3.3.2013 | Tiempo Argentino | Editorial
Por Juan Carlos Junio
Mauricio Macri leyó un texto que recorrió de modo sucinto reflexiones de filosofía política y sus prioridades de gobierno, en el que brilló por su ausencia un balance integral de su gestión durante el período anual que finaliza.
Su discurso fue un compendio de frases elaboradas por especialistas de marketing que encerraban agudas contradicciones en su contenido.
En su cara neoconservadora, esta sí auténtica y verdadera; señaló: “Todos los que estamos acá tenemos una enorme responsabilidad que comienza con la austeridad. No podemos ser irresponsables: tenemos que cuidar el dinero de los vecinos”. Es posible que desde este remanido y tristemente célebre argumento de la austeridad se proponga legitimar un modo novedoso de irresponsabilidad del Estado en la garantía de derechos: la subejecución presupuestaria. La austeridad proclamada no repara en subir abruptamente la tarifa del subte, dejando en la vía a cientos de miles de usuarios.
A la hora de confrontar sus palabras con los hechos, con sus modos de hacer política, los contrastes son todavía más notables.
El exabrupto más notorio fue cuando, utilizando la figura de un tren al que Argentina debía subirse, expresó: “Nos vamos a subir, aunque tengamos que tirar por la ventana a Kirchner porque no lo aguantamos más". Curioso modo de convocar al diálogo y a la concordia.
Su práctica no demuestra respeto tampoco por la labor del Poder Legislativo de la Ciudad: goza del récord de más de un centenar de vetos a leyes sancionadas por la Legislatura, al igual que desprecio a la gestión de los comuneros elegidos por el pueblo.
Otro tópico contradictorio de su alocución se remite a la invitación de la participación juvenil. Dijo: “Es fundamental que les demos más espacio a los jóvenes, que les abramos las puertas para que se sigan involucrando y que participen en la toma de decisiones”. Resulta muy chocante contrastar estas convocatorias con su persistente actitud persecutoria para los jóvenes: la judicialización de las tomas de colegios–abriendo causas penales contra estudiantes-; la prohibición de iniciativas como talleres sobre El Eternauta; y la oposición del Pro al voto joven desde los 16 años. El divorcio entre el discurso y sus conductas políticas es flagrante.
La defensa de derechos que promete se estrella contra reducciones presupuestarias; los procesos participativos que anuncia se confrontan con un estilo autoritario que incluso adquiere a veces ribetes represivos, tanto en la UCEP como en la Policía Metropolitana, inspirada en la “filosofía” del procesado Fino Palacios. El respeto de poderes se desmiente a sí mismo con el incumplimiento de las disposiciones de la justicia. En suma, el Macri cuidadosamente protegido por los medios de comunicación hegemónicos propone esconder, bajo un lenguaje difuso y genérico, una gestión injusta, elitista e insuficiente.
Frente a las voces que subestiman el poder y la decisión del macrismo de hacer una ciudad para minorías pudientes y “modernas”; excluyendo a cientos de miles de ciudadanos, advertimos que da pasos congruentes en esa dirección. “Bueno y para pocos”, parece ser la consigna.
Las inconfesables intenciones de Macri se ocultan tras afirmaciones falaces, promesas incumplidas y siempre la auto-victimización que se justifica acusando al Gobierno Nacional. ¿Somos idiotas que no podemos construir 10 o 15 kilómetros de Subte por año?- se preguntó el Jefe de Gobierno en la campaña de 2007. Si aceptamos el desafío de sus propias palabras y dejamos de lado la respuesta a la idiotez, respondería: “No”. De lo que se trata es de la acción política de un gestor ultraconservador con escasas dotes expresivas. Pero no es su dicción defectuosa la que lo hace poco creíble, sino el contraste de sus palabras con sus hechos.
Por último, lo termina de condenar el inevitable parangón de su mínimo discurso, con el el exhaustivo balance de gestión de una fuerte carga ideológica que la presidenta de la Nación pronunció el mismo día.