca de la decadencia, es el representante de una Argentina corporativa pero mejor hecha. Lo votaría antes que a Massa o a Cristina. Si la segunda vuelta fuera Lavagna-Cristina, preferiría a Roberto”. Es decir: el favorito de Broda es Macri, pero si en el balotaje no tuviera esa opción lo votaría a Lavagna. Uno de los principales ejes de la propuesta de Broda, Domingo Cavallo, Ricardo López Murphy y Guillermo Calvo consiste en alcanzar “varios años de superávit fiscal de 2 puntos y medio. Para lograr esto hace falta ir a fondo con la reforma previsional y la reforma laboral”. En síntesis: mucho más ajuste.
La instalación de Lavagna como posible candidato viene acompañada de un diagnóstico por lo menos discutible: la idea de que hay una grieta con dos proyectos extremos agotados y que, por lo tanto, existe un gran espacio vacío en el medio para una alternativa con protagonistas traídos desde afuera de la política.
En este escenario, cuando decimos que “el límite es Macri” no hacemos una referencia exclusiva a una persona sino que aspiramos a construir un proyecto de país que confronte con el modelo que el gobierno puso en práctica desde el 10 de diciembre de 2015. El límite es el proyecto de Cambiemos o de cualquier espacio político que lo exprese.
Se trata, entre otras políticas, de impulsar un Estado presente y dejar atrás el “Estado canchero”, que sólo interviene para que las corporaciones desarrollen sus negocios con máximos beneficios.
Un país con paritarias libres en las que los salarios le ganen a los precios y no donde los precios les ganan a los salarios.
Un país que incluya laboralmente a todas y todos y que reduzca las brechas de participación (incluida la salarial) en el mercado de trabajo entre hombres y mujeres y no un país donde se mantienen o aumentan las diferencias de género.
Un país donde los servicios públicos sean accesibles para todos y no un negocio para pocos. Un país que impulse la integración regional y la alianza con otras naciones y no un país inserto en el mundo sin ninguna protección. Un país donde la República y sus instituciones funcionen de manera soberana, y no sometidas a las exigencias del Fondo Monetario y otros organismos internacionales.
Un país con inclusión social y distribución de los ingresos y no un paíscon exclusión y concentración de la riqueza. Un país que aporte recursos a la educación, a la ciencia y a la tecnología y no un país que apuesta al ajuste fiscal y la reprimarización de la economía. Un país que defienda la producción nacional, las pymes, las economías regionales y el trabajo argentino y no un país que se abre a importaciones que destruyen los productos elaborados localmente. Un país que privilegie el uso racional de los recursos naturales y no que los considere un mero producto del mercado.
En este contexto no hay dudas: la alternativa consiste en continuar trabajando para formar un gran frente sin exclusiones, que aspire a unificar el voto antimacrista en una propuesta electoral mayoritaria y propositiva. No se trata de excluir a nadie. En todo caso, habrá quienes se autoexcluyan. Serán ellos, entonces, los responsables de dividir el voto opositor o de constituirse en la opción B de los grupos de poder concentrado.