Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
En un modelo de liberalización financiera y comercial, el sector externo genera fuertes desbalances que generalmente son cubiertos por formidable endeudamiento (público y privado) y por devaluaciones. En este último caso, siempre terminan produciendo efectos temporales y no resuelven en el largo plazo los desequilibrios. El rojo externo se trata de resolver vía una fuerte restricción fiscal y monetaria, tal como lo plantea el gobierno argentino y lo acuerda el FMI. Todo a cambio de una gran recesión y un profundo deterioro de la situación social.
Mientras tanto, la fuga de capitales y los servicios de la deuda externa siguen erosionando las divisas con las que podría contar el país para mejorar su situación.
Los datos del Balance Cambiario de diciembre son claros en este aspecto. No obstante, resulta difícil reseñar la evolución de los flujos de dólares en el país durante 2018, dado que hay comportamientos diferentes entre el primer semestre y el segundo. En el medio, influyeron “el período de inestabilidad cambiaria abril-septiembre” como lo define el BCRA en el documento citado, y las medidas posteriores acordadas con el FMI.
Se podría simplificar al extremo mencionando que el incremento de reservas internacionales de 11.297 millones de dólares en todo el año estuvo dado principalmente por el ingreso del swap con China (8750 millones). Una primera aproximación, puesto que el saldo total se compone por multiplicidad de cuentas, que analizaré más en detalle.
De hecho, ¿cómo juega entonces el récord de fuga de capitales (constituida principalmente por las compras de divisas en billetes) que alcanzó a 27.230 millones de dólares en todo el año? Dicha salida se equipara con los dólares ingresados por los préstamos del FMI por 28.264 millones. No es una comparación caprichosa, ratifica el conocido fenómeno del endeudamiento externo utilizado para posibilitar la fuga de capitales en los modelos ortodoxos, y que se verificó en nuestro país tanto en la dictadura cívico militar del 76 como en los noventa.
La fuerte devaluación producida impactó en varios ítems. La Cuenta Corriente es uno de ellos, puesto que mejoró el saldo de Bienes, y se produjo una leve baja en el déficit de Servicios (principalmente pagos por turismo). Además se redujo la remisión de utilidades de las multinacionales al exterior, debido a la reducción de las ganancias en términos de dólar por la devaluación y en parte también a la recesión imperante. No resulta novedoso decir que el ítem inmutable, y que incluso evidenció un crecimiento, fue el pago de intereses de la deuda externa: por esta vía se fueron 9300 millones de dólares, un tercio de todo el financiamiento recibido del FMI en el año.
En la Cuenta Financiera, los datos revelan la reducción del financiamiento del exterior, si bien se comenzó con un enero en el cual el Tesoro Nacional pudo endeudarse en dólares en el mercado por cerca de 9000 millones de dólares, antes de la fuerte sequía de crédito. Los préstamos financieros y líneas de crédito al sector privado fueron levemente negativos, cuando en 2017 proveyeron un financiamiento de 10.000 millones. La inversión neta de cartera de no residentes, por definición especulativa y asociada con el denominado “carry trade”, arrojó el año pasado un déficit de 6184 millones, cuando en 2017 generó ingresos por 9900 millones.
Esta evolución indica las razones por las cuales se reemplazó el financiamiento privado (de los mercados) por el de organismos internacionales o acuerdos bilaterales. Es que el fuerte endeudamiento en dólares que fue acumulando el gobierno macrista desde su inicio, en especial a corto plazo, generó gran incertidumbre sobre su pago. Una incertidumbre que no se soluciona con el acuerdo con el FMI, sino que, en el mejor de los casos, se demoraría hasta el 2020, cuando vencen unos 34.600 millones de deuda (12.800 millones en dólares y 21.800 millones en pesos) y el FMI sólo otorgará 3900 millones en todo el año. Sin duda, se han sembrado las semillas de un gran condicionamiento para el próximo gobierno.