Ámbito Financiero | Opinión
Por Carlos Heller
Con la media sanción del Presupuesto 2019 el Gobierno avanzó en el objetivo de mostrarle al FMI que, sin importar las resistencias sociales y políticas, se mantiene firme en su rumbo. Una aprobación a medida, justo antes de que la agenda del directorio del FMI marcase el tratamiento del programa en su versión 2.0.
El presidente Macri ya le había dicho al periódico británico The Times (7/10/18): "La única cosa que nosotros podemos hacer es transmitir calma y no cambiar la dirección". Con la aprobación de esta etapa del "test", los únicos que respiran algo más tranquilos son el FMI y los mercados.
Las previsiones macroeconómicas del proyecto de Presupuesto están cada vez más desfasadas. Según el Gobierno, el PIB caerá en 2019 el 0,5%, muy por debajo de lo que proyectan el propio FMI (-1,6%) y la CEPAL (-1,8%). Esto indica que los recursos tributarios serán menores, por lo que el ajuste del gasto deberá ser mayor al proyectado si es que se quiere cumplir con la única meta que parece importarle al Fondo: la de déficit primario.
Al respecto, es importante ver que el déficit del tercer trimestre de este año fue del 1,1% del PIB, cuando el comprometido era mayor (1,9%). El sobrecumplimiento que el Gobierno ha mostrado hasta el momento indica que la meta es innegociable. Todo sea para llegar en 2019 al "déficit cero", que en 2020 sería un superávit del 1% respecto del producto.
Pero la verdadera variable a la que no hay que perderle pisada es el resultado financiero, que no ha parado de aumentar por el impacto de los intereses de la deuda. El ajuste del gasto primario es necesario para pagar los elevados intereses a los acreedores, principalmente externos.
La dureza de las pautas fiscales es llamativa, y más cuando se las compara con lo que ocurre en la región. El FMI proyecta para Brasil un déficit primario del 1,8% en 2019 y para Chile, uno del 1,5%. Es cierto que hay otros países que llegarían con equilibrio primario, como Colombia (0,6%), Paraguay (0,3%), Uruguay (0,1%). Pero lo que importa en términos de actividad interna y empleo es la magnitud del ajuste que se aplica. Argentina, a diferencia de estos países, tendría una contracción fiscal de 4,2 puntos del PIB en dos años, muy superior al observado en la región. Consecuentemente, nuestro país exhibe una fuerte caída del PIB en un contexto en el que la mayoría de las naciones del continente muestran importantes crecimientos.
El proyecto de Presupuesto aprobado y sus políticas garantizan un clima recesivo y más desintegración del tejido productivo y social, aspectos que hace tiempo forman parte de la vida cotidiana.
Los últimos indicadores privados anticipan una fuerte caída interanual de la actividad industrial en septiembre, tanto para FIEL (-8,7%) como para Orlando Ferreres (-8,1%). Según esta última consultora, se observa "una crisis generalizada, que en mayor o menor medida alcanza a todo el espectro productivo del país (...). El actual contexto de caída salarial, alza inflacionaria, baja del consumo y un nivel de tasas elevado no nos permite pronosticar un rebote para lo que resta del año". Las políticas están surtiendo, desafortunadamente, los efectos que podían preverse.
Respecto de la baja del consumo, los datos recientes del INDEC indican que en agosto las ventas en supermercados y centros de compra cayeron 4,2% y 2,6%, respectivamente. La caída del poder adquisitivo es inocultable. Relacionado con esto, también se supo que el valor de la canasta básica total (determina la línea de pobreza) creció un 8,09% en septiembre contra el mes de agosto. Es un 46% interanual, mostrando que la inflación les pega más a los más pobres. Con una canasta cada vez más costosa y con la instalación de la problemática del desempleo, la pobreza no tendrá otro recorrido posible que el de aumentar, tal como tuvo que reconocer el Gobierno.
Éste es el lamentable panorama que hay por adelante. Las políticas que se plantean en el proyecto de Presupuesto indican que el año eleccionario comenzará con duros efectos sobre las familias y las pymes. No es contradictorio con un Gobierno que por ahora no trata de disimular la sobredosis de ortodoxia que descarga sobre nuestra economía para tratar de satisfacer a los mercados.