Ámbito Financiero | Opinión
Por Carlos Heller
El Gobierno ha elegido el camino que le traza el FMI para avanzar en un ajuste de shock que por sí mismo no se animaba a realizar. La misma gestión que tan sólo dos años atrás organizaba los festejos formales por el Bicentenario de la Independencia hoy no tiene forma de ocultar sus verdaderas metas. Los contrastes son evidentes y sin duda se han agudizado con el desembarco del Fondo.
Cambiemos gobierna para los mercados externos, aunque tampoco descuida a sus principales apoyos empresarios internos. En medio de la escalada inflacionaria, la continuidad del esquema de baja de retenciones y de los lineamientos de la política energética son dos ejemplos concretos. También lo es la devaluación cambiaria, que según Paolo Rocca (Ámbito, 5 de julio) "permitió una recuperación inmediata de la competitividad", aunque aún "hay que asegurar una mejora de la productividad". Del otro lado están las pymes y la ciudadanía en general, que día a día sufren la licuación de sus ingresos y los embates de la crisis económica y social.
A dos años del Bicentenario, también queda claro que la lógica de la desregulación no ha entregado ninguno de los beneficios que tradicionalmente invoca la propaganda neoliberal. Veamos qué dice al respecto el riesgo país, que es la diferencia de tasa entre la deuda emitida por el país y los bonos del Tesoro de Estados Unidos, considerados libres de riesgo. A mayor incertidumbre de los mercados, mayor sobretasa. En tiempos de "auditorías" suele ser utilizado para inferir cuál es la postura de los mercados. El riesgo país alcanzó su mayor fama en los noventa y no por nada ahora vuelve a estar en el radar. En estos días rondó los 600 puntos básicos, una sobretasa del 6%.
Es interesante notar que antes de las PASO de 2015 se encontraba en 587 puntos. Es decir, hoy somos "más riesgosos" que antes de haber levantado todas las regulaciones con el exterior, bajo la promesa de que se regresaría a los mercados de capitales, que bajaría la tasa de interés y con ello vendría una lluvia de inversiones. El indicador está peor que cuando se disponía de controles cambiarios y de capitales y no se sucumbía a las gravosas exigencias de los fondos buitre.
Mientras, los costos de las políticas se multiplican: devaluación de la moneda, disparada de la inflación, achicamiento del mercado interno y crecimiento exponencial de la deuda, entre otros. Todo coronado con el regreso de las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional. La distancia entre el discurso de campaña y los hechos es abismal.
El riesgo país también sirve para ver cuál ha sido la respuesta de los mercados a los distintos anuncios de las autoridades. Por ejemplo, el día 25 de abril, antes del inicio de la corrida cambiaria, el indicador se situaba en 402 puntos. A partir de ahí creció hasta los 489 (8 de mayo), momento en que se anunció el acuerdo con el FMI. Jamás volvió a los niveles previos, a pesar de una leve baja (con un mínimo de 450, el 16 de mayo). Volvió a subir sin pausa hasta los 564 (19 de mayo) y sólo se detuvo el alza por unos días, tras el doble anuncio del desembolso de los u$s15 mil millones del FMI y la noticia de la recalificación por parte del MSCI. Las dudas sobre la viabilidad "política" del programa llevaron a superar los 600 puntos diez días después. Una extorsión interminable: claramente es cada vez más difícil y costoso convencer a los mercados. Un típico círculo vicioso, que como contrapartida conlleva una cada vez mayor pérdida de soberanía nacional.
Desde mi perspectiva, nada de esto es un error, o mala praxis. Con la excusa de convencer a los mercados, el Gobierno está llevando a cabo exitosamente una modificación profunda de los precios relativos de la economía. Es desde esta mirada que hay que evaluar los resultados de sus políticas. El ajuste interno (vía desempleo, baja de salarios y jubilaciones reales) constituye el eje central de un dispositivo que busca avanzar en una distribución cada vez más regresiva del ingreso. Ante ello, es indispensable retomar el camino soberano.