En las últimas semanas se publicaron datos de la realidad social de España, tras años consecutivos de una severa crisis económica, que fue abordada tanto por los socialistas como por los "populares" de la derecha española con los tratamientos ya comprobados del recetario del Consenso de Washington. Resulta curioso recordar que el actual gobierno de Mariano Rajoy asumió en plena efervescencia de la izquierda y del movimiento de indignados, cuyo repudio a la vieja política no pudo expresarse entonces en una opción organizativa –y con ella también electoral– capaz de revertir el curso de un camino socialmente inviable. Hoy las estadísticas gritan que más del 36% de los y las jóvenes está por debajo de la línea de pobreza. Se trata de 3 millones de seres humanos que, en el período cuando más deben ser protegidos y acompañados por el Estado, resultan objeto de abandono, a menudo estigmatización y, en muchas ocasiones, persecución. Ellos, principales víctimas de un sistema oprobioso, son presentados por el sistema político como un peligro y una amenaza.
Por Juan Carlos Junio
El 10% de la población más rica, según Cáritas y UNICEF, tiene una renta superior en un 90% al resto de la población (casi 42 millones de personas). La recesión económica inducida por el recorte del gasto público en salud, educación o vivienda; la precarización del empleo, la subordinación de la política económica a deudas impagables o al auxilio del capital especulativo permiten comprender cómo España y su gobierno conservador tratan a los sectores más vulnerables. El modo en que los núcleos sociales más débiles sufren la injusticia y la opresión nos dice de una sociedad mucho más que 1000 tratados de legislación.
Cuando el "popular" Rajoy asumió su magistratura juró y perjuró que sostendría los presupuestos en salud y educación. Ayer un juramento, más tarde una traición a la palabra empeñada. Y si las prioridades del gasto público se orientaron a resolver las tasas de acumulación del capitalismo de casino, no faltó –como es ya de público conocimiento– la masiva corrupción que acompaña estos procesos de entrega y capitulación de la política y del Estado ante los intereses de banqueros y grandes empresarios. Desde el propio Rey Juan Carlos, quien debió abdicar, a decenas de funcionarios públicos que han sido detenidos y están siendo juzgados por hechos de corrupción, aunque no hay mayor inmoralidad que la liquidación de los derechos sociales en favor de intereses corporativos espurios, hecho que se consuma en el altar del sacrificio de la mayoría.
Este es el neoliberalismo hecho y derecho, no aquel relato ficcional de los grandes propagandistas al estilo de Karl Popper, Milton Friedman, Friedrich Hayek o Margaret Thatcher.
No resulta casual que los encuentros que promueve regularmente en nuestro país la Fundación Pensar, think tank macrista, interpelen y reúnan a lo más granado del pensamiento y la acción cavernaria de la derecha mundial y latinoamericana. Las regulares presencias de José María Aznar, Mario Vargas Llosa, María Corina Machado, Jorge Tuto Quiroga o Sebastián Piñera dan cuenta de una comunidad de ideas fundada en los principios canónicos del mercado, con todas sus consecuencias económico-sociales y también político-institucionales. El caso español siempre ha sido inspirador para este grupo de operadores políticos.
Desde ese lugar ideológico, Mauricio Macri ha tenido momentos de gran sinceridad política. Ejemplos sobran: fundamentó –y mandó a votar a su bloque de legisladores– contra la estatización de las AFJP, Aerolíneas e YPF. Prometió terminar con el Fútbol para Todos y las estatizaciones kirchneristas, aunque luego se desdijo, siguiendo a rajatabla las indicaciones de sus encuestadores.
También el remanido discurso del respeto a las instituciones es desmentido con decisiones propias en contrario. El hecho más notable remite a la acción autoritaria de veto a las leyes sancionadas por la Legislatura de la Ciudad. Tiene un record histórico, con casi 120 normas archivadas o mochadas a partir de su tijera disciplinadora.
Finalmente aquí, la palabra "eficacia" suena en la boca del jefe de Gobierno como un talismán que todo lo puede, pero en realidad tendría que explicar cuáles fueron los modos de gestión del erario público en sus siete años de gobierno. Durante ese período, la deuda en dólares pasó de 500 millones de dólares a casi 2000 millones, más que triplicándose, sin que dicho endeudamiento se exprese en obras de infraestructura en la Ciudad.
Lo cierto es que si algo parece haberse instalado en estos años en los países de nuestra región es que la derecha, en cualquiera de sus variantes, no ha resuelto las necesidades vitales de los pueblos y sostuvo con pertinacia su negación a la acción del Estado para ponerle un límite a los monopolios. La confrontación del gobierno nacional con los sectores especulativos ha puesto en el orden del día el desafío de ponerle freno a los grupos de financistas corruptos, que violan la ley en un afán irrefrenable de obtención de ganancias.
Frente a la notoria iniciativa política del gobierno en todos los planos, la oposición, cuyo único punto común es liquidar la experiencia kirchnerista, incurre una y otra vez en decisiones y declaraciones inconsistentes e indefendibles, mostrando su extravío ideológico y político.
La conducta de la derecha local resulta análoga a las de otras de la región, que hace 15 años naufragan en los intentos por esmerilar los procesos de transformación de nuestros países. Aunque los gobiernos populares de Latinoamérica están tamizados en riquísimos matices, las derechas del continente y sus apoyaturas mediáticas parecen cortadas con la misma tijera. Con el mismo diagnóstico de corrupción, inflación e inseguridad, pretenden ocultar que ellas no traen más que injusticia, desigualdad y privación de derechos para las mayorías.
En este contexto están a la vista las razones de los triunfos recientes de Evo, Dilma y Tabaré. No porque los procesos hayan sido perfectos o carezcan de problemas sino porque, en lo sustancial, han mejorado como nunca antes las condiciones de vida de las mayorías populares y han propuesto nuevos desafíos. Pero también porque los pueblos tienen memoria y la derecha, aunque se vista de seda, mona (y gorila) queda.