Ambito Financiero | Opinión
Por Carlos Heller
Con sus políticas de ajuste y reformas, el Gobierno y el FMI han llevado a una situación económica y social delicada y no hay manera de que puedan evadir sus responsabilidades.
Sin embargo, Christine Lagarde acaba de afirmar que “el programa realmente funciona”. Acto seguido se corrió del libreto de la posverdad y dijo: “sería una tontería por parte de cualquier candidato dar la espalda al trabajo que se está haciendo”. Una frase con tono desafiante que no hace más que cristalizar el claro apoyo político del organismo hacia Mauricio Macri y sus ideas.
En tanto, en un pasaje de una reciente presentación de la economista jefe del Fondo, Gita Gopinath, se señala: “Hace un año, la actividad económica estaba acelerándose en casi todas las regiones del mundo. Mucho ha cambiado desde entonces: la escalada de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, la necesaria restricción del crédito en China, las tensiones macroeconómicas en Argentina y Turquía, los trastornos en la industria automotriz en Alemania, y la contracción de las condiciones financieras ocurrida en paralelo a la normalización de la política monetaria de las economías avanzadas más grandes han contribuido a un significativo debilitamiento de la expansión mundial”. Pero tomadas en conjunto, Argentina y Turquía explicaban apenas el 1,4% del PIB mundial en 2017, y en particular nuestro país participaba con un 0,56%. La inclusión de estas economías, como causales de la debilidad mundial, suena desproporcionada.
En el marco de la Asamblea conjunta con el Banco Mundial, en su habitual informe de Perspectivas de la Economía Mundial (WEO, por sus siglas en inglés) el FMI afirmó: “las perspectivas de convergencia son desalentadoras para unas 41 economías de mercados emergentes y en desarrollo, que generan casi el 10% del PIB mundial (…) y que tienen una población total de casi 1.000 millones; según las proyecciones, en los próximos cinco años su ingreso per cápita quedará rezagado respecto del de las economías avanzadas”. Dolorosas muestras de un sistema económico global que agrava las desigualdades y en el que el propio Fondo Monetario tiene una clara responsabilidad.
A la hora de comentar lo que debe hacer nuestro país, en el texto se sostiene: “es fundamental que se continúe ejecutando el plan de estabilización en el marco del programa de reforma económica respaldado por el FMI para apuntalar la confianza de los inversionistas y recobrar el crecimiento sostenible que permite mejorar las condiciones de vida en todos los segmentos de la sociedad”. Un camino cada vez más empinado.
El término confianza es la piedra angular del esquema de pensamiento neoliberal. Una muy potente herramienta usada para condicionar a los países de la periferia, que sufren con la salida de capitales y la consiguiente pérdida de valor de sus monedas. Pero como los fondos e inversores especulativos nunca se conforman, el listado de tareas nunca cesa. En el caso argentino, la existencia de una economía desregulada casi por completo, en particular en lo atinente a la libre entrada y salida de fondos, indica que hay una clara responsabilidad del Gobierno.
Si se analiza en detalle el contenido del Resumen Ejecutivo del WEO, que consta de tres páginas, se observa que en doce oportunidades se mencionan términos tales como incertidumbre, contagio, confianza, optimismo y ánimo. Nada se dice de categorías como salarios, distribución del ingreso, o pobreza. El análisis consistente de los mecanismos causales que impactan en el crecimiento brilla por su ausencia. Preocupa estar en manos de esta clase de gestores. Otros cuatros años de estas políticas dejarían un daño incalculable.
Las responsabilidades no pueden ocultarse más. Ante ello, el horizonte que debe perseguirse es otro: sin misterios, es imperioso retomar la senda de un esquema que priorice las necesidades de la ciudadanía y no las de las grandes corporaciones y de los especuladores externos. Hay que cambiar el modelo.
Nota publicada en Ámbito Financiero el 15/04/2019