Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
Dice el refrán que a las palabras se las lleva el viento. Sin embargo, a veces quedan escritas. Es, entre muchos otros casos, lo que sucede con las expresiones del Presidente ante la Asamblea Legislativa. Desde 2016, Mauricio Macri viene pronunciando grandes promesas que nunca se cumplen.
La inauguración de las sesiones ordinarias del Parlamento de este año no fue la excepción. Este viernes, por ejemplo, volvió a prometer que “esperamos una baja sustancial de la inflación, que sea un alivio para todos.” Había afirmado algo similar el 1º de marzo de 2016 ante la Asamblea Legislativa: “Estamos convencidos de que la inflación va a ir bajando hacia el final del año. La principal medida para eso fue ir reduciendo la emisión monetaria descontrolada de estos años e ir bajando el déficit fiscal”.
Un año después, el 1º de marzo de 2017 decía: “La inflación es tóxica (…) los gobiernos anteriores la fomentaron y la quisieron esconder. Nosotros la enfrentamos y hoy está en un claro camino descendente”. También el 1º de marzo de 2018 afirmaba: “La inflación de 2017 fue menor a la de 2016. La de este año va a ser aún menor, y la del año que viene, aún menor a la del 2018.” El ministro Dujovne, con la misma seguridad y entusiasmo, había pronosticado una inflación del 15 por ciento para el año pasado, 10 por ciento para este año y 5 por ciento para 2020.
¿Qué sucedió más allá de estas tres últimas afirmaciones del Presidente ante la Asamblea Legislativa y de las declaraciones de su ministro de Hacienda?
La inflación terminó en 2018 en 47,6 por ciento, la más alta en los últimos 27 años. Si comparamos enero contra enero la suba fue aún mayor: ascendió al 49,3 por ciento y los anticipos sobre la inflación de febrero parecen contradecir el optimismo presidencial. Incluso, la inflación “de los pobres” está 6 puntos por arriba llegando al 55,8 por ciento. Es decir: los productos de la canasta básica, los que cubren las necesidades elementales, aumentaron más que el índice general. Por eso, Mauricio Macri volvió a pronunciar un discurso desconectado de lo que le pasa a millones de argentinos y argentinas. Suele suceder: cuando la realidad no se ajusta a las promesas, entonces aparece la posverdad. En esos casos, el discurso ya no expresa la realidad sino que la sustituye.
Este viernes, ante la Asamblea Legislativa, también aseguró que “desde 2012 nuestro país no crecía. Hoy estamos resolviendo problemas que no son coyunturales, son estructurales. Si no hubiésemos tomado las decisiones que tomamos, la economía hubiera colapsado. Para normalizarla propusimos un camino gradual que fue exitoso durante dos años y medio: creció la economía, bajó la inflación, aumentaron la inversión y las exportaciones, bajó la pobreza y creamos 700 mil puestos de trabajo.” Y reiteró: “El de pobreza cero es un horizonte, lo que nos guía. La pobreza no desaparece porque se deje de medir”.
Ese discurso viene de lejos: el 1º de marzo de 2016 el Presidente aseguraba que “los tres grandes desafíos son: la Argentina con pobreza cero, derrotar el narcotráfico y unir a los argentinos. Para salir de la pobreza necesitamos más trabajo y menos inflación (…) Mi obsesión, nuestra obsesión va a ser más y mejores trabajos y menos inflación”.
El 1º de marzo de 2017 decía: “Mi principal preocupación y prioridad es reducir la pobreza. Y, como ya lo he dicho muchas veces, espero que nuestro gobierno, mi gobierno, se evalúe por el éxito que tengamos en este objetivo”. Agregaba que “estamos trabajando en las cuestiones de fondo para que sea el comienzo de un periodo de crecimiento sostenido, año a año”.
El 1º de marzo de 2018 afirmaba que estamos en “un camino distinto, que por fin nos está sacando de tantos años de repetir los mismos errores. Un camino de desarrollo, en el que estamos combatiendo la pobreza para que nadie quede atrás.” “La inversión aumenta. El año pasado creció un 11% y es esa inversión precisamente la que nos garantiza que vamos a seguir creciendo, porque agranda nuestra capacidad para producir.” Y finalmente su frase insignia: “Si hoy estamos donde estamos es gracias al esfuerzo de todos. Pero, lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer.”
¿Qué sucedió en la realidad, más allá de estos discursos?
Según un informe de diciembre de 2018 de la UCA, la pobreza creció al 33,6 por ciento en la Argentina y es la más alta de la década. El año pasado hubo 191.300 trabajadores registrados menos que en el año anterior. La actividad económica cayó 2,6 por ciento en 2018, la peor baja en 9 años. Cayó el salario real, cayeron las jubilaciones, creció el desempleo y, por supuesto, en ese escenario aumentó la pobreza. Las prometidas y esperadas inversiones productivas nunca llegaron y las únicas que llegan y se van son las especulativas. Para este 2019 el presupuesto se calculó con una caída del PBI del 0,5 por ciento. Pero el FMI dice que va a bajar 1,5 o 1,6 por ciento, lo mismo que pronostica la Cepal y la mayoría de las consultoras locales. Esto significa que el Producto Bruto de la Argentina, al final del gobierno de Macri, va a ser más chico del que tenía cuando empezó. Y ni hablar si tomáramos los datos de la caída del Producto Bruto per Cápita.
En cuanto a la creación de 700.000 puestos de trabajo a los que se refirió el Presidente, a junio de 2018, comparado con diciembre de 2015, la cantidad de asalariados registrados se incrementó en 264 mil: de ellos, cerca de 200 mil son monotributistas, 46 mil empleados públicos y los asalariados privados cayeron en 30 mil. Para llegar a esos 700 mil, debería haber aumentado muy significativamente el trabajo no registrado, es decir, el trabajo de mala calidad, lo cual tampoco sería un buen dato.
No se trata sólo de una promesa incumplida: se trata de la mayoría de ellas. No hay un aspecto que no funcionó. No es una variable fuera de control. Lo que choca con la realidad es el proyecto de país que se intenta implementar. Sucede lo siguiente: los resultados del modelo que llevan adelante no pueden ser anunciados y, entonces, prometen resultados que nunca se cumplen o medidas que nunca ponen en práctica. Por eso, da la sensación de que se trata de un gobierno desconectado de la realidad.
Hay muchos otros ejemplos. El 1º de marzo de 2016 el Presidente afirmó que “impulsaremos una reforma de la justicia para fortalecer su independencia y mejorar su funcionamiento”. El 1º de marzo de 2017 dijo “queremos que a nuestro futuro le sobre crecimiento sin pobreza, desarrollo sin exclusión y maestros sin frustraciones.” El 1º de marzo de 2018 aseguró que “vamos a dejar de endeudarnos y se van a multiplicar las inversiones en un país confiable.”
Este viernes dijo: “Veo una Argentina creciendo, despertando y con ganas de hacer. El año pasado nos puso a prueba en muchos sentidos: cuando estábamos empezando a crecer y ver resultados, asomando la cabeza, cambiaron las condiciones”.
Es llamativo: siempre que se estaría por alcanzar el éxito aparece una causa externa que lo impide. Pero el problema, según ellos, no es del modelo. Hay un único camino y es el que transita el Gobierno. Dicen: lideramos un proyecto único y de largo plazo. Las culpas, las dificultades, los problemas son ajenos. Vienen de antes y de afuera. No hay que cambiar porque ya se cambió. Ahora hay que persistir en el cambio. Aun cuando todos los años se prometa lo que no termina sucediendo. ¿Cuánto dura, en esas condiciones, la credibilidad del Gobierno? El Presidente, parafraseando a Spinetta, dijo: “Nuestro tiempo es hoy”. Pero parece que el tiempo se le está agotando. Entonces, en ese escenario de credibilidad agotada, es necesario ofrecerle a la sociedad el otro camino. Aquel en el que no es necesario sustituir la realidad porque los resultados de las políticas públicas tienden a coincidir con los intereses y los deseos de las mayorías.